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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Desde el 11-S

Poco importa, salvo para la imagen de la Administración de Bush, que no ha logrado capturarle, que Osama Bin Laden reaparezca en un vídeo por primera vez en casi tres años advirtiendo a Estados Unidos de que, pese a su poderío, sigue siendo vulnerable. Seis años después de aquel fatídico 11 de septiembre, lo que está claro es que el terrorista saudí ha puesto en marcha una dinámica que le supera y que convierte en más peligroso el yihadismo global. El mundo se ha llenado de imitadores, de franquicias de Al Qaeda que no responden a ningún centro, sino que se nutren de una ideología mortífera, aunque aún tenga importancia lo que ocurra en las montañas entre Afganistán y Pakistán.

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Uno de los últimos ejemplos de lo complejo que se ha vuelto luchar contra este terrorismo global lo hemos visto en Alemania, donde la policía supuestamente ha evitado unos atentados que pretendían ser brutales contra EE UU en suelo europeo. De los tres detenidos, dos son alemanes nativos, conversos al islam. No son inmigrantes musulmanes de primera o segunda generación, como ocurrió con los atentados de Madrid y Londres, sino un prototipo nuevo de terrorista, aunque tenga antecedentes en Muriel Degauque, la belga conversa que viajó a Irak para inmolarse allí en un atentado en 2005. Algunos de los detenidos en Alemania habían pasado por campos de entrenamiento de yihadistas en Pakistán, cuya existencia sigue siendo un gigantesco problema.

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Los yihadistas no cejan en su locura. Mutan ante las reacciones que provocan. Sus técnicas cambian, como se vio en el intento de volar el año pasado unos aviones desde Inglaterra, lo que llevó a nuevas e incómodas medidas de control para el viajero. Parecen obsesionados por lograr un nuevo gran golpe, y es de temer que alguna vez lo consigan. Sin embargo, la lista de atentados frustrados por los servicios de seguridad o por fallos de los propios activistas es impresionante. En seis años, estos servicios han ganado en eficacia y los nuevos yihadistas, con mucha más improvisación, han aumentado sus errores.

El movimiento desencadenado por el 11-S no se ha limitado a Occidente. Ahí están los atentados de Bali, de Estambul, de Casablanca o la escalada de terror en Argelia, que ha causado con dos bombas al menos medio centenar de muertos en los últimos tres días. Con una de ellas, los terroristas pretendieron el jueves matar al presidente Buteflika. La estrategia profundamente errónea de los neoconservadores de Bush con su concepto de la guerra contra el terrorismo y la invasión de Irak han contribuido decisivamente a materializar un aparente choque de civilizaciones, aunque se trate de obra de minorías. En lo que Bin Laden ha fracasado, al menos por ahora, es en provocar una sublevación popular para hacer caer a los regímenes sensatos, moderados o corruptos del mundo musulmán.

El peligro de que unos grupos marginales sirvan de catalizador para un choque de gran envergadura está aún más presente con el crecimiento de los movimientos islamistas pacíficos: desde Marruecos -todo indica que el Partido de la Justicia y del Desarrollo se ha fortalecido tras las elecciones del viernes al margen de las sospechas de fraude- hasta Turquía o Indonesia. El hecho de que cada vez más mujeres jóvenes porten el hiyab, el velo islámico, debe ser objeto de profunda reflexión. Se podrá criticar, por falta de contenido real, la propuesta de Zapatero de la Alianza de Civilizaciones, pero hasta ahora nadie ha puesto sobre la mesa global nada mejor, frente a lo que hoy por hoy, seis años después, es la mayor fuerza de Bin Laden y Al Qaeda: su ideología.

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