Vuelve la Rusia eterna
Putin potencia el orgullo nacional. Ejemplo: el apoyo al movimiento juvenil Nashi
Hace años que la Rusia de Vladímir Putin envía señales muy claras de que ha dejado de ser el Estado debilitado, turbulento y dependiente de Occidente que se vio obligado a ser tras la caída de la URSS. Rusia vuelve a ser una nación orgullosa y segura de sí misma, con una forma de actuar cada vez más reconocible para los historiadores del zarismo y el comunismo. Hace 20 años (en mi libro Auge y caída de las grandes potencias) predije que este país, a pesar de padecer fracturas internas y agotamiento externo, no desaparecería sin luchar; pero nunca creí que el regreso al centro del escenario mundial iba a ser tan rápido.
Muchos dirán que esta recuperación tiene unas bases muy superficiales, que se apoya casi exclusivamente en el elevado precio del gas y el petróleo, y en la suerte de poseer vastas reservas de estos dos productos cruciales. Es verdad. Pero los ingresos del petróleo, si se invierten con prudencia (como han hecho Noruega y Dubai en el último decenio), pueden servir para mejorar las infraestructuras nacionales, el desarrollo industrial y tecnológico y la seguridad militar. Holanda se formó gracias a los bancos de arenques del mar del Norte; los buenos burgueses de Amsterdam supieron reinvertir sus beneficios en otras cosas.
En estos momentos, la lista de acciones unilateralistas de Moscú sólo se ve superada probablemente por las de la Casa Blanca
El nuevo libro de historia ruso dice que "la entrada en el club de los países democráticos implica ceder parte de la soberanía nacional a Estados Unidos"
Los ministros de Putin son expertos en utilizar la llamada "diplomacia del oleoducto" para obligar a sus vecinos a someterse a los deseos de Moscú
En cualquier caso, se ve perfectamente no sólo que el régimen de Putin está haciendo acertadas inversiones estratégicas -en infraestructura, laboratorios y un ejército revivido y moderni-zado-, sino que la nueva riqueza está dando al Kremlin la confianza necesaria para llevar a cabo una política exterior agresiva, que saca partido a unas circunstancias mundiales que han dejado renqueante a Estados Unidos, han desviado la atención de China e India en otro sentido (hacia el crecimiento y la modernización interna) y han dado a todos los países productores de petróleo un poder inmenso. Ni siquiera las incompetentes administraciones de los difuntos Chernenko y Bréznev habrían podido malbaratar unas cartas tan buenas. Y da la impresión de que Putin debe de ser un jugador de póquer verdaderamente temible.
Acciones unilateralistas
En estos momentos, la lista de acciones unilateralistas de Moscú sólo se ve superada probablemente por las de la Casa Blanca. Véase un ejemplo: Rusia utiliza su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para apoyar a Serbia y aplastar los deseos de independencia de Kosovo de la misma forma que EE UU emplea su privilegio para proteger a Israel y bloquear las resoluciones propalestinas en dicha organización. Igual que, también en el lado negativo, Rusia controla lo que el Consejo de Seguridad puede o no puede hacer a propósito de las sanciones contra Irán y Corea del Norte.
Y la lista sigue. Los ministros de Putin son expertos en utilizar la llamada diplomacia del oleoducto para obligar a vecinos como Bielorrusia y Ucrania a someterse a los deseos de Moscú y ser conscientes de que dependen de las reservas de energía rusas, y es evidente que además pretenden lograr el efecto secundario de intimidar también a los países de Europa occidental. Estonia y Letonia sufren presiones por lo que se consideran actos antirrusos, como la eliminación de monumentos de guerra soviéticos y el trato que reciben los ciudadanos de lengua rusa.
Las compañías occidentales de petróleo están descubriendo que el Gobierno de Moscú no considera que un contrato para controlar los recursos energéticos sea necesariamente una obligación legal sagrada; a medida que el Estado ruso recupera su poder, insiste en cambiar las condiciones para garantizar que el Kremlin y los organismos dependientes de él sean los principales propietarios. Y muchos de los directivos de las más poderosas compañías petroleras occidentales se habrán frotado los ojos al enterarse de que Rusia acaba de reivindicar amplios derechos sobre el Polo Norte, con los consiguientes derechos de explotación de los recursos energéticos existentes en el lecho marino.
En realidad, comparadas con las extravagantes actuaciones de Hugo Chávez en Venezuela y Mahmud Ahmadineyad en Irán, las de Rusia son bastante predecibles. Son los pasos propios de una élite de poder tradicional que, después de haber sufrido la derrota y la humillación, ahora está empeñada en recuperar sus activos, su autoridad y su capacidad intimidatoria.
No hay nada en la historia de Rusia desde Iván el Terrible que indique que lo que está haciendo Putin es nuevo. El origen de las políticas desde arriba del Kremlin se remonta a hace mil años. Por eso, las noticias de Rusia que más me llaman la atención no son las que hablan de submarinos no tripulados bajo el casquete polar ártico ni de presiones a Bielorrusia para que pague los atrasos por petróleo. Lo que me interesa son las medidas más amplias y más sutiles instituidas por Putin para fomentar el orgullo nacional e incluso nacionalista. Si no me equivoco, son síntoma de una determinación mayor y, tal vez, más siniestra.
Confío en que basten dos ejemplos: la creación de un movimiento patriótico juvenil y la reescritura nada sutil de los manuales de historia rusos. El movimiento juvenil, llamado Nashi (Nuestro), nació hace sólo un par de años, pero está creciendo a toda velocidad gracias al estímulo de las instituciones oficiales, decididas a emplear ese núcleo de ultranacionalistas rusos como puntal del régimen de Putin contra los críticos internos (es decir, liberales).
Las políticas que propugna Nashi son eclécticas, aunque seguramente habría podido decirse lo mismo de las Hitler Jugend hace 70 años. Entre sus principios están la veneración a la patria, el respeto a la familia, las tradiciones rusas y el matrimonio, y un odio bastante absoluto a los extranjeros. Es difícil decir, de entre los imperialistas estadounidenses, los terroristas chechenos y los ingratos estonios, quién ocupa el primer lugar de la lista de los que amenazan la forma de vida rusa.
En la actualidad, Nashi entrena a decenas de miles de diligentes jóvenes; en verano acuden a campamentos en los que hacen aerobic en masa, hablan sobre política "apropiada" y "corrupta", y reciben la educación necesaria para las luchas que se avecinan. Me parece todo bastante espeluznante.
Una nueva visión de la historia
Como espeluznantes son las informaciones de que Putin ha felicitado a los autores de un nuevo libro para profesores de historia que trata de inculcar a los adolescentes el orgullo por la historia de su país y fomentar la solidaridad nacional. Como historiador, siempre rechazo la idea de que los ministerios de Educación tengan que aprobar una concepción oficial del pasado nacional, aunque sé que eso es lo que hacen los burócratas desde Japón hasta Francia.
Pero una cosa es que a los niños franceses se les hable del heroísmo de Juana de Arco y a los estadounidenses de la galopada de medianoche de Paul Revere; todo el mundo tiene derecho a tener algún Robin Hood o Guillermo Tell. Y otra, bastante más inquietante, es saber que el nuevo libro de historia ruso dice que "la entrada en el club de los países democráticos implica ceder parte de la soberanía nacional a Estados Unidos" y otras lecciones contemporáneas de ese calibre, que sugieren a los adolescentes rusos que en el extranjero les aguardan las fuerzas del mal.
¿Qué significa todo esto? Si el precio del petróleo cayera, es posible que los esfuerzos de Putin para poner en marcha un renacimiento nacionalista ruso se desbarataran. Pero no cabe duda de que este plan para reconstruir el orgullo y la fuerza de Rusia de arriba abajo y de abajo arriba es coherente.
A largo plazo, que los extremistas de Nashi se manifiesten en la calle contra el embajador británico y que arranquen de su mástil la bandera estonia pueden ser oscuras notas a pie de página en los libros de historia. En cambio, las campañas deliberadas para adoctrinar a los jóvenes rusos y reescribir la historia de la gran y turbulenta nación que van a heredar pueden tener mucha más importancia para el desarrollo de nuestro siglo XXI.
Paul Kennedy dirige el departamento de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. © 2007, Tribune Media Services, inc. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia
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