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Aste Nagusia
Columna
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Reloj biológico

Cuando el que escribe da una vuelta por Bilbao, en la Aste Nagusia, concluye que la fauna local, dentro de la subespecie de "famosos", se divide en dos grandes variedades.

Están, por una parte, los que podríamos denominar famosos permanentes, vitalicios o a tiempo completo, notables cuya presencia en los hoteles, en las terrazas, en los tendidos, en los ecos de sociedad, durante Semana Grande, sólo es una más de sus actividades, actividades que se prolongan todo el año dentro de una apretada agenda. Por decirlo de otro modo: son famosos con contrato fijo de famoso, gentes de renombre que forman parte del alma de la villa, de modo que su presencia en la Aste Nagusia es sólo una estación más en su navegar por las aguas (a ratos limpias, a ratos turbias) de la notoriedad local.

En Aste Nagusia se da el fenómeno de los famosos específicos, y los notables que sólo son notables a lo largo de estos días

Pero hay unos personajes mucho más sorprendentes y que acaso definan mejor el verdadero espíritu de la Aste Nagusia. Se trata de los famosos específicos, los notables que sólo son notables a lo largo de estos días. Hablamos de individuos adscritos a las élites financieras e industriales, cuya vida a lo largo del año es tan discreta que nadie sabe de ellos salvo sus allegados, y eventualmente sus sirvientes, pero que en Semana Grande asoman de improviso, como osos que han concluido un letargo invernal y se permiten una efímera primavera, para tomar bayas reconstituyentes en la plaza de Vista Alegre o en los más caros hoteles del centro de Bilbao.

¿Quién define estas categorías? ¿Cómo se diseña una trayectoria pública para dirigirla en una u otra dirección? Acaso haya expertos de las relaciones públicas que puedan explicar estos fenómenos. O acaso nadie pueda hacerlo. Pero lo cierto es que ambas especies existen y ambas son radicalmente distintas. Confieso mi simpatía por los primeros, los famosos vitalicios, estructurales, y una cierta antipatía por los temporeros de la fama.

Los famosos permanentes se han ganado a pulso su puesto en los saraos, la atención de los fotógrafos, el halago de los meritorios. Llevan años y años organizando cofradías gastronómicas, patrocinando deportes minoritarios, consiguiendo premios variopintos o asistiendo a presentaciones de libros, exposiciones, conciertos y actos benéficos.

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Ellos son los que sostienen durante el largo invierno la ficción de que esta es una ciudad con vida propia. ¿Cómo no ofrecerles ahora nuestra consideración? Se merecen las miradas que concentran sobre sí en bares y terrazas, y se merecen de igual modo la atención de los cronistas.

Más injustificable parece la importancia que cobran en estos días los temporeros de la fama: nadie ha sabido de ellos a lo largo del año. Viven en el discreto anonimato de los grandes inversores. Eso sí, se acercan a Vista Alegre o asoman por el vestíbulo del hotel correspondiente y todos comentan entre susurros el suceso, como si Bilbao no pudiera pasar sin ellos y su llegada, más que un acto de presencia, fuera una mística transfiguración.

Luego, tras unas horas de singular protagonismo, desaparecen sin dejar rastro y habrá que esperar a la próxima Aste Nagusia para tener noticia de ellos.

Los famosos permanentes se han ganado su puesto a pulso, pero los temporeros de la fama, cuyo nombre reverdece cada Aste Nagusia, nos obsequian con unas pocas horas de cegadora luz divina.

Dice un amigo mío, haciendo uso de ese acero con que observa la realidad, que determinados personajes son como salmones que acuden anualmente a Vista Alegre a desovar y que luego retornan al océano. Volverán a remontar la ría, desde Neguri, en la próxima Aste Nagusia, llevados por las leyes del reloj biológico que gobierna sus movimientos, y bajo la mirada atenta de todos los naturalistas que estudiamos estos curiosos fenómenos de la vida animal.

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