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Columna
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Botellones castizos

Ni todo el Madrid de Lavapiés, Embajadores y Las Vistillas está de vacaciones -más bien es posible que muchos de sus vecinos pertenezcan a la bolsa de los que por falta de medios no pueden tomarse un respiro- ni creo que todos se echen a la calle por estos días de agosto, con o sin vestidos de chulapos, a armar la escandalera de la fiesta. Así que los que permanecen atados al curro y necesitan dormir, mal lo tienen, y los que, por falta de medios, no terminan en un apartamento de Benidorm y aspiran al descanso en el plácido Madrid del sosiego veraniego, están condenados al ruido desenfrenado de la tradición. Porque, además, la tradición festera no se atiene a la antañona costumbre de unos días de farra, la víspera y la fiesta, sino que gana en tiempo y se extiende ahora por semanas. Bien es verdad que juntar las celebraciones de San Cayetano, San Lorenzo y la Virgen de la Paloma es cosa vieja y responde a los días próximos que el calendario católico les reserva, con lo que no bien entra un santo, San Cayetano, despojado de flores por sus devotos según la costumbre, ya sale otro, San Lorenzo, con una parrilla que da grima en la calorina de agosto. Y cuando se acaba con los dos, bajan los bomberos el día 15 el cuadro de La Paloma, que es su patrona, sin que se sepa bien por qué encontraron los bomberos más propia para su patronazgo a esta Virgen de blanco y negro, rescatada de un portal de vecinos para los altares mayores, que al santo mártir quemado, más necesitado de ellos.

Hay un Madrid de agosto con olores de fritanga, carruseles, altavoces y cohetería que en la inmoderación de la juerga le pone imposible a otros el Madrid sosegado del verano. No se trata de que anden en guerra el Madrid castizo y el que no lo es, ni que los que quieren el descanso no pisen la fiesta, sino de hallar el punto medio en el que unos y otros se complazcan sin que por eso hayan de pasar por aguafiestas los que rechazan un ruido muy continuado. Esto que parece tan difícil no es sino mero civismo, una aspiración a convivir con la fiesta en paz, pero entre las tradiciones de más arraigo y más difícil erradicación de nuestro país parece hallarse la de que siempre gana quien más grita.

En realidad, las fiestas populares son un solemne botellón en el que coinciden los hijos con los padres, la costumbre nueva con la vieja. Y en la primera normativa de la autoridad competente contra el botellón madrileño se concedía privilegio para la trasgresión en fiestas patronales. Los jóvenes, sin embargo, saben menos de patronos que los viejos. Creo que no llegan a saber siquiera que la patrona de Madrid no es la Virgen de la Paloma, aunque sea el icono más castizo y popular, sino la de la Almudena, más arropado por la mitra archidiocesana y por las bodas principescas. Y los que lo saben, supongo que más que darse al botellón se dan a la oración catedralicia.

Pero si La Paloma no es la patrona de Madrid, lo será al menos de su barrio, con lo que sus celebraciones no escaparán, supongo, a las excepciones del botellón. Y, visto así, las fiestas patronales no son exclusivamente las de San Isidro o aquellas con las que en cada pueblo de la Comunidad honre supuestamente a sus patronos, sino las que cada barrio celebre por su Cristo, su Virgen o su santo. En cualquier caso, de fiesta patronal en fiesta patronal, el botellón itinerante, no sólo consentido sino fomentado, permite la expansión del ruido, el desaseo del espacio y la contaminación del medio ambiente en feliz coincidencia con un escenario de banderolas y gallardetes donde el turista puede comprobar de qué modo la tradición y la modernidad se dan la mano en Madrid.

La verbena de La Paloma no será esta noche lo que era, porque el tiempo es otro y Madrid también. Pero seguramente hubo un tiempo en que si no era mucho mejor sí que se desarrollaba en un espacio y un tiempo más en consonancia con el mantón de Manila. ¿Supone eso que aspiremos a que quede en el recuerdo y en las páginas de la zarzuela, cuando hasta el alcalde Tierno se esmeró en fomentarla? No. Supone hablar de nuestros anacronismos. Y, sin que la Virgen de la Paloma sea la culpable, y a propósito de los ruidos, supone hablar también de nuestras incongruencias.

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