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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A la desesperada

El primer ministro iraquí está en Irán en busca de apoyo del influyente Gobierno vecino de credo chií para tratar de detener la descomposición de su país, anegado en sangre y sin rumbo político. Antes, ha visitado Turquía, y allí ha prometido a los cada vez más nerviosos turcos que golpeará a los rebeldes kurdos que utilizan como base el norte de Irak. La visita de Nuri al Maliki a Teherán se produce sólo dos días después de que funcionarios iraquíes, iraníes y de EE UU formasen un comité conjunto para intentar apuntalar Irak.

La actividad del chií Maliki y su nivel de interlocución serían creíbles si fuera un primer ministro al cargo de un país. No es el caso. Representa cada vez menos a un Gobierno pretendidamente de unidad y cada vez más a una partida sectaria y de notoria incapacidad, que en los últimos días han abandonado 17 ministros, entre suníes y chiíes laicos y fundamentalistas. No sólo eso. Pese a su inevitable apoyo formal, Washington cada vez desconfía más de un dirigente al que con buenas razones acusa de no hacer nada serio para detener la caída libre de Irak.

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La inaudita violencia cotidiana en el país árabe invadido, con millares de muertos cada mes, destruye cualquier argumento retórico de los que manejan tanto Bagdad como el propio presidente Bush sobre una supuesta mejoría de la situación. Pocos hechos retratan mejor el caos que el reciente descubrimiento estadounidense de que más de 100.000 fusiles de asalto y hasta 80.000 pistolas que Washington ha facilitado a las fuerzas de seguridad iraquíes entre 2004 y 2005 han desaparecido. Presumiblemente, parte de este arsenal está en manos de quienes combaten a las tropas de EE UU. El seguimiento regular que el Pentágono hace de la capacidad de las tropas iraquíes arroja peores resultados que hace unos meses. Si en marzo había 10 batallones que se pudieran valer por sí mismos, ahora son seis. Un jarro de agua fría al considerar que Washington lleva gastados casi 20.000 millones de dólares para conseguir que el Ejército iraquí sea autosuficiente.

En este escenario resulta inverosímil la revalorización del papel de la ONU que Washington y Londres pretenden con una resolución a punto de ser aprobada. Bush, acosado por la imparable deriva iraquí, el ánimo de sus conciudadanos y la incipiente rebelión del Congreso busca salida a una situación en la que sus 160.000 soldados pueden hacer poco más que impedir la guerra civil total. Traspasar en parte y oblicuamente a la ONU la gestión del fracaso en Irak conviene a los intereses de la Casa Blanca. Pero se trata de un espejismo, porque Naciones Unidas es un organismo inane en el infierno de Irak.

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