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Columna
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Divididos hasta el final

Josep Ramoneda

Desde que ETA dio la tregua por finalizada, las fuerzas de seguridad han detenido a 14 militantes de ETA y al núcleo duro -cuatro personas- de la kale borroka, y han evitado por lo menos tres atentados que estaban a punto de realizarse. El presidente Zapatero ha dejado claro que, con atentados y con amenazas, ETA no encontrará otra respuesta que la acción de la policía y de la justicia. Y, además, lo está demostrando en los hechos. Si el PP estuviera gobernando ¿habría actuado de otra manera? ¿Qué hubiera hecho que no haya hecho el Gobierno? ¿Habría "demostrado su inocencia" como le exigió Rajoy a Zapatero en una frase que queda inscrita para siempre en la historia universal de la infamia? Por supuesto que no. ¿Habría entregado las actas de los encuentros con ETA que el PP reclama a Zapatero con inquisitorial frivolidad? Seguro que no, la responsabilidad de gobernar no tolera las ligerezas que el ejercicio de la oposición favorece. ¿Habría jurado que no volvería a negociar nunca más con ETA? Seguro que no, porque estaría en riesgo de cometer perjurio. ¿Estaría diciendo, como dicen ahora sus portavoces contra toda evidencia, que ETA vuelve a estar muy fuerte y ha salido triunfadora de la tregua, en un ejercicio insólito de publicidad gratuita del enemigo y de atemorización de la ciudadanía con fines electorales? Seguro que no, ningún Gobierno responsable da estas bazas a los terroristas. ¿Qué impide, entonces, que el primer partido de la oposición apoye al Gobierno en la lucha contra ETA? Objetivamente, nada. Sólo que el PP ha hecho de esta cuestión tema único de su tarea de oposición y ya no puede despegarse de él.

Ha llegado un momento en que Rajoy no gobierna la estrategia del PP, sino que es la dinámica generada durante estos tiempos de cruda oposición al proceso de fin de la violencia la que le gobierna a él. Sólo así se explica que la unidad no haya sido posible ni siquiera en el décimo aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco.

El secuestro, chantaje y ejecución del concejal del Partido Popular en Ermua es uno de los momentos emblemáticos en la trágica historia del terrorismo en España. La especial crueldad del episodio -si es que es posible hablar de grados de crueldad- provocó una reacción de la sociedad española, en general, y de la vasca, en particular, que marcó un cambio de tendencia. La ciudadanía recuperaba las calles del País Vasco que, por cierta negligencia, difícil de justificar, parecía ser patrimonio del mundo etarra y sus compañeros de viaje. Sin duda, aquel acontecimiento tuvo un peso importante en el declive de ETA que la ha llevado hasta la debilidad actual. Y resulta especialmente penoso que una vez más el PP fuera por un lado y el Ayuntamiento de Ermua y los demás partidos, por otro.

Ante esta situación sólo me apetece emitir un doble juicio, más moral que político: es obsceno especular políticamente con los muertos. Y ninguna víctima del terrorismo es patrimonio de nadie. Pero entiendo que estos dos juicios suenen a pura ingenuidad desde el momento en que la lucha antiterrorista lleva tres años siendo el principal objeto de la disputa política. Hemos visto todo tipo de episodios, desde la utilización y la captación política de las víctimas hasta un discurso sobre la tregua centrado sobre la acción de Zapatero, como si ETA no pintara nada en esta historia. La batalla contra el terrorismo no se gana con discursos farisaicos sino con acciones concretas políticas y policiales. El PP ha decidido, en esta materia, ir solo hasta el final de la legislatura, porque pretende presentarse a los electores como el único defensor de las víctimas y de la patria, sin importarle en absoluto los efectos colaterales para el Estado y para las personas que su política pueda generar. Esta estrategia del PP, consistente en dividir a los demócratas entre los puros -ellos- y los otros, hace imposible cualquier forma de unidad. El Ayuntamiento de Ermua convoca un acto unitario, el PP convoca el suyo. Los puros no quieren contaminarse. Hay que mantener la fractura hasta el final. Acebes lo ha dicho claro: sólo habrá unidad si se asume incondicionalmente la política del PP. Pero ¿cuál es ésta? ¿En qué se diferencia de la que está haciendo el Gobierno? Dos no se juntan si uno no quiere.

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