La chica que susurraba a los cerdos
En palabras de Claudia Schreiber, autora de la novela original -La felicidad de Emma (Maeva)- en que se inspira este segundo largometraje de Sven Taddicken, la protagonista de su relato bien podría ser una versión adulta de Pippi Calzaslargas. Resulta curioso que el vuelo imaginativo sobre una heroína literaria no le haya servido a Schreiber para indagar en los claroscuros de esa infancia que el personaje de Astrid Lindgren vivía como territorio de la libertad sin límites. Su novela, por el contrario, aborda un retrato de la vida adulta en clave de limbo ingenuo: su presunta mirada adulta sobre Pippi da como resultado algo no ya menos transgresor que el original, sino, directamente, conservador. Donde Lindgren colocaba una feliz anarquía, Schreiber coloca sentimentalismo tocado de tenue excentricidad.
LA SUERTE DE EMMA
Dirección: Sven Taddicken. Intérpretes: Jördis Triebel, Jürgen Vogel, Martin Feifel, Nina Petri. Alemania, 2006. Género: Comedia. Duración: 99 minutos.
En las primeras imágenes de La suerte de Emma, la protagonista sacrifica a un cerdo mientras le susurra tranquilizadoras palabras al oído. En paralelo, Max, el otro personaje central de la historia, se somete a un chequeo médico de desalentador diagnóstico. Con estas cartas sobre la mesa, a este crítico le resultó fácil intuir la escena, presuntamente conmovedora, que pondría punto final a esta historia de soledades cruzadas con granjera asaltada por las deudas y enfermo terminal con estados carenciales de afecto. Ser previsible es, quizás, el peor pecado que puede cometer una película de vocación excéntrica.
La suerte de Emma pertenece a una subespecie cinematográfica que parece estar pugnando por convertirse en tendencia: la película que, en la programación de un festival, funciona como islote refrescante y suele llevarse, como quien no quiere la cosa, el premio del público, siempre dispuesto a favorecer lo domesticable (o ya domesticado) por encima de lo radical. Ya en el circuito de exhibición comercial, películas como La suerte de Emma cumplen la función de suministrar las necesarias raciones de sentimiento a esos sectores del público que jamás reconocerían conmoverse ante una canción de Pimpinela o un legítimo melodrama. No es una mala película: Taddicken sabe contar su historia, aunque tenga poco que contar, y sus actores -Jördis Triebel y Jürgen Vogel- simulan creerse sus personajes con cierta convicción. El problema de La suerte de Emma no es de ejecución, sino de fondo: Taddicken ha logrado elaborar el paradigma de la película absolutamente innecesaria.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.