"La fotografía ha sido un anclaje"
Alberto García-Alix exhibe una retrospectiva en el festival de Arles y prepara un nuevo vídeo que expondrá el Reina Sofía en 2008
"Todo" y "nada". Dos palabras tatuadas en las falanges de las manos de Alberto García-Alix (León, 1956) que bien podrían resumir su vida. La de un motero rockero que encontró en la fotografía un asidero cada vez que su mundo, el de la heroína de los setenta y ochenta y el sida de los noventa, se desmoronaba a su alrededor.
A los 51 años, García-Alix vive su última resurrección tras un exilio voluntario que lo llevó a París en 2003 para afrontar, lejos de las tentaciones madrileñas, un brutal tratamiento para su hepatitis C. Un "viaje interior" que plasmó en la trilogía Tres vídeos tristes. Ahora trabaja en el guión de otra pieza de vídeo, De donde no se vuelve, en la que su presente y su pasado se miran cara a cara. Ayer inauguró en Les Rencontres Arles, el festival de fotografía que cada año se celebra en la ciudad camarguesa, una retrospectiva, organizada por PHotoEspaña. Estaba algo preocupado porque su harley nueva (no sabe conducir coches y siempre viaja en moto) se había averiado.
Pregunta. ¿Por qué ha elegido el vídeo para su nuevo proyecto?
Respuesta. Llegué a París en medio de una crisis muy profunda. Por primera vez sufrí una gran fractura: me sentía viejo, enfermo, cansado, estafado, salía de una separación dolorosa y tenía el hígado destruido. Nunca me había parado a mirarme; siempre iba hacia delante. Yo sé que si me quedo en Madrid acabo en Las Barranquillas cada día. Tenía que dejar el alcohol, no volver a las drogas... Finito. Al iniciar el tratamiento podía pasar tres días con fiebre. Me obligué a mirar mi interior. La galerista Chantal Crousel me había propuesto hacer obra para ella, pero como no podía, porque tenía otra galería en París, decidí hacer un vídeo. Siempre había querido hacer cine. Fue el modo de comenzar un viaje interior para describir quién era yo, un viaje a mis tripas. Y la única manera de exorcizarlo era la narración.
P. ¿Cómo está ahora?
R. ¡Estupendo! Vendrán otras fracturas, pero siento que me conozco más. Nunca me había mirado a mí mismo y ahora he tenido que hacerlo. Lo que encontré no me gustó. Estoy en el laboratorio revelando una foto de mi hermano, o de mi mujer, o de amigos que murieron... Y el proceso lleva un tiempo, va saliendo la foto y dialogo con ellos. ¿Tú crees que estábamos equivocados? Hasta que llego a un monólogo. Me ha pasado mucho. Con mis fotos me viene también una catarata de emociones, de recuerdos, de preguntas.
P. Fotografía, motos y mujeres. ¿En qué orden?
R. Sin la fotografía podría vivir. Sin mujeres, no.
P. ¿Y entre mujeres y motos?
R. ¡Hombre, la mujer! La fotografía no ha sido la gran pasión de mi vida. No sólo he hecho fotos, hice también la revista El canto de la tripulación, creé un equipo de competición de motos, tuve bares... La fotografía sólo ha sido un anclaje para tener los pies en el suelo. Me obliga a una reflexión constante de lo que veo, de lo que miro. Pero esa reflexión no la hago cuando estoy sin cámara; la hago una vez que me llevo la cámara a los ojos.
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