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Columna
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Paisajes en Madrid

En veranos raros como éste, que nos ha dispensado del calor sofocante de años pasados, las grandes urbes de las que la población en vacaciones deserta y que los mismos turistas tienden a evitar se convierten en destinos alternativos. Incluso los hoteles y restaurantes consideran agosto como temporada baja.

Ante el apagón barcelonés, también en el plano cultural, resulta muy aconsejable visitar Madrid. Sin el denso tráfico habitual, es posible pisar el pavimento que no reverbera bajo el calor y redescubrir sus tiendas y negocios, la ausencia de estrés de los madrileños "de guardia" y el contraste entre la mayor modernidad y la nostalgia de los últimos vestigios del otrora poblachón manchego.

Madrid metrópoli, paradigma de la ciudad negocio, del urbanismo compulsivo y voraz, se beneficia de los inputs de la centralidad y, al igual que todas las capitales, juega con la ventaja de que para corregir los errores de crecimiento siempre están ahí las administraciones, atentas a proveer las necesarias redes de enganche entre el planeta y sus satélites. En fin, no me gusta el modelo urbanístico de Madrid, pero culturalmente es un referente, es la ciudad encendida. A modo de prueba baste la exposición que ahora mismo ofrece el Museo del Prado, o la que está a punto de clausurarse en el Thyssen, a fin de cuentas, dos modos tan aconsejables como cualquier otro para disfrutar de los paisajes.

Para Durero, Patinir fue "el buen pintor de paisajes". El mismo título, Patinir y la invención del paisaje, subraya su condición de precursor del género. El Prado ha reunido gran parte de las 29 obras de su taller que se conocen y las presenta acompañadas por otras de sus coetáneos y epígonos. Los pintores situados a caballo entre los siglos XV y XVI ven en la naturaleza un reflejo del orden de las cosas, en el que el bien y el mal sostienen una lucha permanente. Ese universo de oposiciones dramáticas domina de un modo claramente doctrinal la pintura de Patinir, que repite de forma insistente composiciones como la de San Jerónimo en su cueva. Los altos horizontes inundados de claridad, en contraste con escenas bañadas de luces misteriosas en las que se desarrollan acciones plenas de contenido simbólico, son de un realismo engañoso y desconcertante.

La biografía de Van Gogh es bien conocida. En el Museo Thyssen todavía se pueden ver sus últimos paisajes, pintados en 1890 en Auvers-sur-Oise, el refugio que su hermano Theo, en combinación con el doctor Gachet, le busca en un último intento de que se recupere al salir del manicomio. Esta región sencilla y cautivadora, que ya había inspirado a Pissarro y Cézanne, suscitó en Vincent una etapa prolífica, setenta cuadros en otros tantos días, más una treintena de dibujos. En sus cartas habla de la transformación del paisaje; la sustitución de las viejas chozas, que encarnaban la idea de lo pintoresco, por las nuevas mansiones burguesas con sus tejados coloridos lo inducen al impresionismo total. Como Patinir, también Van Gogh repite hasta la obsesión los mismos temas. Entre el conjunto de telas destacaría esa acacia en flor, pintada en el jardín de los Gachet con el caballete plantado bajo el árbol; cada vez que aplicaba una pincelada echaba la cabeza hacia atrás para observar con los ojos entrecerrados el encaje de las ramas floridas contra el cielo. La cubierta del catálogo reproduce el lienzo más enigmático, Dos figuras en el bosque, largas siluetas espectrales entre la textura y el movimiento de la hierba y la jaula formada por los troncos alineados. Estos cuadros intensamente vivos no presagiaban el fin del alma sufriente que agonizaba detrás. La clave está en la carta que llevaba encima el día de su muerte: "Y bien, en cuanto a mi trabajo, en él me juego la vida y mi razón casi ha naufragado en el empeño".

Se puede ser minucioso y didáctico al modo de Patinir, o impresionista y mágico como Van Gogh, pero en el fondo siempre está el paisaje, ideal o real, como evasión de la ciudad, la idea que desde la antigüedad se ha venido transmitiendo, como un tema central de nuestra cultura, hasta ahora mismo.

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