Isla mudéjar y ecológica
Cuéllar, una villa medieval calentada por una planta de biomasa
Cuéllar se encuentra a medio camino entre Segovia y Valladolid. Desde Segovia se dejan atrás Zamarramala, Carbonero el Mayor y Santa María la Real de Nieva: allí, el templo levantado por Enrique III y su impresionante claustro románico con capiteles de animales, plantas y figuras antropomórficas dejan al viajero atónito. En Ortigosa del Pestaño, las cigüeñas han abandonado el campanario para anidar en las airosas torres de los silos, que tal vez civilizaciones venideras, terrestres o extraterrestres, confundan con catedrales cuando nuestra memoria sea mera arqueología. Pasando Cuéllar, antes de llegar a Valladolid, otra ciudad indispensable: Peñafiel.
Nos detenemos en Cuéllar, "isla mudéjar en un mar de pinares", según el poético eslogan con el que se inicia la página web del Ayuntamiento; en ella se proponen tres rutas que ofrecen una visión exhaustiva de su monumentalidad, y que el viajero no sigue por desobediencia tonta o porque está fascinado y prefiere perderse, mirar, olvidarse de los papeles que plasman los recorridos.
Situada en Segovia y cerca de Valladolid. Un rico legado monumental y un moderno sistema de reciclaje de residuos forestales que facilita calefacción a esta villa de casi 10.000 habitantes.
Callejas en sombra
Por fuera, Cuéllar es una villa medieval, pero en su interior es un municipio ecológico, con una red de calefacción alimentada por una planta de biomasa: los residuos forestales se utilizan como combustible, evitando las emanaciones de CO2. Desde arriba, a la altura del castillo del duque de Alburquerque, de la iglesia de San Martín -centro de interpretación del arte mudéjar- y del convento de San Basilio, la ciudad es tableteo de cigüeñas, cielo, espacio despejado que, tras los arcos de entrada, se va comprimiendo intramuros hacia la plaza Mayor por callejas en sombra: la calle de la Magdalena, con la capilla de su antiguo hospital "para pobres vergonzantes"; Colegio, donde sobresale la mole imponente del palacio románico de Pedro I; Judería, Morería, Pelota, Santa Cruz.
El centro es abigarrado, tabernario, comercial; lo recorren caños de agua, casonas medievales y edificios con miradores y vigas de madera. Otra vez extramuros, en el parque de San Francisco, la ciudad se expande como un líquido que se deja correr. A un lado, bajo los árboles del parque, se asienta el convento de la Concepción y un monumento a sus famosos encierros. Al fondo destacan el convento y la iglesia de San Francisco.
En Cuéllar, los edificios monumentales se han reciclado. El Estudio Gramática (siglo XV), por el que pasó el cardenal Cisneros, es hoy un centro de educación de adultos. El castillo, fortaleza y palacio es punto de información turística; en los años de la represión franquista fue una cárcel en la que se congelaron los pulmones de Benedicto Arranz, mi bisabuelo, condenado a muerte; hoy, en la plaza Mayor, al lado del bellísimo patio del Ayuntamiento, alguien ha rescatado una placa oculta con el nombre que una vez tuvo el lugar: plaza de la República. Mi bisabuelo habría sonreído. La iglesia mudéjar de San Pedro, propiedad privada, alberga una joyería, el despacho de un abogado... No todos los reciclajes han sido felices.
La oferta gastronómica merece capítulo aparte; a lo largo del año, los restaurantes de la villa organizan al menos cuatro jornadas: las de San Juan y San Pedro; las de pelo y pluma, en noviembre; las de vaca borlacha, en febrero; las de Semana Santa...
De las tripas al espíritu. Los templos mudéjares de Cuéllar son de una hermosura sobrecogedora: San Martín, San Pedro, San Andrés, San Salvador, con sus arbotantes que brotan del ábside; San Esteban, en cuyo interior se conserva el famoso Niño de la Bola. En todos ellos, los ábsides, los muros decorados con ladrillo rojo, los falsos vanos enmarcados por arcos provocan la sensación de que hay que dejar las iglesias en su armazón ornamental, trepanar la piedra que cubre sus falsas ventanas y ver cómo se transparenta la luz de un lado a otro.
Los mudéjares (del árabe mudayyan: domesticado) eran los musulmanes de los reinos hispanos medievales a los que se les permitió quedarse en su lugar de residencia. En sus formas artísticas sintetizaron culturas. En el parque de San Francisco he visto a un niño marroquí jugando a la pelota con su papá. Por las ventanas de algunas casas he escuchado melodías árabes. El mundo sigue girando en Cuéllar.
- Marta Sanz (Madrid, 1967) fue finalista del Premio Nadal en 2006 con su novela Susana y los viejos (editorial Destino).
GUÍA PRÁCTICA
- El castillo enmarca en verano visitas teatralizadas (adultos, 6,70 euros; niños, 4,20) a las 11.50 o a las 17.00. También se ofrecen visitas guiadas a las 19.00 los fines de semana (adultos, 2,10 euros; niños, 1,60). La oficina de turismo facilita información sobre la posible ampliación de los horarios: 921 14 22 03. Fuera de temporada, el castillo, que funciona como centro de enseñanza, cierra lunes y miércoles.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.