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Columna
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Otra vez

Probablemente es falso que el hombre sea el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y vuelve a cometer así el mismo error. A mí me consta que alguno de los perros que he tenido en mi vida han metido la pata en el mismo sitio más de una vez, y recuerdo el caso de uno, hace muchos años, que se quemó varias veces el rabo por acercarse demasiado al brasero en invierno. Lo que si es de verdad llamativo es que el hombre repite mucho más el error que el animal, ganándole en la forma tan pertinaz de volver a darse en el mismo lugar el batacazo. Y lo más curioso, además, no es sólo que el hombre repita el error, es que lo demos ya por descontado, como si formara parte de nuestra naturaleza, y por eso somos demasiados benevolentes con esta enorme capacidad humana de errar.

Una de las fotos que he sacado de un viaje a Italia que he hecho para moderar y cultivar mi espíritu -consejo de una amable lectora- entre obras del Renacimiento, de la cultura romana, y la excelsa, prepotente y empalagosa de la Iglesia de Roma, es la de la estatua de Nicolás Maquiavelo en la fachada de la galería de los Uffizi de Florencia. Me cae bien el personaje, porque en su famosa obra El Príncipe, lo que hace, más que inventar, es dar consejos sobre cuestiones surgidas de la experiencia en el pasado, para que los dirigentes, llevados del saber, y no sólo de la prudencia, no cometieran los mismos errores.

Una advertencia que hacía, por comentar un caso, era la dificultad para cualquier príncipe europeo de ocupar el imperio ruso debido a su enorme extensión. Sin embargo, en una de las ediciones más difundidas de la obra de Maquiavelo, la comentada por Napoleón, con cierta prepotencia este personaje se atreve a formular que él podía dominar dicho imperio, y de todos es sabido que fracasó a pesar de las excelencias de su ejército. La cosa no iría a más si dicha edición no la hubiera leído Hitler, que añadió, a su vez, que él si lo podía hacer, y todos sabemos que en la URSS encontró su tumba el III Reich. Todo esto para que veamos en los grandes ejemplos la capacidad humana de errar con cuestiones muy serias que acaban teniendo graves consecuencias, a pesar que en la política haya autores tan preclaros como el florentino.

Ante lo pequeño pasa lo mismo. Nada más bajar del avión leo que con el timo de las tintas que convierten en buenos billetes a euros descoloridos un grupo, presuntamente de congoleños, acaba de estafar unos ochocientos mil euros a baserritarras y a algún que otro pequeño empresario de Guipúzcoa. Dejando a un lado el fácil chiste de que eran guipuzcoanos, porque a más de un vizcaíno conozco que le han hecho el conocidísimo timo de la estampita, el portavoz del sindicato agrario que daba la noticia, justificándola en evitar así que se dieran más casos de la estafa, se temía que la cuantía pudiera ser aún mayor, pues mucha gente por vergüenza no se habría atrevido a hacerla pública, pues de todos es sabido que en este tipo de timos la mala fe de la víctima cuenta mucho para que tenga éxito.

Pues bien, como si no estuviéramos avisados de los timos existentes, y concretamente de este increíble de fabricar billetes de circulación legal, la gente sigue picando, demostrando que, por mucho que la prensa haya informado de casos semejantes en el pasado, y que algún cómico como Tony Leblanc popularizara este tipo de pícaros y sus trampas, sigue la gente picando como si nada.

Por consiguiente, tendremos que mentalizarnos de que, por muchos maquiavelos que hayan existido para avisarnos de los errores que se pueden repetir, o muchos caricatos hayan representado todo tipo de timos para que estemos al tanto, y de paso sacarle la veta del humor al malintencionado que quería aprovecharse del mismo, volveremos a ver las mismas cosas que en el pasado y nuestra vida parecerá una repetición de hechos que bien se hubieran podido evitar si hubiéramos leído con más atención o mirado la tele advirtiendo que lo que con seriedad contaba el consejero político, o con guasa contaba el cómico de una estafa, perfectamente nos puede estar pasando a nosotros mismos en este momento. El inicio de todo ese rito de repetir el tropiezo sobre la misma piedra es la prepotencia humana. Le pasó nada menos que a Napoleón y a Hitler, ¿por qué no nos puede pasar a nosotros?

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