Polonia necesita aire
Polonia se encamina, salvo sorpresa de última hora, hacia unas elecciones anticipadas en otoño que deberían servir para que el mayor de los antiguos países comunistas de la Unión Europea sustancie su imparable caos político, insostenible en las últimas semanas por los enfrentamientos que han dinamitado la coalición tripartita gobernante. El primer ministro Jaroslaw Kaczynski ha obtenido vía libre de su partido, el conservador Ley y Justicia, para la celebración de unos comicios que, según los sondeos, perdería ahora por al menos 12 puntos frente a la opositora Plataforma Cívica. Su hermano Lech, jefe del Estado, también es partidario de adelantar dos años la cita con las urnas.
El Gobierno formado en noviembre de 2005 ha presidido una etapa de rápido crecimiento económico, pero se ha caracterizado por su resentimiento histórico, su gusto por las crisis y su incompetencia básica, interna e internacional. Kaczynski ha sido incapaz de prevenir las peleas en su heterogénea alianza con un partido nacionalista católico de extrema derecha, la Liga de las Familias Polacas, y otro populista de origen campesino con el inquietante nombre de Autodefensa. El detonante de la que parece crisis definitiva ha sido la expulsión del Gobierno, el mes pasado, del viceprimer ministro Andrejz Lepper, el temperamental líder de Autodefensa, implicado en un presunto caso de corrupción.
En un país complejo, recién llegado al club europeo (2004) y donde economía y sociedad civil se desarrollan rápidamente, los Kaczynski, anclados férreamente en el pasado, se han aplicado a enterrar con supremo celo los vestigios liberales. La situación política polaca se ha venido enrareciendo con cada iniciativa relevante que su Gobierno purificador ha venido impulsando, se trate del arreglo de cuentas con los colaboradores de la policía secreta comunista, de su cruzada contra la homosexualidad y la pornografía o del recrudecimiento, si fuera posible, de la ley sobre el aborto. Con frecuencia, a la insania intrínseca de estos proyectos legales se ha unido una aproximación vengativamente partidista.
Las elecciones de otoño deberían sustanciar también el desajuste polaco de puertas afuera. El Gobierno nacionalista de Varsovia no encaja con los postulados liberales que presiden la UE, pero tampoco colabora con Bruselas en la resolución de los escollos que se le plantean a Europa para acabar de consolidar su organización interna. Más allá de su legítimo derecho a defender los intereses de su país, la inexistente política exterior de los Kaczynski ha cristalizado en un abierto desencuentro con las viejas democracias europeas y el manejo oportunista de los agravios históricos de Polonia. Hasta el punto de convertirse en un quebradero de cabeza para sus socios comunitarios.
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