El efecto DSK
El socialista francés Dominique Strauss-Kahn, de 58 años, es el candidato de la UE -como mínimo, de sus ministros de Economía- a presidir el Fondo Monetario Internacional (FMI) reemplazando a Rodrigo Rato. Strauss-Kahn ha ejercido como profesor de Economía durante años, es diputado de la Asamblea Nacional francesa, alcalde de Sarcelles y fue ministro económico del Gobierno de Lionel Jospin entre 1997 y 1999. A finales de 2006 intentó, sin fortuna, ser elegido candidato a la presidencia de la República por los militantes socialistas, que prefirieron a Ségolène Royal.
Afable, simpático y tolerante, Strauss-Kahn o DSK, como muchos le llaman, se inscribe en la larga tradición socialdemócrata. Quienes le critican le reprochan un cierto diletantismo, su afición a mezclarse en negocios que no son siempre transparentes y por no saber, dicen, renunciar a ciertos placeres para mejor consagrarse a su ambición política.
Su mansión en Marrakech, su matrimonio con la periodista televisiva Anne Sinclair y sus confesadas simpatías por el sionismo y la masonería han pesado en su contra dentro de un movimiento socialista sensible al rígido puritanismo de un Jospin, un Mendès France o un Rocard.
Como ministro tuvo que asumir y defender leyes que desaprobaba, como la de la semana laboral de 35 horas. Su reticencia a la rigidez con que se aplicó la ley la expresó ante sus colegas de Gobierno pero siempre supo plegarse a la decisión de la mayoría, una actitud que le convirtió en el hombre de confianza de Lionel Jospin.
Tuvo que abandonar el ejecutivo debido a una acusación -luego se probó que no fundada- de haber cobrado minutas astronómicas del sindicato de estudiantes a cambio de una falsa asesoría legal. El trabajo de asesoría y de contactos se reveló al fin y al cabo tan poco real como el montante de sus honorarios.
Europeísta convencido, Strauss-Kahn habla a la perfección el inglés y el alemán y chapurrea el español. De conseguir ser elegido al frente del FMI, con el respaldo explícito del presidente Nicolas Sarkozy, de tendencia liberal-conservadora, Strauss-Kahn habrá encontrado una buena puerta de salida a una carrera política nacional que parecía bloqueada. Con Pascal Lamy, que dirige la OMC, y Jean-Claude Trichet, al frente del Banco Central Europeo, compondrá un triunvirato francés a la cabeza de organizaciones económicas internacionales.
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