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Columna
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Yugoslavia: acto final

El acto final de la voladura de la antigua Yugoslavia pende ya sólo de la aquiescencia rusa, y aunque tarde, la independencia de la provincia serbia de Kosovo es la única salida realista a un conflicto en el que en Occidente se ha hecho todo lo posible por malmeter. El presidente estadounidense, George W. Bush, en un reciente arranque de santa ira, dijo ¡basta!, haciendo gala de una prisa por establecer la autodeterminación albano-kosovar que no se le conoce en Palestina. Pero las razones que ahora se aducen para alcanzar ese objetivo no son las mismas que rigieron en los últimos años del siglo pasado para la desmembración de Yugoslavia. Independencia prêt-à-porter.

Cuando en los años noventa se produjo la descomposición del Estado remendado por el comunista Tito, se argumentó que las entidades políticas constituyentes tenían derecho a la desbandada nacional. Con la oposición, en ocasiones brutal, de Serbia -que era el poder federador de aquella Yugoslavia- se sucedieron las independencias de Croacia, Eslovenia, Bosnia y Macedonia. Y si las dos primeras podían hacer figura de Estado-nación, la cosa no estaba tan clara en Macedonia, y era del todo oscura en Bosnia, con tres colectividades principales: croatas, serbios y una tercera musulmana. Por eso, la racionalidad de la desintegración no podía residir en el hecho nacional, sino en los límites administrativos existentes; cada Estado federado tenía derecho a separarse, y así se hizo, aunque pasando en Bosnia por una guerra que no se sabe si llamar civil, intestina o simplemente balcánica. Y el hecho de que hubiera fuertes minorías serbias en Croacia -en la región de Eslavonia- tampoco se tuvo en cuenta, proclamándose intangibles unas fronteras que eran sólo internas. El Estado yugoslavo quedaba reducido a fin del siglo XX a dos de las repúblicas originarias, Serbia y Montenegro, que se parecen tanto entre sí, al menos, como el País Vasco y Navarra.

El penúltimo acto de esa inmolación ante el altar del nacionalismo fue sólo hace unos meses la escisión de Montenegro, con lo que Serbia volvía en cierto modo a su primera modernidad como nación independiente, que databa de 1878, cuando se reconoció su separación del imperio otomano. Sólo faltaba quitarle Kosovo, desde 1999 bajo protectorado de la ONU.

Este territorio vecino de Albania, que Belgrado considera por razones mito-poéticas la cuna de su nacionalidad y que desde la Edad Media ha tenido fuertes mayorías de población serbia, sufrió una gran transformación demográfica desde la II Guerra, hasta llegar, no sin que la discriminación antiserbia representara un papel en ello, a la realidad contemporánea de más de un 90% de albaneses o albano-kosovares contra un resto de eslavos refugiados en la parte norte, abrigada por la limítrofe Serbia.

O sea que para justificar la independencia ya no valen las fronteras internas de los Estados yugoslavos, sino los límites provinciales y, sobre todo, la frontera demográfico-nacional que no valió para Eslavonia serbia en Croacia, ni en el último medio siglo para los palestinos en Cisjordania y Jerusalén-Este. Es un paquete de argumentos de aplicación pormenorizada; el mismo que sí fue, en cambio, de rigor para crear el Ulster en 1921, tirando las fronteras por donde mejor pluguiera, puesto que la provincia británica sólo agrupa a seis de los nueve condados de la región de ese nombre, y su existencia se justifica porque alberga una mayoría de protestantes, como Bosnia, de musulmanes.

Estamos, por tanto, ante una base de conveniencia geopolítica. Alemania y el Vaticano comenzaron la desagregación de Yugoslavia con su reconocimiento al sprint de Croacia en 1991; Berlín, porque cuantas más Yugoslavias hubiera, mejor; y la Santa Sede porque ser católico une mucho. Pero nada era inevitable. El sentimiento de lo yugoslavo podía ser superficial, pero existía; y si el yugoslavismo era una ingeniería política, no menos lo son las construcciones nacionales porque las emociones patrióticas y la pasión lingüística, de Herder a esta parte, también se inventan. Eso es lo que no se quiso hacer con la Yugoslavia federal; eso es lo que se hace hoy con Kosovo. ¿Y qué es lo que gana Europa con todo ello?

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