La muerte de un anarquista
Luchó toda su vida por el triunfo de las ideas libertarias, mantuvo viva la llama anarquista durante los años cuarenta y cincuenta. Hace 50 años, en agosto de 1957, fue abatido en una emboscada en Barcelona como si se tratara de un perro rabioso. Josep Lluís Facerías, un personaje peculiar.
Luchó toda su vida por el triunfo de las ideas libertarias y murió en una emboscada como si se tratara de un animal rabioso. Fue abatido en las puertas del manicomio de Sant Andreu, en Barcelona. Ni tiempo tuvo para sacar el arma.
Y había tomado las precauciones de siempre, como era su estilo. Llegó en un taxi una hora antes a la cita y dio una vuelta por el lugar para comprobar que no hubiera nada sospechoso. Se apeó del vehículo en la confluencia de Doctor Urrutia con Pi i Molist y, apenas se quedó solo, abrieron fuego contra él desde ventanas y azoteas. Aún herido, tuvo un reflejo y saltó un pequeño muro para dejarse caer en un solar que estaba cuatro metros más abajo. Desde las ventanas de un edificio de la calle Nilo, inspectores y agentes de la Brigada Político Social (BPS) le remataron con fusiles y armas automáticas. Murió como siempre han muerto los bandidos.
Contactaron con alguien de El Pardo que les facilitaría la entrada para volar el palacio en que residía el Caudillo
Para la Navidad de 1949 planearon el caos y el levantamiento popular en Barcelona. Era su sueño libertario
Ocurrió hace ahora 50 años, el 30 de agosto de 1957. El muerto, además de una pistola y cinco cargadores, llevaba 500 francos franceses, 1.000 pesetas, librillo de papel de fumar, petaca y un espejito, porque siempre le gustó mucho cuidar su imagen. Le llamaban Petronio por su elegancia. Era Josep Lluís Facerías, enemigo público número uno de la policía franquista, uno de los cuatro jinetes de la lucha libertaria junto a Sabaté, Massana y Ramón Vila.
Facerías murió en una España muy distinta de aquella en la que empezó su lucha. Se había iniciado una nueva época y, como les ocurrió a los viejos forajidos del Oeste americano, no se dio cuenta de que la oposición a la injusticia y la opresión ya no estaba en el poder de las pistolas, sino en la lucha política. Apenas unos meses antes se habían iniciado huelgas laborales en el País Vasco y Cataluña, y habían sido encarcelados estudiantes, hijos de la burguesía, a causa de las protestas en la Universidad. La política de "reconciliación nacional" de los comunistas comenzaba a dar sus frutos.
Pero para Facerías, Sabaté, Ramón Vila y Massana, el derrocamiento del franquismo estuvo siempre ligado a la lucha armada, a atentar contra los represores del régimen y a "infligir golpes a la economía del Estado". Y, como escribía el historiador anarquista Antonio Téllez, "la tragedia de estos hombres es que tuvieron que batirse contra dos frentes: la represión franquista y el abandono de sus propios compañeros de ideas".
Facerías, como los otros, se pasó la vida recibiendo hostias de todas partes: de la República, del franquismo, de los comunistas, de la organización anarquista ortodoxa... Biografías similares: al estallar la Guerra Civil, con 16 años, se afilió a las Juventudes Libertarias, marchó al frente de Aragón con la Columna Ascaso, fue hecho prisionero y, tras la cárcel, la mili obligatoria. Así hasta 1945. Atrás quedaron una mujer y una hija que tomaron el camino del destierro y a las que nunca volvería a ver, porque la vida familiar y la lucha clandestina han sido siempre incompatibles.
En 1945, libre al fin, creó el Movimiento Libertario de Resistencia para seguir la lucha en el interior, renunciando al cómodo exilio en Francia. Había que demostrar que la guerra no había terminado e impedir que la ONU aceptara el régimen de Franco y que los americanos pactaran con el dictador. Según la propia BPS, los objetivos de estos grupos de acción eran: "Desorganizar la economía del país, cometer atracos para financiar a la organización anarquista en Toulouse, eliminar a personas adictas y fieles al Nuevo Estado y crear, en definitiva, un ambiente de terror que desmoralice al pueblo y provoque la intervención extranjera ante la incapacidad del gobierno español para dominar el caos".
La II Guerra Mundial había terminado y los aliados habían perdonado la vida a Franco. El esfuerzo de todos los españoles que habían luchado en Europa contra el fascismo había resultado baldío. Y mientras los comunistas decidieron abandonar la lucha armada, los anarquistas intensificaron la guerrilla urbana haciendo de Barcelona su centro de operaciones.
Los que venían del exterior se quedaban sorprendidos de cómo habían cambiado las cosas en unos pocos años, se encontraban con compañeros que nada tenían que ver con los de hacía unos años, aun siendo los mismos. Los motivos del cambio se hallaban sin duda tras las terroríficas estadísticas: 180.000 desaparecidos y 75.000 fusilados. Era una población esquilmada por la guerra, hambrienta, apaleada y asustada.
Así lo explica el historiador Bernat Muniesa: "Facerías y Sabaté adquirieron una personalidad mítica en estos años porque los que habían perdido la guerra se consolaban de alguna forma con sus acciones. Ellos eran los que seguían una lucha en nombre de todos, ya que la gran mayoría estaba quieta por el miedo a la supervivencia".
Unos tipos arriesgados y audaces que lo mismo se aventuraban a ir a tomar un café en el bar de Vía Layetana frecuentado por policías de la cercana jefatura que, como Massana, mostraban gran sentido del humor al dedicarle un "disco solicitado" al comandante de la Guardia Civil de Berga, Espérame en el cielo.
Facerías y Sabaté fueron los mitos de la clase obrera oprimida a la vez que sus nombres poblaron de pesadillas los sueños de los niños de buena familia a los que sus padres amenazaban diciéndoles que si no eran buenos, vendrían Sabaté o Facerías, capaces de todo tipo de atrocidades.
"Acciones económicas" o "expropiaciones", según los activistas; vulgares atracos para la policía y la prensa. Pero el sentido ético de los libertarios era de tal magnitud que se planteó un debate sobre la conveniencia de elegir bancos o fábricas para sus actividades. Y escogieron los bancos por la sencilla razón de que sería el Estado el responsable de indemnizar a los afectados, mientras que si se asaltaban las cajas fuertes de las fábricas, se corría el riesgo de que los obreros se quedaran sin cobrar su semanada.
Se calculan en unos 400 los golpes económicos dados por los anarquistas entre 1945 y 1950; posteriormente, la actividad fue mucho menor tras la gran derrota sufrida por la guerrilla al final de los cuarenta. Hubo asaltos a joyerías, a fábricas de automóviles, a constructoras y a empresas de otros sectores industriales, pero la mayor parte de las "expropiaciones" se efectuaron en entidades bancarias de Cataluña y, concretamente, de Barcelona.
Valga como ejemplo de su forma de actuar lo ocurrido con motivo de un atraco que Facerías llevó a cabo en Madrid, probablemente la única ocasión en la que actuó fuera del territorio catalán. Una anécdota que relata Josep M. Loperena, autor de la novela Ulls de Falcó, basada en la personalidad de Facerías.
Wenceslao Giménez Orive, el legendario luchador libertario Wences, pidió a Facerías que le acompañara a Madrid para ayudarle en un intento de matar a Franco. Wences había hecho un contacto con alguien del interior de El Pardo quien, a cambio de una importante suma de dinero, les facilitaría la entrada en el palacio en que residía el Caudillo, para que pudieran volarlo por los aires.
Como no tenían el dinero que les exigía el desconocido, decidieron atracar un banco y escogieron una sucursal del Popular en la calle de Embajadores. Necesitaban un vehículo y se dirigieron a las inmediaciones del hotel Palace, donde se fijaron en un cochazo americano (un haiga, como se decía en la época) en cuyo interior aguardaba un chófer uniformado. Facerías, que era de finos modales, subió al vehículo y le contó al conductor que eran anarquistas y necesitaban el coche para una acción, pero que no temiera nada porque se lo devolverían una vez realizada.
Se dirigieron a la puerta del banco y entraron en él Facerías y Wences mientras los otros dos preparaban la retirada. En menos de dos minutos vaciaron las arcas y, cuando ya salían, Facerías reparó en una viejecita que lloraba desconsolada porque se habían llevado 10.000 pesetas que acababa de darle al cajero para realizar un ingreso. Facerías le dijo a Wences que aguardara y sacó, no 10.000, sino 20.000 pesetas, y se las entregó a la mujer, que, agradecida, le dio un beso.
La salida resultó espectacular. Fueron sorprendidos por unos policías cuando arrancaban y comenzaron a cruzarse disparos. Los asaltantes lograron salir de Embajadores, pero, como no conocían Madrid, fueron a dar de nuevo a la puerta del banco, donde se habían congregado gran número de policías. Finalmente le devolvieron el coche al chófer tal y como le habían prometido y, al comprobar que el contacto de El Pardo no daba señales de vida, Facerías regresó a Barcelona y los otros se fueron hacia Andalucía a contactar con compañeros y a repartir el botín entre personas necesitadas.
La actividad de los "grupos de acción", exceptuando alguna tirada de octavillas o una acción de propaganda, se centraba prácticamente en la "recaudación de fondos". Fondos que eran escrupulosamente entregados a la sede de la CNT en Toulouse, cuyos dirigentes no tenían reparos en aceptarlos, pero a la vez criticaban a los activistas por la mala imagen que daban de la organización.
A Facerías se le ocurrieron otras formas de llevar a cabo "expropiaciones" que supusieran menos peligro que atracar un banco. Los controles, por ejemplo. Escogían una carretera adecuada, como el cruce de los Cuatro Caminos de Molins de Rey o las sinuosas curvas del ascenso a Montserrat, y se dedicaban a detener a todos los vehículos que pasaban y a quitarles a sus propietarios el dinero, la documentación y todo lo que de valor llevaban. En ocasiones llegaron a formar largas colas de retenciones. Y cuando llegaba el verano solían elegir carreteras de playa, más frecuentadas, como la costa de Garraf, entre Castelldefels y Sitges.
Este sistema lo practicaron también en los garajes donde la gente rica solía guardar sus coches. Encerraban en un cuartucho al vigilante nocturno y, a medida que llegaban los coches, iban desplumando a sus propietarios. Las noches de ópera en el Liceo eran las preferidas de Facerías y los suyos.
Y luego estaban los asaltos a los meublés, esa institución barcelonesa que no desapareció ni en los años más duros de la dictadura: unos hotelitos que alquilaban habitaciones por horas a parejas sin necesidad de que mostraran el libro de familia. Nada que ver con la prostitución, ya que sus clientes, mayoritariamente de clase alta, los utilizaban para aventuras pre o extramatrimoniales.
Una vez reducido el único responsable del meublé, el camarero, los asaltantes, que solían ser cuatro, iban por parejas de habitación en habitación y se apoderaban de las pertenencias de los clientes. Era un trabajo sin demasiadas complicaciones, por lo menos hasta la medianoche del domingo 21 de octubre de 1951, cuando se produjo un incidente en el hotel Pedralbes, situado en la carretera de Esplugas.
Uno de los clientes no sólo se resistió, sino que sacó un arma, y José Avelino Cortés, compañero de Facerías, disparó la metralleta sin pensarlo dos veces y dio muerte a toda una personalidad, Antonio M. S., uno de los más poderosos e influyentes constructores de Barcelona, que estaba acompañado de una chica menor de edad, hija de buena familia. Al oír los disparos, Facerías acudió y, al descubrir a la muchacha llorando, le pidió que se vistiera y que saliera del meublé con ellos.
Subieron al Cadillac, previamente confiscado, y lo detuvieron en las inmediaciones del monasterio de Pedralbes para reflexionar, analizar la situación y decidir lo más aconsejable para la chica. Facerías tomó la determinación de que acudiera a la policía y contara toda la verdad de lo ocurrido. Y tuvieron la gentileza de acompañar a la menor hasta los alrededores de una comisaría.
Los diarios del martes (entonces los lunes no había más que la Hoja) dieron cuenta en unas breves líneas de "un atraco a mano armada en un hotel", pero en las calles empezó a propagarse la verdad de lo ocurrido, y la imaginación popular añadió al suceso que la menor era sobrina del constructor y que se iba a casar en unos pocos días. Dos esquelas típicas ("murió cristianamente") aparecieron en la misma edición confirmando la realidad de los hechos.
Aunque públicamente no se citó su nombre, la persecución contra Facerías se intensificó de tal forma que decidió marcharse a Italia, donde pasó una larga temporada.
El año 1949 fue clave en la lucha de los anarquistas para derrotar a Franco. Entre mayo y noviembre se produjo la gran ascensión y la caída de la guerrilla urbana libertaria.
Facerías llegó a Barcelona a primeros de mayo y convocó una reunión en un pinar de la montaña de San Pedro Mártir, en las inmediaciones de la ciudad. Franco se disponía a visitar Barcelona con motivo de la Feria de Muestras y había que dar una respuesta. Acudieron unos cincuenta hombres, entre ellos Sabaté, Domingo Ibars, Ramón Vila... los más destacados activistas. Se plantearon acciones puntuales, como la colocación de bombas en los consulados de Bolivia, Perú y Brasil -tres países que apoyaban la entrada de España en la ONU-, pero, sobre todo, aquel encuentro histórico sirvió para diseñar un levantamiento popular en Barcelona, algo como poner en pie un sueño.
Se fijó la fecha para diciembre, en torno a navidades; éste era el plan a seguir: Facerías, con sus hombres, se encargaría de asaltar la cárcel Modelo y liberar a todos los presos mientras Sabaté estrellaría un coche cargado de dinamita contra la Jefatura de Policía para dejarla convertida en escombros. Otro grupo irrumpiría en la sede de Radio Barcelona, desde cuyos micrófonos se daría lectura a un comunicado que incitara al pueblo a tomar la ciudad para liberarla, y, paralelamente, otros se encargarían de confiscar los talleres de Solidaridad Nacional y sacarían una edición con la cabecera de Solidaridad Obrera, el órgano informativo de la CNT hasta 1939. Massana y Ramón Vila se encargarían de aislar la ciudad a base de volar las líneas telefónicas y de alta tensión que la alimentaban. Así, Barcelona sería de nuevo, como en julio de 1936, territorio libertario.
Pero lo real fue que Franco llegó el 1 de junio, y la presencia en la Feria de Muestras de banderas de Francia, EE UU, Inglaterra y Alemania Occidental dejaba bien a las claras que el reconocimiento del franquismo por la ONU estaba a la vuelta de la esquina. Aunque la presencia del maquis libertario se dejó sentir, ya que, además de las explosiones en los consulados, una bomba dejó paralizada la central eléctrica La Afortunada, y Facerías, personalmente, voló varios camiones cisterna en unas dependencias de Campsa.
Antes de que llegaran las navidades, los libertarios vieron desvanecerse su sueño. No solamente no pudieron acabar con el franquismo, sino que fue el franquismo el que acabó con ellos. En aquel otoño-invierno de 1949, la resistencia libertaria fue aniquilada. Cayeron prácticamente todos los militantes del maquis, y los que no fueron muertos a tiros en la calle o ejecutados serían sentenciados a largas condenas. El exterminio se cerró el 14 de marzo de 1952 con el fusilamiento de cinco anarquistas en el Campo de la Bota, en el mismo lugar en el que, 50 años después, se levantarían las instalaciones del Fòrum. Y así se inició el largo túnel de los cincuenta.
Porque los años cincuenta fueron un túnel en la lucha libertaria. Desaparecidos los cuadros del interior, retirado Massana, su presencia se limitaba a pequeñas acciones esporádicas de escasa repercusión social. Facerías fue expulsado de la CNT por "moroso" y marchó a Italia, donde entró en contacto con jóvenes anarquistas de Grupos de Acción Proletaria con los que compartió adoctrinamiento teórico y prácticas en "expropiaciones", que llevaron a cabo en bancos y joyerías de Génova y Roma.
A Facerías se le pasó por la cabeza la idea de marcharse a Brasil, pero no podía resignarse a seguir en el empeño de luchar frontalmente contra el franquismo. En 1956 decidió volver a España; lo hizo con su viejo compañero Luis Agustín Vicente y un joven italiano, Goliardo Fiaschi. Los tres en bicicleta y mochila a la espalda. El 17 de agosto cruzaron la frontera con documentación falsa. Entraban en una España que nada tenía que ver ya con la de la posguerra: el aislamiento internacional había terminado, Franco ya estaba en la ONU y no cesaba de firmar pactos y alianzas con las potencias democráticas. Como dijo Churchill, "Franco puede ser un problema para los españoles, pero no lo es para Europa".
Llegaron a Barcelona el día 27 y se alojaron en una cabaña al pie del Tibidabo. Luis se fue a Sabadell a ver a un amigo y allí le detuvieron. El día 30, Facerías le dijo a Goliardo que tenía que ir a una cita en Barcelona y que, si a medianoche no había regresado, se marchara a Francia. Cogió su bicicleta y después un taxi para tomar precauciones antes de la cita, pero...
Su muerte, que fue silenciada por la prensa libertaria, pareció de alguna forma un anacronismo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.