Luz que va y viene
Vecinos y comerciantes del paseo de Maragall viven indignados la falta y los cortes de suministro tres días después
"Hay mucha gente muy nerviosa y muy enfadada", dice María Dolores Cardesín mirándose la subestación desde el otro lado de la acera. Los cascos blancos de los operarios eléctricos y los hongos azules en forma de grupos electrógenos son los nuevos símbolos del paseo de Maragall de Barcelona. Y la cosa va para largo. Allí, en la confluencia con Escornalbou, se encuentra la subestación más afectada por el apagón del pasado lunes. Algunos vecinos y comerciantes llevan 60 horas sin luz. Otros la tienen, pero sólo de forma intermitente.
A la una de la tarde de ayer llegó sin avisar la luz en la pajarería Miñana, en la calle de Freser. "Lo hemos pasado francamente mal", dice su propietaria, Pepita Díaz. Ella, pero también sus periquitos, hámsteres y conejos. Muchos han dejado de comer y casi no se han movido al estar a oscuras durante tantas horas. También han perdido el apetito. "Menos mal que no tenemos ni gatos ni perros en la tienda", dice Pepita con una media sonrisa. Pepita no ha presentado todavía reclamaciones. Lo deja en manos de su hija.
Cucarachas
En la tienda Nekane, con subtítulo Arte en el vestir y propiedad de María Dolores Cardesín, se ha montado una tertulia de vecinas estilo Las mañanas de la Campos. Todas echan humo. Una dice que ha tirado cinco bolsas de comida a la basura. Otra cuenta que los vecinos están indignados porque la Sagrada Familia se iluminó la noche del martes. Una tercera se marcha a casa, a subir los cinco pisos con calma, pues sufrió una embolia en una pierna. Ella, como las otras, sigue sin luz.
María Dolores no tiene electricidad ni en su tienda ni en su casa. "Un día lo aguantas, pero ¡tres! No puedo pasar la tarjeta Visa, pierdo clientes y, encima, a partir de las cinco de la tarde hace un calor insoportable", exclama. "No puede ser que ocurra algo así en el centro de Barcelona. Encima, por el calor y por el traslado de contadores tengo una invasión de cucarachas", añade María Dolores.
Vecinos y comerciantes no entienden las idas y venidas de la luz de forma indiscriminada. En el paseo de Maragall, Expofinques tienen dos oficinas. En la primera tienen luz, pero 70 números más allá están a oscuras desde el lunes. Y eso que tienen un hongo electrógeno frente a la oficina. "Trabajamos en condiciones precarias: sin teléfono ni ordenador. Pero tenemos que hacer horario normal. Estamos de cara al público", dice la responsable de la oficina, Susana Gómez. "Los propietarios de las fincas nos vienen a ver preocupados porque no cogemos el teléfono". No saben cuándo volverá.
Hay comerciantes que se convierten en termómetros del sentir de la ciudad para la prensa, que acude al lugar de los hechos. Pere Montserrat, barista de profesión, es un ejemplo. Las decenas de kilos de comida estropeada no le impidieron el pasado lunes abrir su bar, La Queixalada del Marcelino. A mediodía de ayer estaba eufórico. Le habían devuelto la luz. "Ahora nos la dan, pero seguro que nos la vuelven a quitar". Razón no le falta. A las cinco de la tarde de ayer, La Queixalada volvía a estar a ocuras. "He perdido como mínimo 3.000 euros en género", subraya el barista. Pero no se ha rendido. Ayer tiró un cable hasta el estanco que tiene cerca y conectó su cafetera casera. En una mañana, ha servido más de 140 cafés. "Teníamos que dar servicio. Tenemos seis sueldos que pagar", afirma.
Desde el lunes a las once de la mañana no hay luz en casa de Susana Capdevila. Ella, su marido y sus dos hijas viven en la calle de Sant Antoni Maria Claret, frente a los generadores que se quemaron. Ayer, por tercer día consecutivo, salieron a comer fuera porque en su casa todo funciona con electricidad. "Se nos ha estropeado toda la comida y se nos ha inundado la cocina", se lamenta Capdevila. Desde el día del apagón, esta familia intenta subsistir sin luz, sin ascensor -viven en un séptimo - y sin agua caliente.
Sus dos hijas, mientras las cosas no cambien, se han instalado en casa de la abuela. "Lo peor es la falta de información. Llamamos a una línea 900, pero siempre está ocupada", dice Capdevila, informa Diana Pérez.
La abuela a cargo de las niñas, Ernestina Segura, posee una tienda de objetos de regalo y decoración que también se ha quedado sin luz desde el lunes. En cambio, en casa ha tenido mejor suerte. Sólo ha sufrido un corte en el suministro eléctrico una de las noches que cuidaba de sus nietas. "Pasamos el rato contando chistes e historias de miedo", explica.
'Okupas' a oscuras
Los cortes de luz han afectado a unos y a otros por igual, sin tener en cuenta condiciones sociales ni económicas. En la calle de Finestrat, muy cerca de la zona cero en la que se ha convertido la subestación del paseo de Maragall, hay una casa okupada. Suena música española. Hace ocho meses que los okupas viven allí. Un cartel cuelga de la fachada: "Las casas okupadas son una vergüenza. Queremos casas con vida". También se han quedado sin luz.
Sara sale al balcón. A la pregunta de si ellos pagan la luz, contesta: "Esa información no se la daré". Sara reconoce, antes de meterse de nuevo en casa: "Estar sin luz lo hemos llevado mal". Como todos.
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