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Reportaje:

Cuba se ríe de su 'punto G'

Una serie de la televisión pública de la isla caribeña educa sexualmente desde el humor

Juan Jesús Aznárez

La abuela acude al consultorio de la doctora Rosa Matriz porque le preocupa el comportamiento de su nieto de 13 años, al que ha colocado una pulsera con cascabeles para controlar el muñequeo del chaval en el baño. "No sé en lo que anda, pero nada bueno es". El nieto anda en el onanismo. "Abuela, es un eslabón natural del desarrollo", tranquiliza la doctora. Cuba acomete una campaña de pedagogía sexual con un método singular y pionero en América Latina: una serie de televisión que combina el humor con el asesoramiento del Centro Nacional de Educación Sexual. Todavía en antena, punto G ha sido la serie más popular durante los años 2005 y 2006. "Todo se hace con mucha delicadeza porque, entre otras razones, se emite en horario familiar", dice el escritor y comediógrafo Carlos Torrens, guionista principal del programa y padre de la idea.

Los pacientes de la doctora son de amplio espectro: abuelas cascabeleras, parejas inapetentes, hombres con disfunción eréctil o eyaculación precoz, aficionados al disfraz o al azote, o mujeres cuyos gritos alarman al vecindario o se alarman ellas al descubrir la complacencia del marido al descubrirle el punto G del hombre. "Ay, doctora, que empiezo a creer que él está cambiando su orientación". La sexóloga, divorciada tres veces, se pronuncia: "Los hombres adoran las caricias, pero no las piden; porque esta zona prohibida es tomada como un tótem que impide al macho el disfrute de ciertos placeres".

La serie trasmite mensajes y terapias en un campo tan acomplejado y dañado por los tabúes y prejuicios como es la sexualidad humana; también satiriza los problemas nacionales con equívocos sobre las carencias o sobre los compatriotas que se buscan la vida, y las divisas, al margen del Estado. Trimestralmente, la serie es sometida al criterio de una muestra de empresas y centros de trabajo que emiten sus preferencias. "Ahora voy a prescindir de un personaje, el masajista, que parece que no gusta mucho", señala Torrens. Una enfermera con minifalda y una suerte de empleado de mantenimiento machista -"quisiera ser papa frita para acompañar ese lomo"- trabajan con la doctora.

La audiencia confiesa haber aprendido sobre sexualidad además de reírse, y en ocasiones sonrojarse, según las encuestas. Los personajes pacientes son diversos, reales, ninguno es igual a otro, y "todos tienen los mismos problemas que pudiéramos, ahora o dentro de unos años, tener nosotros", señala el guionista.

Doctora. Esther, si usted se opone, ¿cómo es que él lo consigue?

Esther. Él logra de mí lo que quiere cada vez que me da vino; porque el vino me marea y me hace mucho daño en las piernas.

Enfermera. ¿Se le hinchan?

Chucho (el marido de Esther). No, se le abren.

Otro paciente, un negro emparejado con una española, dice que los gritos y obscenidades de ésta son tan estruendosos y protestados en el patio que le desaniman. Las respuestas de la doctora Rosa Matriz, al morlaco de la coprolalia, al inapetente, al hiperactivo o al indiferente, giran sobre este eje: "Señores, la pareja es un espacio abierto a la sexualidad, y sólo es problemático todo aquello que limite el disfrute de la propia relación, pero hay ciertos límites".

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