"La Biblioteca ha estado demasiado oscurecida"
Milagros del Corral, funcionaria, jubilada de su último puesto en la directiva de la Unesco, fue a ver al ministro de Cultura, la pasada semana, en silla de ruedas; César Antonio Molina la quería conocer: se la habían propuesto para dirigir la Biblioteca Nacional. Entre otras credenciales, porque era bibliotecaria desde chica. Anteayer la llamó por teléfono y le comunicó que el patronato la había aceptado. Ayer fue nombrada por el Consejo de Ministros, y por la tarde recibió a los medios en el enorme despacho ("muy grande para alguien tan chiquita, ¿no crees?") que hasta hace una semana ocupaba Rosa Regàs hasta su dimisión.
Pregunta. ¿Qué le pasó? ¿Cómo es que iba en silla de ruedas?
"Hace más de dieciséis años que estoy fuera de este país; que alguien se acuerde de mí tiene mucho mérito"
"Quizá la Biblioteca Nacional ha tardado bastante en dar el salto a la modernidad"
"Le dije al ministro de Cultura que no soy una persona ni política ni polémica"
"Mi futuro es el de una mujer intelectualmente muy curiosa, y muy ilusionada"
Respuesta. Me enganché con un escalón, en lugar de caerme como todo el mundo, doblé el pie, y mira, en silla de ruedas. El 15 de agosto.
P. ¿Y cuándo le propusieron ser directora de la Biblioteca?
R. Hace una semana; fui a ver al ministro en silla de ruedas.
P. ¿Qué le dijo para proponérselo?
R. Me llamó. Nunca habíamos coincidido. Me contó que estaba buscando a una persona para este cargo y que le habían hablado de mí. Hablamos tres horas. Me pareció que nos habíamos caído muy bien.
P. ¿Le dijo lo que quería?
R. No, en ese momento lo que me dijo fue que la directora de la Biblioteca Nacional había dimitido tras una polémica que yo sí había seguido. Claro, inmovilizada, ¿cómo no iba a leer? No hacía sino leer. Y me llamó el jueves, para decirme que el Patronato había validado mi propuesta. Y aquí estoy.
P. ¿Qué sensación le dio cuando se lo ratificó?
R. Una sensación de sorpresa. Hace más de dieciséis años que estoy fuera de este país; que alguien se acuerde de mí tiene mucho mérito. Me sentí muy honrada: esta casa no es una casa cualquiera. Y tengo mi corazoncito bibliotecario ahí bien colocadito. El sueño de todo bibliotecario es llegar a ser director de la Nacional. Ahora, también sé que ésta es una casa compleja, que además ha atravesado últimamente algunas turbulencias -la historia del robo y todo eso- que para mis colegas han sido muy desagradables y muy duras. Pero vengo con mucha ilusión, y llena de ganas.
P. Como lectora dice que asistió a la última polémica desatada por el robo.
R. Lo seguía, pero para nada pensé que nunca jamás ese asunto terminaría formando parte de mi vida. Me decía: "Mira la que se ha liado", pero nada más. También lo achaqué a que en verano pasan menos cosas y estas noticias se magnifican. Pero, en cualquier caso, el robo no se magnificó. Fue un desastre, una pena.
P. Como bibliotecaria, ¿hubiera actuado como Rosa Regàs? Es decir, ¿hubiera pospuesto la denuncia de lo ocurrido, según ha dicho el ministro que ocurrió?
R. No, lo hubiera denunciado a mis autoridades primero que todo, y después, juntos, hubiéramos decidido qué es lo que teníamos que hacer. Yo creo que el director de la Biblioteca Nacional no es un ser todopoderoso que pueda actuar, en un tema de esta envergadura, por sí mismo.
P. ¿Y tiene la impresión de que su antecesora actuó así?
R. Ah, eso sí que no lo sé. No tengo ni idea. Yo sé que hubo esa polémica sobre la supuesta opacidad, pero de veras que no lo sé, así que poco puedo decir al respecto.
P. ¿Ha reflexionado sobre este tiempo de crisis reciente?
R. No. Tengo que aterrizar en la realidad de la Biblioteca Nacional; tengo un equipo que es excelente, y con ellos voy a hacer ese examen.
P. ¿Cuál ha sido su relación con el mundo bibliotecario?
R. Aprendí a leer en la biblioteca de mi padre. Era historiador. Yo era una niña que comía muy mal; me castigaban de cara a la pared, en la biblioteca de mi padre. Y llegó un momento en que yo no sabía leer, pero sabía dónde estaban todos los libros que a mi padre le gustaban y que estaban a mi altura de niña. Luego fui a la universidad, y allí estudié para bibliotecaria; eso soy. Y en este edificio fui auxiliar de bibliotecas. Así que imagínate hoy la emoción que he sentido al volver a esta atmósfera, y a esta historia. Una historia en la que yo soy una mosquita; hoy os tolero que pongáis focos sobre mí, pero yo quiero que el protagonismo en el futuro sea de la Biblioteca Nacional, que durante demasiado tiempo ha estado muy oscurecida frente a la opinión pública. Ahí sí que tenéis que poner el foco los medios.
P. ¿Oscurecida la Biblioteca Nacional? ¿Por qué?
R. Pues no lo sé. Quizá porque ha tardado bastante en dar el salto a la modernidad. Acaso la mentalidad de la sociedad o de los propios profesionales no ha evolucionado hacia algo más abierto; primaba la función de conservación sobre la de servicio al usuario. Eso ha ido variando, pero no del todo.
P. ¿Ha hablado con Rosa Regàs?
R. No, no la conozco. Pero hablaría con ella, claro que sí, con muchísimo gusto. No ha habido tiempo, todo se ha precipitado tantísimo. Pero me encantaría conocer su opinión, claro que sí.
P. ¿Le ha dicho el ministro qué quiere?
R. Que la Biblioteca Nacional sea el foco de los medios por sus servicios, por sus prestaciones, por sus innovaciones, por sus eventos y no por polémicas. Yo le dije que no soy una persona ni política ni polémica.
P. Siete millones de libros la contemplan. ¿Cuáles son los que tiene más en la memoria?
R. Mio Cid, que ahora se expondrá en La Noche en Blanco. Y el Quijote. ¿El tercero? Aquí hay muchas otras cosas, no sólo libros; hay mapas fabulosos.
P. ¿Y qué libro estaba leyendo cuando la llamó el ministro?
R. Uno sobre el pequeño futuro, de Jacques Attali.
P. ¿Y cuál es su pequeño futuro?
R. El de una mujer intelectualmente muy curiosa, y muy ilusionada. Hace mucho que dejé de pensar que algún día sería Miss Universo, ja, ja, así que mi futuro es esperar hacer bien las cosas.
P. Cuando se creó la Biblioteca Nacional, en 1712, y hasta cincuenta años más tarde, el director debía ser el confesor del Rey. ¿Confesaría a don Juan Carlos?
R. ¡Huy, me encantaría! Pero no creo que se dejara.
Babelia
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