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Reportaje:

Lisboa se hace vieja

Los habitantes de la capital portuguesa eligen alcalde, resignados ante el deterioro urbano, el despoblamiento y el envejecimiento

La bella Lisboa está cada vez más de moda, y el año pasado fue la segunda ciudad europea que más creció en turistas, después de Barcelona. Hubo 8,1 millones de pernoctaciones, de las que 1,1 millones fueron españolas. Pero mientras los forasteros sucumben a su sabor y su encanto decadente, los lisboetas se baten en retirada, o se van extinguiendo, o sufren resignados un deterioro que parece irreparable. La ciudad ha perdido 300.000 habitantes en 25 años, y apenas medio millón resisten hoy.

Uno de los últimos lisboetas es doña Branca, el pelo blanco, diabética y guapa a sus setenta y pico años. Vive en la rua da Barroca del Barrio Alto, el mítico centro histórico que hoy es una mezcla de suciedad y degradación, grafitti y ropa tendida, tascas, tiendas de diseño y peluquerías ultramodernas. "Llevo aquí 56 años y ya no me voy", cuenta doña Branca. "La casa es muy pequeña pero para mí sola llega. Mi hija se fue a Paço de Arcos, a las afueras, porque no cabíamos. ¿Los problemas? El ruido y la basura. Tengo tres bares en el edificio. Por la noche no descanso y de día la calle está llena de vasos y botellas. El domingo tienen que limpiarla con mangueras".

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Las quejas de los vecinos de los demás barrios son parecidas, pero la lista es mucho más amplia, toda una letanía: el tráfico es un caos, los accesos y salidas se colapsan cada día, los transportes públicos son deficientes, las calles están sucias, las casas son decrépitas y pequeñas, la red de metro es insuficiente, no hay apenas vivienda en alquiler, el pequeño comercio agoniza, las obras nunca acaban porque el Ayuntamiento no paga (la deuda ha crecido un 672% en seis años y el déficit llega ahora a los 1.200 millones de euros), el asfalto está lleno de agujeros, la gente es cada vez más solitaria y más vieja, el fin de semana no hay un alma, los niños (apenas el 13% de la población) ya no juegan en los parques.

Con ese panorama, la ciudad del Tajo, que aún es la más poblada de Portugal, se enfrenta mañana desmovilizada a unas elecciones municipales tan cruciales como atípicas, que se celebran a mitad de mandato porque hace dos meses dimitieron en bloque la mayoría de concejales, y después el alcalde, Carmona Rodrigues, independiente en las filas del Partido Social Demócrata (centroderecha), tras destaparse un escándalo de corrupción urbanística que ahora deben aclarar los jueces.

Doce candidatos, el máximo de siempre, optan a salvar una alcaldía fracasada. El socialista António Costa (ex número dos del Gobierno Sócrates) aparece muy destacado en los sondeos, aunque todo indica que no alcanzará la mayoría absoluta, con lo que se presume una coalición de izquierdas, y que la abstención será muy alta (la cifra rozó el 48% en 2005).

Según el sociólogo Villaverde Cabral, el origen de la degradación de Lisboa se sitúa hace 20 años, cuando el sector inmobiliario "entró en una espiral especulativa que vació el centro de las ciudades portuguesas que tenían dimensión europea. Lisboa perdió cerca del 40% de su población, Oporto todavía perdió más".

A estas alturas, incluso los políticos saben que los lisboetas están hartos de la corrupción municipal y las oscuras peleas de barro de los políticos, y el propio Costa ha incluido un 50% de independientes en sus filas. Los mítines y las arruadas (actos de calle) han sido esta última semana de campaña un ejemplo de prédica en el desierto. Un candidato que intentó captar votos en la moderna zona de la Expo 98 sólo se topó con turistas.

"Yo iré a votar porque es un deber cívico, pero todavía no sé a quién". Eso dice María, otra resistente del Barrio Alto que ocupa un bajo de la Travessa da Espera desde hace más de 50 años. María y doña Branca se acercan mucho al perfil del lisboeta actual. Un 54% son mujeres (muchas de ellas viudas), el 25% son mayores de 65 años (frente al 17% de la media nacional) y hay más de 34.000 ancianos viviendo solos. "El barrio es un asilo con cuestas", bromea André, otro parroquiano de Rua Barroca.

El envejecimiento se explica fácilmente: la sangría de población ha sido brutal en los últimos 25 años. Y continúa: 50.000 personas se han largado en el último lustro, o han muerto sin dejar suplente. Si en 2001 la ciudad tenía el 5,5% del total de la población nacional, en 2005 bajó al 4,9%. Sintra, que ha crecido hasta los 419.000 habitantes, ha recibido a la mayoría de los que huyeron. "En el centro sólo quedan los ricos y los pobres", reconoce el arquitecto Manuel Salgado, número dos de Costa y futuro responsable de Urbanismo, que considera que hay que gobernar "para las dos Lisboas, la que duerme aquí y la que sólo viene a trabajar".

Otro dato sorprendente es la estructura social: predomina la clase alta o media alta, un 38,7% de la población, lo que duplica la media del país (17,6%). Y la clase media es minoritaria (25,7%) frente a la baja y la media baja (un 35,6%). El precio de la vivienda parece reafirmar la tesis de una Lisboa llena de contrastes pero también privilegiada respecto al resto del país. En 2004, se vendieron 15.984 pisos a una media de 200.000 euros, más del doble del valor nacional.

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