_
_
_
_
_
TONTOS DEL VERANO / 4
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los de baba

Elvira Lindo

A algunos padres les da una vergüenza imponente reñir a los niños delante de la visita. A los padres les llamaremos progenitores; a la visita en cambio podemos llamarla como toda la vida de Dios: la visita. La visita que se joda. A los progenitores les da vergüenza reprender a los niños, sobre todo en verano. Los progenitores han aprendido (de los famosos) a decir eso de que los hijos son el motor de su vida. Lo dicen de boca para afuera, para dentro cuentan los días que faltan para que los niños partan hacia campamentos lejanos, para que vuelva septiembre o para que venga una abuela y se los lleve de una puñetera vez. Los progenitores viven esa contradicción como un pecado mortal y, carcomidos por la culpabilidad, no se atreven a reprenderle al niño cuando viene la visita. La criatura no saluda a la visita. Los progenitores, primero el A, luego el B, le ruegan que diga hola, que al menos tire un besito al aire aunque sea sin mirar, ¡lo que sea! Pero nada, la criatura se cierra en banda. La visita, a la que a su vez le da vergüenza que los progenitores sientan vergüenza de reprender, intenta atraer la atención del niño/a hablándole de temas fascinantes: una infecta serie de televisión, un juego de la Play o el peinado de Ronaldinho. La criatura gruñe como si estuviera acorralada y la visita entonces piensa que ese ángel que vio cuando entró a la casa es ahora un calco de la niña de El Exorcista, pero no lo dice, porque los progenitores, cuando de sus niños se trata, pierden la objetividad y quién sabe si la cosa se lía de tal forma que la visita tiene que largarse sin probar bocado. Es bastante común en nuestros días que a costa de los niños se llegue a las manos.

Esa visita que está ahora mismo haciendo el payaso delante de la criatura para que eructe un mísero saludito está deseando acabar con la farsa, que le den por saco a la criatura y que los progenitores saquen el jamón y el Tempranillo. Sólo el jamón y el vino pueden hacer que la noche remonte. Después de la tercera copa, una vez que el alcohol ha golpeado los malos sentimientos, la noche se encauza y la visita y los progenitores hablan de temas candentes. Véase, la educación para la ciudadanía. Tanto la visita como los progenitores están dedicados de alguna manera al mundo de la enseñanza así que se muestran de acuerdo en considerar que tanto artículo publicado sobre las diferencias entre Instrucción y Educación se les antoja ya como un remake de Barrio Sésamo, en donde se aprendía a distinguir entre arriba y abajo, dentro y fuera. Ellos se pasan el día educando e instruyendo y es verdad que ahora se pierde más tiempo en educar, dicen, porque los niños van a la escuela sin desasnar, pero en la escuela siempre ha estado íntimamente un concepto relacionado con el otro. La conversación va subiendo de tono sin que se den cuenta porque (en casa del herrero cuchillo de palo), según la criatura ha ido subiendo el volumen de la tele, ellos han ido elevando el tono de voz, y en esa especie de guerra sorda entre progenitores y criatura se ha ido desarrollando la noche. A las tres de la mañana la visita se levanta dando tumbos. Los progenitores quieren que la criatura diga adiós. La criatura dice que para nada. Los progenitores dicen, pobrecita, tiene sueñecín. La visita va a decir, "cómo se parece vuestra niña a Chuqui el muñeco diabólico", pero la sensatez se impone a la curda que lleva. Una vez en el taxi, la visita, una pareja en la flor de su madurez, dormita, apoyados el uno en el otro. Están tan compenetrados que a los dos se les viene el mismo pensamiento a la mente. La actitud de esos progenitores, tontos de baba, hacia su criatura es la misma que adoptan los partidos hacia el mundo radical vasco. Por favor, condenad la violencia, anda, para que no digan, si no os cuesta tanto. Mientras, la visita piensa que tanta insistencia es patética.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_