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Reportaje:

Un dúo de muerte

Mijaíl Barishnikov y Ana Laguna bailan 'Place', un mágico, trágico y amargo paso a dos de Mats Ek

La noche de danza del Teatro Español, colofón de altura para los Veranos de la Villa, ha valido la pena. Mijaíl Barishnikov (Riga, 1948) y Ana Laguna (Zaragoza, 1954) hicieron anoche un emotivo dúo que cerró la velada. Las otras dos piezas con que se abre el programa, un paso a tres donde intervino el bailarín letón y un filme con coreografía de Jiri Kilian sobre el mito de Carmen, son perfectamente prescindibles. El trío, titulado Leap to tall, creado en 2006 por la coreógrafa Donna Uchizono, es un triste e inconexo material, con una dimensión espacial errática y cuyos únicos momentos de belleza están en las apariciones de Misha.

El filme Car Men es checo hasta la médula, como su coreógrafo. De hecho, recuerda a las épocas experimentales de Menzel, Chitilová y otros. Es catártico, esperpéntico y tiene cierta gracia, sobre todo por ver a Sabine Kupferberg en su madurez.

Consiguen una armonía por encima de cualquier pretensión hegemónica

Y es que aquí todo va de maduros. El dúo Place que ha hecho el sueco Mats Ek para Laguna y Barishnikov tiene una potente densidad trágica y amarga, una reflexión acerca de que todos somos niños viejos y que los rituales del juego, cualquier juego, se pueden convertir en la más dura y exacta de las metáforas de la vida.

Ana Laguna y Mijaíl Barishnikov proceden, evidentemente, de troncos estéticos diversos, pero ahí está uno de los factores de más interés, cómo la sapiencia coréutica de Ek los hace coincidir en un plano inclinado y de riesgo donde se dialoga con las formas y con la acción, con la mímica y con poderosos acentos corporales sobre la música. De hecho, los dos bailarines se exprimen generosamente y a fondo para que del dramma giocoso salte la chispa de una emoción perdurable, de una idea, porque Ek es un coreógrafo de ideas sobre lo estético, de humanística sobre lo formal.

Un hombre y una mujer en un interior desangelado, una mesa y una alfombra, tres focos y una enervante música para cuarteto de cuerdas que transmite tensión y una cierta electricidad motriz. Hay una complicidad en la manera de hacer las cosas; cada uno va a intentar responder con elegancia a las propuestas del otro. Es así que, cada uno en su cuerda, consiguen una armonía aún por encima de cualquier pretensión hegemónica, y eso también da una enorme ternura al cuadro bailado.

Probablemente de lo que más se hable en esta pieza sea de la muerte. Ellos, en más de una escena, están muertos ya, juegan a ello, al viaje, al agotamiento de subir esa cuesta imposible contra el tiempo. La fantasía del diálogo está llena de sutiles citaciones privadas de cada artista, como si cada uno quisiera recordar al otro quién ha sido, quién es todavía: unos breves pequeños saltos en él, unas extensiones de amplio dominio en ella. La magia de ese acoplamiento se contagia al auditorio y hay estallidos que hablan de miedo, furia, recuerdos, lamento.

El teatro se puso entero en pie a aplaudirles, a alabarles. Hay que agradecer profundamente que estos artistas sigan en la brecha: son un ejemplo en muchos sentidos, pero, por encima de todo, de entrega vital y honesta al arte en el que son verdaderas estrellas. Lo hacen discretamente, a fondo, con un discurso lleno de esperanza que no elude su tragedia interior.

Place, en su austeridad, se enmarca perfectamente dentro del estilo de Mats Ek (hace unos años hizo una pieza memorable de este formato para Sylvie Guillem sobre la música Für Alina, de Arvo Pärt: allí también había una mesa refugio), un formulario donde abunda una plasticidad envolvente que a la vez puede ser descarnada y fuerte; los recuerdos de infancia, la madre (siempre de alguna manera presente desde la ausencia, a veces incordiando) y, finalmente, esa visión del fin donde no hay un estallido, sino una serena convicción natural, una luz cenital que es hacia donde, en un momento, los dos artistas viajan y escrutan un horizonte que no existirá más.

Mijaíl Barishnikov y Ana Laguna, ayer en el Teatro Español durante un ensayo.
Mijaíl Barishnikov y Ana Laguna, ayer en el Teatro Español durante un ensayo.ULY MARTÍN
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