"Quiero ser belga"
Final feliz para la historia de Angélica, una niña ecuatoriana de 11 años que se salvó 'in extremis' del destino de los 'sin papeles'
"Me avergüenzo de ser belga". "Quiero ser belga". Se avergonzaba de serlo la esposa del presidente de Ecuador. Soñaba con serlo una niña ecuatoriana de 11 años abocada a la expulsión por residir ilegalmente en el país. Las dos frases, diametralmente opuestas, pero salidas del corazón, definen el drama que se ha vivido en Bélgica en las últimas jornadas, con lágrimas, manifestaciones, acusaciones de racismo, comparaciones con la Gestapo, búsqueda del amparo regio... y final feliz para un país conmovido por la forzada repatriación de Angélica, cuyo drama ha puesto nombre y cara a lo que parecía iba a ser una historia más de sueños machacados por la ley.
A Angélica y su madre, Ana Elisabeth Cajamarca, se les cayó el mundo el pasado 30 de junio, cuando unos agentes les pidieron la documentación en lo que parecía un control rutinario y luego se dijo que fue fruto de una denuncia. Pronto supieron los agentes que la madre llevaba cuatro años de forma ilegal en Bélgica, país que acoge a unos 8.000 ecuatorianos, de los que sólo la cuarta parte vive en regla. Entre los afortunados no están Angélica y Ana, que fueron recluidas en un centro de acogida de inmigrantes indocumentados a la espera de la expulsión con perfecto nombre de atroz burocracia: Centro 127 bis.
"Señor rey, ayúdeme. No sé qué más hacer", escribió Angélica en una carta al monarca
El centro apesta a orina, dicen quienes han estado dentro, entre ellos Anne Malherbe, esposa de Rafael Correa, hoy presidente de Ecuador y estudiante de juventud en Bélgica. "Hay que verlo para creerlo", declaró el domingo la primera dama tras visitar a Angélica. "No me imaginaba que una cosa así pudiera ocurrir en Bélgica". Y luego la confesión explosiva: "Me avergüenzo de ser belga".
La visita de Malherbe fue uno de los últimos cartuchos empleados por quienes querían salvar a Angélica del retorno. Sería inhumano, alegaban, y más cuando la cría está perfectamente integrada, habla francés y progresa en el colegio. El propio Correa, que hace unos días volvió a Bélgica en visita no oficial durante su gira europea, acudió a ver a Angélica en un esfuerzo más de los realizados por políticos, organismos humanitarios, ciudadanos anónimos o emigrantes, perfectamente orquestados en la prensa.
"Quiero ser una auténtica belga", confesaba la pasada semana Angélica en conversación con el diario Le Soir, que ayer mismo publica una carta de la niña dirigida al "Señor rey" con una batería de frases cortas: "Dígame qué he hecho mal". "No me quiero marchar". "Llevo en Bélgica desde que tenía cinco años". "Cuando sea mayor quiero ser abogada". "El psicólogo dice que soy depresiva". "Estoy triste", antes de concluir: "Señor rey, ayúdeme. No sé qué más hacer. ¡Por favor!".
Bien fuera por una discreta gestión del monarca Alberto II, con fama de calidez popular; bien por alguna gestión de la clase política (el caso se trató ayer entre quienes negocian la formación del futuro Gobierno belga); bien por la presión popular o bien porque se impuso el sentido común (la madre, separada del padre de Angélica, iba a casarse próximamente con otro latinoamericano con permiso de residencia en Bélgica, lo que le permitiría volver sin problemas al país en un inmediato futuro), el caso es que el Tribunal de Primera Instancia de Bruselas ordenó ayer por la tarde la puesta en libertad de Angélica y Ana. La noticia les llegó cuando eran escoltadas hasta el aeropuerto holandés de Schiphol para ser embarcadas en un avión rumbo a Quito. La mujer del presidente ecuatoriano podrá ahora enorgullecerse de su país. Angélica podrá ser belga.
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