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Columna
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Molar

Incluso entre las grandes construcciones del antiguo Egipto, donde tantas obras cortan la respiración del visitante más tibio, el templo de Deir el-Bahari destaca por su emplazamiento insólito, por su serena grandeza y por un diseño más artístico que funerario. Fue erigido por orden de Hatshepsut y a mayor gloria de este singular personaje, que ocupó el trono de Egipto entre 1479 y 1457 a. de J.C.

De Hatshepsut sólo sabíamos que fue hermanastra y esposa del faraón Tutmosis II y que a la muerte de éste y debido a la corta edad del hijo varón, desempeñó la regencia y, de hecho, el poder absoluto, durante 21 años y 9 meses, en los que no ocurrió nada digno de ser consignado, salvo la peculiaridad de que una mujer ostentase tanto tiempo tanto poder. La iconografía oficial la representaba revestida de los atributos de la realeza y la divinidad, incluida una luenga y estilizada barba. Datos arqueológicos imprecisos indican que finalmente fue depuesta por su hijastro, el cual trató de borrar su recuerdo con malévolo resentimiento, y casi lo logró. El resto de la historia, en la que no faltan amores, conjuras y asesinatos, es fruto de la fantasía, incapaz de resistir el doble reto de lo sublime y lo desconocido. Pero en verdad, la referencia más precisa a Hatshepsut es una escueta mención en la cronología de Manetón, un sacerdote egipcio que vivió en el siglo III a. de J.C., es decir, once siglos después de Hatshepsut y dos siglos después de que Herodoto impusiera su solvente visión de Egipto, no exenta de malentendidos. Antes de Herodoto, Hecateo de Mileto ya había descrito en sus crónicas a los antiguos egipcios, un pueblo por entonces legendario, al que atribuía hábitos extraños, como el de orinar las mujeres de pie y los hombres en cuclillas, razón por la cual el padre de la Historia es Herodoto y no Hecateo. Cosas más raras se inventarían luego Théophile Gautier y el propio Flaubert.

Ahora la ciencia nos acerca un poco al personaje, gracias a un hígado momificado y a una muela encontrada en un vaso, que han permitido identificar la momia de Hatshepsut, lo que sólo ha aportados dos datos nuevos: que murió a los 60 años y que era obesa. Más vale imaginarla en las escalinatas del templo, con su cetro y su barba.

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