La inteligencia sintiente
A bordo del buque Juan Sebastián Elcano me llega la noticia de la muerte súbita en Croacia de Rodrigo Uría, sin más datos ni referencias que los del disco duro de mi memoria y de mis afectos. Rodrigo Uría (Madrid, 1941) confirmaba que los asturianos nacen donde quieren. En él se aunaba la pasión vital, la mejor ambición profesional basada en la búsqueda del talento y el recurso a la provocación verbal, junto a la más delicada consideración amistosa. Rodrigo Uría Meruéndano ejemplificaba bien esa síntesis de la inteligencia sintiente.
Acaba de morir en Croacia de golpe sin darse plazo alguno a la debilidad o al desfallecimiento. Desde 2004 era presidente del Patronato del Museo del Prado. Le gustaba señalar que ésa era una de las muy contadas posiciones que le cabe desempeñar a un español para ser tenido en cuenta en la esfera internacional. Se había incorporado a ese Real Patronato en 1988 y además había formado parte de otros como el Museo de Arte Contemporáneo.
Estaba particularmente orgulloso de su gestión como negociador decisivo, honoris causa, para la venida a Madrid de la Colección Thyssen-Bornemisza. También de la recuperación y regreso a nuestro país del retrato de la Marquesa de Santa Cruz pintado por Goya. Vivió cerca de los pintores desde la época de la galería de Juana Mordó en especial de los del grupo de El Paso, de los informalistas de Cuenca o de Úrculo.
Había cursado el bachillerato en el colegio del Pilar, pero nunca se propuso llegar a ser un verdadero pilarista al uso como tantos que hemos conocido. A la casa de sus padres acudían en aquellos años un grupo cada vez más desencantado de notables intelectuales, que se habían conocido en Burgos bajo el estruendo de la guerra civil y la invocación de otros ideales abandonados. Así, fueron familiares para él Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Pedro Laín o Luis Rosales.
Estudió Derecho en la Universidad Complutense. Vivió la rebelión frente a la sombra de su padre, prestigioso catedrático de Mercantil, al que proporcionó por entonces graves disgustos. Se comprometió en las luchas estudiantiles como militante de la FUDE (Federación Universitaria Democrática Española) próxima al PC de entonces y luego de la ASU (Agrupación Socialista Universitaria), que activaban la protesta universitaria de los años sesenta.
Sus declaraciones a mediados de los sesenta a una cadena de televisión americana le valieron un destino en El Aaiún, donde hubo de cumplir el servicio militar asignado a un batallón de castigo de zapadores. Cuarenta años después entonaba sin un fallo el himno con el que allí desfilaba desde su primera estrofa de "Ingeniero, zapador...".
Completó su formación en Nueva York, donde colaboró en un bufete de abogados. De regreso en 1979 se sumó al despacho que lideraban su padre y el también catedrático Aurelio Menéndez con un total de cinco abogados. Enseguida fue su socio director y lo convirtió en el más prestigioso de nuestro país, con más de quinientos abogados que forman una red de alianzas por toda Europa y América y que acaban de instalarse en Pekín.
Rodrigo Uría ha prestado sus servicios en algunas de las operaciones de más calado como la compra del Banco de Valladolid por el Barclays o sobre todo la fusión del Santander con el Central Hispano, por citar dos ejemplos. Nunca traicionó su devoción por la independencia del bufete, tuvo un cuidado estricto frente a los conflictos de intereses y anduvo siempre en busca del talento para incorporarlo a su firma de abogados.
Tuvo la pasión de la amistad, servida con una generosidad fuera de todo cálculo. Estuvo siempre del lado de la libertad y del buen humor, en cuya práctica podía ser temible. Apostó sin reservas por la vida hasta el último día. Todos los que le tuvimos como amigo conservaremos siempre la referencia de su consejo certero y el ejemplo del bien hacer atendido con exigencia y lealtad.
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