Agujeros de seguridad
Estados Unidos y Europa decidieron fortalecerse y cooperar en la lucha contra el terrorismo después del 11-S. Los atentados de Nueva York y Washington pusieron en evidencia a los servicios de inteligencia norteamericanos y a su polícia. Los cinco terroristas que estrellaron el avión contra las Torres Gemelas en 2001 figuraban en una lista de personas buscadas por el FBI. Tampoco quedaron mucho mejor sus homólogos españoles cuando se supo que en la feroz matanza del 11-M participaron personas que también estaban fichadas antes de 2004. Y ahora ha trascendido que el principal cabecilla de una frustrada operación de terror en Londres, dos semanas después del atentado del 7 de junio de 2005 en el metro, figuraba ya en los archivos de delincuentes de Scotland Yard. ¿Qué sucede? ¿Hay improvisación? ¿Existe voluntad de intercambiar datos entre los países amenazados por el terrorismo islamista?
Un viajero medio sufre cada vez más incomodidades para viajar en avión o para entrar, por ejemplo, en EE UU, donde cualquier extranjero empieza ya a sentirse sospechoso. Los europeos debemos soportar resignados unas no muy bien entendidas e ineficaces medidas de control en todos los aeropuertos de la UE a raíz del pánico surgido hace un año en Heathrow. Los pasajeros soportan intromisiones en su intimidad e incomodidades inexplicables e inexplicadas que ni mucho menos garantizan mayor seguridad. Todo apunta a que las autoridades buscan proteger sus espaldas minimizando su responsabilidad en el caso de que algo falle.
Hace dos semanas, Londres y Glasgow pudieron ser escenario de una carnicería humana. Sólo la suerte y la incompetencia de los terroristas impidieron la tragedia. Los responsables de los atentados frustrados, algunos de ellos médicos en ejercicio, eran musulmanes y con sus papeles de residencia en el Reino Unido en regla. El director de Interpol puede que haya puesto el dedo en la llaga al afirmar que sólo 17 de los 186 países afiliados a esa agencia internacional contra el crimen cotejan sistemáticamente los pasaportes con la base de datos de la organización, que contiene 15 millones de entradas sobre documentos sustraídos. El caso británico es más flagrante. Francia consulta Interpol unas 700.000 veces al mes, mientras que el Reino Unido apenas lo hace 50 veces. ¿No sería más útil que los Gobiernos europeos se preocuparan de cooperar más en la lucha contra el terrorismo en lugar de amargar la vida a quien se desplaza por obligación o placer?
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