La hora portuguesa
En uno de mis primeros viajes a Portugal, durante los años 60 del siglo pasado, una vez cruzada la frontera internacional con su puente de hierro sobre el Miño, con el 1500 negro ya escalando las callejas de Valença, un pariente mío (eran años de familias numerosas) tuvo una fase premonitoria.
-Atrasados ate na hora.
Recuerdo su exabrupto ultramontrano muchos años más tarde porque en él habitaban dos historias que están de plena actualidad: la primera que los gallegos, o gran parte de ellos, iban por entonces a Portugal a por café o por toallas, a nada más; la segunda es que efectivamente esa hora menos portuguesa era para nosotros la puerta de entrada a otro país en el que había que atrasar los relojes de pulsera como si entráramos no sólo en otro Estado político sino también en otra dimensión del tiempo. Mucho tiempo después, acostumbrado a tremendos desfases horarios en mis viajes, habiendo desvariado con muchos jet lags y sobrevivido a costumbres absolutamente inéditas y a lenguas que nunca conoceré, la frontera portuguesa se yergue como el gran muro que tuvo que sortear mi existencia para convertirme en un viajero. Por ello, me da de nuevo que pensar y mucho que los habitantes de Tui o de Redondela tengan una hora distinta que en Viana o Guimarães, pero también creo que es razonable que el pequeño país, al otro lado del puente y de la fábula, conserve esa hora propia que le distingue antes y ahora de los saqueadores de café y de toallas.
José Saramago, que por amor se ha vuelto más ibérico que el Jabugo, soltó uno de estos días que el futuro de Portugal estribaba en reunirse con España. Lo dijo como tanta gente que pasa la frontera cada día o que piensa también, en otro orden de cosas, que Melilla y Ceuta pertenecen a Marruecos o que Gibraltar debería ser Andalucía. Lo dijo con esa vieja sabiduría del que habiendo nacido en el pueblo de Azinheira ha tenido que cruzar muchas veces tal frontera y respirar el aire del otro lado y suponer que para todos los demás como para él estaría bien ser más fuertes en este mundo de pequeñas pero pronunciadas diferencias. Un Estado de casi sesenta millones de personas en el sur del continente europeo impresiona. Y, sin embargo, la conjetura, más que sugerencia, del premio Nobel ha corrido como un reguero de pólvora en la parte lusa evidenciando así que picaba más que en la parte gallega o española. El pez grande siempre amenaza al boquerón del tamaño de los cinco euros.
No vamos hacer un referéndum ni siquiera un plan Ibarretxe mental, pero los gallegos sabemos que nuestro vecino de la fachada atlántica nos mira con recelo desde la batalla de Aljubarrota y que cualquier indicación en este sentido puede ser una presunta declaración de guerra. Tampoco veo que muy convencidos a los gallegos ni siquiera de suprimir la eñe española por la nh de Espanha y mucho menos cambiar su hora por la hora portuguesa. Y es que hay una extendida sospecha de que los mariscos del otro lado del Miño, o la lamprea o el pollo no son lo mismo, si acaso el bacalao, y el café y las toallas, si acaso el aguardiente de bagazo y, ya puestos, un queso de la Serra da Estrela y un gallo comprado en el mercadillo de Barcelos...
Se ha metido Saramago en un buen lío, pero estoy seguro de que a Lanzarote no le llega el oleaje de Peniche y si acaso ha contentado a parte de esos españoles que cuando descubrieron a Pessoa empezaron a consultar su signo zodiacal en los periódicos, por si fuera que cualquier día se acabaran convirtiendo en un heterónimo, y a una entrañable parte de esos gallegos que desearía cruzar la frontera sobre el Miño sin tener que retrasar el reloj de pulsera.
Es de suponer, al fin y al cabo, que buena parte del sueño sería hablar la misma lengua en Maputo o en Recife, en Cabo Verde y en Macao, pero eso forma parte de una política personal que ninguna lusofonía puede abrazar de momento, porque para los del otro lado de Tui, seguimos siendo en buena parte españoles.
He conocido a pocas personas tan odiadas por los intelectuales portugueses como el escritor italiano Antonio Tabucchi que ha escrito en el portugués de Pessoa algunos de sus libros. Saramago empieza a correr la misma suerte entre sus compatriotas por algo que ha dicho desde la sensatez aunque alejado de las convenciones. ¿No decía Fidel Castro que se había vuelto juancarlista? ¿Y Cristóbal Colón que descubrió las Indias? Algunos llaman fantapolítica a esta intromisión de la nostalgia en la vía muerta de la política que aspira a ser algo más que una digestión de las fronteras y los transportes de cercanías. Algo necesario para seguir habitando en este laberinto de la saudade.
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