Escuela en septiembre

Como ciudadano coincido con la petición de las principales asociaciones de madres y padres de que se ponga en funcionamiento la atención a niños y niñas desde principios de septiembre para compatibilizar los calendarios de trabajo familiares. Como profesional de la enseñanza, tengo bastantes objeciones a que el curso comience en esas fechas.

El lunes 3 de septiembre, cuando llegue a mi escuela a las nueve de la mañana, me encontraré cuatro nuevas personas que tendrán que atender conmigo las cinco clases de quinto y sexto de primaria durante el nuevo año escolar. Mis compañeras de infantil, del primero y del segundo ciclo, también conocerán a nuevas profesionales, con quienes intentarán establecer las bases de un trabajo educativo en equipo para el nuevo curso.

Mientras tanto, la secretaría, de la que también me encargo yo, registrará 20 o 30 nuevas matrículas que inutilizarán las listas de julio. La tramitación de las becas de libros y de comedor de las recientes incorporaciones completarán la jornada laboral de un maestro de escuela sin personal administrativo.

No creo que mi colegio sea un caso excepcional en el panorama de la escuela pública; más bien pienso que se trata del botón de muestra de nuestra escolarización actual, y quiero reclamar la dignidad de nuestro oficio, que es educar con método y ciencia pedagógica, enseñar a la gente pequeña los rudimentos de nuestra cultura y no sólo guardarla mientras mamá y papá trabajan para hacer frente a la hipoteca y demás gastos vitales. Corresponde a las administraciones públicas organizar la atención a la infancia y dotar a la escuela de los medios adecuados.