Guerín no conmueve esta vez
Tibia respuesta a 'En la ciudad de Sylvia', la única película española a concurso
¿De cuántos elementos puede despojarse una película, sin dejar de ser película? Ésa es la cuestión que plantea En la ciudad de Sylvia. La obra de José Luis Guerín, proyectada ayer dentro de concurso en la Mostra de Venecia, cuenta con un argumento extremadamente sencillo (un chico mira a una chica), unas pocas líneas de diálogo y una banda sonora tejida con ruidos ambientales. Pese a tanta desnudez, hay película. Y belleza. También hay una severa exigencia de complicidad por parte del espectador, y parsimonia, y riesgo de trauma para los adictos al videojuego y la gente con prisa.
José Luis Guerín (Barcelona, 1960) es un cineasta con vocación de pureza. La vena documental que caracterizaba varios de sus trabajos anteriores (Innisfree o la celebrada En construcción) resulta igualmente esencial en su última película. "Creo unas determinadas condiciones y espero con la cámara a que llegue el momento revelador", explicó tras la proyección. Las calles de Estrasburgo y una serie de rostros femeninos, encabezados por el de la actriz Pilar López de Ayala (la presunta Sylvia), son a la vez protagonistas, escenario, decorado y relato.
"El reto más grande consiste en que se acepte la sencillez de la película", comentó el cineasta. Guerín dijo que filmaba como si fuera el primero en hacerlo, y admitió que, en este caso, exigía al espectador una mirada igualmente primigenia. Existen ciertas dificultades para alcanzar esa conexión en la inocencia. El público ya no entra en pánico cuando ve en pantalla una locomotora aproximándose, como ocurría en tiempos de los hermanos Lumière, y ha adquirido todos los resabios del siglo XX.
El mismo problema se plantea, de otra forma, para el propio Guerín, quien asegura poseer "mucha más experiencia como espectador que como cineasta". Soslaya su experiencia como crítico. El director barcelonés es un teórico formidable. Y la teoría es incompatible con la inocencia.
Ese fenómeno, el de la riqueza teórica, se puso de manifiesto durante la conferencia de prensa posterior a la proyección. En el cine, la película fue acogida con algunos aplausos y unos tímidos abucheos, pese a tratarse de una propuesta mucho más accesible para el público especializado que para, en palabras de Guerín, el "consumidor" habituado al "cine sensitivo". La argumentación de Guerín sobre su propia película y sobre la esencia del arte cinematográfico suscitó mayor unanimidad: fue uno de los discursos más articulados e inteligentes que se han escuchado en Venecia.
Si se acepta el juego, si se logra simultanear el candor emotivo y el análisis inteligente (porque ésas son las reglas, más cercanas a Michelangelo Antonioni que a los pioneros del cine, establecidas por Guerín), la película puede constituir una experiencia gratificante, enriquecedora y casi iniciática. José Luis Guerín posee una mirada sutil, acaricia lo que filma. Ocasionalmente, puede ocurrirle como a los grandes oradores cuando se escuchan a sí mismos y caen en un trance autohipnótico.
La otra película proyectada dentro de concurso, Sukiyaki western Dyango, era una broma encerrada en una parodia y envuelta en sátira. Su director, Miike Takashi, proclamó que Dyango, uno de los spaghetti western más celebrados en los cines de parroquia de finales de los sesenta, formaba parte de las obras maestras del cine. Y decidió rendir homenaje a esa obra inmortal realizando un remake del Dyango original, firmado en 1966 por Sergio Corbucci. Takashi combinó paisajes y temática japoneses con revólveres Colt y diálogos en inglés macarrónico. Para que no se plantearan equívocos, colocó a Quentin Tarantino, patrón y protector de la astracanada posmoderna, en la primera secuencia. Y puso en marcha un mecanismo de violencia gratuita, sátira cultural y humor primario.
La salvaje autoironía de Sukiyaki western Dyango proporciona más de una sonrisa, pero no lleva a ninguna parte. El círculo parodia-homenaje se parece a la frase "nunca digo la verdad": conduce a un colapso de la lógica. Se puede discutir durante años sobre En la ciudad de Sylvia, y aprender bastante en el proceso. No hay nada que discutir, en cambio, sobre el Dyango japonés.
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