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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Posos de todos los cafés

Antes de que los sitios de encuentro pasaran a ser eminentemente virtuales y por tanto insípidos, existieron espacios reales, físicos, llenos de agitación y de humo de tabaco, sin los cuales acaso no hubiera existido la parte principal de la modernidad intelectual y literaria: los Cafés. Siguiendo a Gómez de la Serna, Antoni Martí Monterde (Torís, Valencia, 1968) empieza este ensayo extraordinario, Poéticas del café, -finalista del Premio Anagrama- distinguiendo entre la infusión -el café- y el local donde se bebe -el Café-. Y no deja de seguir la forma en que el efecto estimulante de la bebida se traslada a ese cruce de todos los haces que fueron los Cafés, a la vez en el centro y al margen de las grandes ciudades europeas, raros y a veces escondidos apéndices de las grillas urbanas que fueron la sede de la bohemia, de las tertulias donde se incubaron los manifiestos de las vanguardias, todo lo mejor de la poesía del siglo XIX y la primera parte del XX, entre otras cosas. Martí Monterde, cuyo sistema de lecturas -tejido de cruzamientos imprevisibles y felices- es en sí mismo euforizante, recupera por ejemplo al gallego Julio Camba, quien en 1916 escribía sobre el más célebre Café Berlinas: "No hay rincón de la tierra que no tenga su órgano en el Bauer. En el Bauer no pasa desapercibido ningún acontecimiento, por lejano y por pequeño que sea". El Café como primer aleph de la información sin fronteras, de la crónica local de alcance universal.

POÉTICAS DEL CAFÉ

Antoni Martí Monterde

Barcelona. Anagrama, 2007

490 páginas. 20 euros

Aunque, como es lógico, este libro está lleno de bares y de Cafés y de anécdotas relacionadas con ellos, a Martí Monterde no le interesa la mitología de un local en particular, el anecdotario prestigioso, el chisme vuelto leyenda pintoresca. Lo que persiguen estas Poéticas son las articulaciones de los Cafés como un espacio de entidad peculiar, un collar que recorre Europa y que sirve de refugio y a la vez de plataforma a todo el movimiento librepensador, desde el siglo XVIII hasta finales del XX. Así, el mismo libro de Martí viene a ocupar un lugar semejante al de su objeto de estudio: un punto en el que confluyen el genial Mariano José de Larra de El pobrecito hablador con el E. A. Poe de El hombre de la multitud; los paseos y refugios parisienses de Baudelaire historiados y alegorizados por Walter Benjamin y por Pierre Bourdieu, junto con las ilusiones perdidas de los héroes de Balzac; Elias Canetti espiando al gran Karl Krauss en el café Museum de Viena, en donde escribía su diario unipersonal Die Fackel; La fontana de oro de Galdós y La colmena de Cela, las muchas crónicas de café de Josep Pla, el talento de Gómez de la Serna para captar lo que se incuba en las mesas de los tugurios madrileños. No deja de ser curioso que éste sea el primer libro en castellano de Martí Monterde (el anterior, L'erosió, en catalán, era un excelente "viaje literario a Buenos Aires", en busca de los fantasmas de Pla y de Rusiñol, buena parte de los cuales se encontraban, precisamente, en los amplios y populosos cafés porteños). Puesto que esa cierta excentricidad que le da el hecho de ser un escritor valenciano residente en Cataluña le permite hacer una inédita relectura del canon español: no con el ánimo clasificatorio de la filología ni el reverencial de la exaltación chovinista, sino con el mejor sesgo lúcido del ensayismo literario, detrás del cual hay siempre un lector tan ávido como inteligente. En estas Poéticas la literatura española es siempre contemporánea de su tiempo europeo, sin forzamientos ni complacencias.

Como lugar de transición en

tre el espacio público y el privado, el Café es el lugar donde la subjetividad se cultiva y evoluciona. En el corazón de este libro hay un extraordinario recuento de la bohemia como credo, como actitud en que hambre y poesía eran inseparables, en que Baudelaire crea la figura moderna por excelencia, la del flâneur que callejea por París, librado de los encuentros casuales, a la caza de las figuras e imágenes recreadas luego en las páginas de Las flores del mal y los Poemas en prosa. En algún momento aparece George Perec observando, desde un café, una plaza parisiense cuya descripción intenta "agotar". Es, casi, la aspiración de Martí Monterde: dejar exhausta su materia, no para clausurarla sino, al contrario, para renovarla y darle a su libro la -últimamente- inusual convergencia de información y razonamiento.

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