Dr. Google y Mr. Hyde
He leído que en Italia están preparando un nuevo sistema para contar a las personas que acuden a las manifestaciones. No parecería mala cosa, acostumbrados como estamos a contabilidades (y rentabilidades) tan distanciadas y desconcertantes que desvirtúan el sentido mismo de la participación ciudadana: a veces las diferencias de cálculo son de cientos de miles de personas. El nuevo sistema capta las señales que emiten los móviles, y como hoy casi todo el mundo lleva uno en el bolsillo, incluso los más jóvenes (en Euskadi cerca del 30% de los menores de 14 años tiene móvil), el satélite puede contar, fiablemente, a los manifestantes. No dudo que con este sistema ganemos en exactitud; el problema es que perdemos en intimidad ciudadana (detrás de un móvil hay un dueño identificable), o en esa parte de la libertad ciudadana que cabe en su intimidad. Me inquieta.
Como la película que se acaba de estrenar en nuestros cines. Se titula Red Road, es de la realizadora británica Andrea Arnold y muestra una cruda realidad: la gran-hermanización de muchas ciudades del Reino Unido donde han instalado tantas cámaras en las calles que todo el mundo puede ser filmado en cuanto pone un pie fuera o se acerca a una ventana sin cortinas. El argumento de ese tipo de iniciativas es la seguridad: a mayor vigilancia, mejor protección de la ciudadanía. O dicho de un modo más conceptual: la seguridad y la intimidad deben estar en proporción inversa; la seguridad requiere que el ciudadano se transparente. Se trata de un argumento que me preocupa mucho más de lo que me convence. Como me preocupa la creciente exposición a la que nos someten los adelantos tecnológicos. La técnica está arrasando nuestra intimidad y toda la libertad -autonomía, reversibilidad, desprejuicio- que cabe en ella.
La técnica permite que la mayoría de nuestros gestos cotidianos puedan ser desvelados y reproducidos. Al pagar con una tarjeta de crédito en peajes o en tiendas vamos dejando rastros que permitirían desde recomponer el mapa de nuestros horarios y movimientos hasta retratar nuestra cesta de la compra, nivel de gasto o hábitos de ocio y consumo. A eso hay que añadirle que hoy cualquiera te puede sacar una foto o filmarte en cualquier lugar y sin que te des cuenta; cualquiera puede grabar las conversaciones que tienes por la calle, en un autobús o en un bar; las preguntas que haces en un foro público o las respuestas que se te ocurren. Y difundirlo luego, en abierto, a través de Internet.
"Dime lo que buscas en la Red y te diré quién eres" dice un refrán de última generación. Y es verdad que los buscadores, como Google, han cambiado nuestras vidas y nuestros trabajos. Tareas que antes eran arduas o imposibles se han vuelto cosa de coser y cantar. Conocimientos que fueron privativos ahora son de dominio público. Informaciones que resultaban inaccesibles están ahora al alcance de la mano que mueve el ratón. Por todo ello a Google (y semejantes) yo les dedico un reconocimiento y un agradecimiento infinitos; que no me impiden verles un lado oscuro. Todo lo que allí buscamos se (y nos) registra, quitándole el tejado y las paredes a nuestra intimidad, dejándonos a la intemperie, exhibidos y expuestos. Y lo que más me alarma es no ver más alarma frente a ese poder que ya tiene la tecnología sobre nuestra vida privada.
Lo que más me inquieta es no percibir más inquietud frente a ese dominio informático; y sí, en cambio, signos de relajación o incluso de dejación de lo privado. Si mañana descubriéramos que en Correos (es un decir) abren nuestra correspondencia antes de repartirla, estoy segura de que nos daría un vuelco el corazón ciudadano y nos movilizaríamos enérgicamente contra lo que consideraríamos un atropello intolerable. Lo que en Internet pasa con nuestros correos y nuestras consultas ha dejado de ser de nuestra entera jurisdicción. Y yo echo de menos un debate más sustancioso y enérgico contra la pérdida de libertad y de derechos que eso puede encerrar. Contra la nada tranquilizadora posibilidad de que un Mr. Hyde viva en el cerebro mismo de la red y sus buscadores, de los inteligentes Dr. Google.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.