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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sórdida excitación

Javier Ocaña

En un panorama de estrenos tan predigerido como el de este verano, toparse de bruces (no hay otra expresión que la defina mejor) con una película tan insólita como Euforia resulta una experiencia sobrecogedora. De entrada, en una época de habituales e innecesarios ensanchamientos del metraje, quizá para dar certificado de calidad a través de la duración a productos que no la alcanzan por medio de la historia en sí, la cinta está contada en poco más de una hora. El debutante ruso Iván Vyrypayev no necesita más para conseguir sobresaltar al respetable con un rosario de sensaciones en absoluto indolentes.

Grandilocuente, fantasmagórica, excesiva, apasionante y desgarradora, Euforia es una tragedia amorosa dotada de un romanticismo incontrolable, rabioso, desmesurado, que surge a borbotones. Vyrypayev narra su obra a través de secuencias anormalmente cortas, ensambladas con continuos fundidos a negro que quizá remarcan demasiado cada acción y que provocan que la historia no fluya con la naturalidad que los puristas desearían. Sin embargo, como contrapartida, su un tanto atropellada exposición está cargada de punzantes inyecciones de adrenalina, de constantes chutes de euforia (de ahí el título) con los que el director desconcierta al personal al tiempo que describe a sus personajes. Un estado de excitación psíquica que puede venir provocado por el amor, por la pasión, por el afecto, por el rencor o simplemente por el vodka. Como un Emir Kusturica acosado por la urgencia del tiempo, Vyrypayev apabulla también con su constante música de acordeón.

EUFORIA

Dirección: Iván Vyrypayev. Intérpretes: Polina Agureyeva, Maksim Ushakov, Mijaíl Okunev, Yaroslavna Serova. Género: drama. Rusia, 2006. Duración: 74 minutos.

Los personajes de Euforia viven a tres horas de la civilización. Rodeados por la estepa y por un majestuoso e inabarcable río, son la viva imagen del aislamiento, remarcado por el director por continuos planos aéreos a través de interminables caminos de tierra rodeados de aridez y punteados por unas encrucijadas que sirven como metáfora de la disyuntiva que debe tomar la prohibida pareja protagonista de la película.

Parentesco

Sus criaturas, como la historia en sí misma, funcionan a base de pulsiones. No parece que les hayan enseñado a comportarse de otro modo. En ese sentido, y a pesar de la distancia, el relato podría emparentarse con el universo brutal, inconsolable y yermo de La familia de Pascual Duarte. La escopeta de caza del marido cornudo de Euforia y la de Pascual Duarte podrían ser la misma.

Sus miradas enfurruñadas, desgastadas por el dolor, son semejantes. El accidente sufrido por la hija del ruso a manos de un perro vendría a recordarnos el episodio de los cerdos de la novela de Camilo José Cela.

Quizá la Siberia donde nació el joven Vyrypayev, de 33 años, no esté tan lejos de la España de posguerra. El pesimismo existencial y la sordidez dominan ambos conjuntos.

Eso sí, cierta capacidad onírica hace que Euforia, aderezada también por un sentido del humor ciertamente macabro, huya finalmente del naturalismo exacerbado y logre apoyarse en el estrato de la extravagancia con sentido.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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