Una rebelde con tacón de aguja
La peronista Cristina Kirchner, esposa del presidente argentino y candidata a sucederle, combina el populismo con la alta costura
En el Congreso argentino es costumbre que los oradores cedan brevemente el uso de la palabra a otros representantes que quieren acotar o matizar sus palabras. Son las llamadas interrupciones, una especie de fair play parlamentario que la senadora Cristina Fernández de Kirchner no ha permitido jamás mientras ella estaba dirigiéndose al Senado. Del mismo modo, cuando ella habla, el límite de tiempo se convierte en algo relativo. Y es que la candidata a la presidencia de Argentina y aspirante a suceder a su marido, Néstor Kirchner, no destaca por su cintura negociadora cuando defiende sus ideas. Según los suyos, eso es firmeza; para los contrarios, intransigencia.
Con 54 años, licenciada en derecho y con dos hijos, CFK, como la definen sus colaboradores, no rehuye el choque. Un hecho motivado tal vez porque nunca en su carrera política ha ocupado a ningún nivel puestos de gestión, en los que no se puede ganar siempre, algo a lo que no está acostumbrada. En la carrera sacó calificaciones superiores a las de su marido y, por el momento, las encuestas le otorgan el doble del porcentaje que Kirchner obtuvo en la primera vuelta de las presidenciales de 2003.
La candidata del Frente Para la Victoria se ha ganado fama de ser un ariete en el Senado argentino. Da igual si hay que dirigir los ataques contra la oposición o contra el propio grupo. Hace diez años fue expulsada del grupo justicialista por su constante oposición al presidente peronista Carlos Menem. Fue apodada la rebelde y despreciada por sus compañeros que gastaban bromas sobre los zapatos de tacón alto con los que se presentaba en las sesiones. Una década después, Menem aparece más en las revistas del corazón que en la crónica política y ella llama a la puerta de la máxima magistratura del Estado.
Cristina, como es conocida en Argentina, cuida su imagen hasta en los más pequeños detalles, que incluyen los complementos que utiliza en su vestuario, el peinado de su larga melena o el agua que bebe durante sus apariciones públicas. "Antes de ser primera dama era una fumadora empedernida y no había manera de que dejara el cigarrillo. No valían las advertencias sobre los daños en su salud... hasta que le dijeron que dañaba su piel. Entonces lo dejó", explica José Ángel di Mauro director del Semanario parlamentario y autor de una biografía de la candidata presidencial. Ahora la senadora no tolera que fumen en su presencia. Su marido, el presidente, también ha dejado de fumar.
Cristina Fernández es de los políticos que no dan puntada sin hilo, lo que para sus colaboradores significa que es previsora, y que sus rivales convierten en calculadora. Una actitud que arroja sombra sobre muchos de sus gestos. Por ejemplo, durante la presidencia de su marido, la senadora ha centrado sus apariciones públicas en dos temas: la violación de los derechos humanos en la dictadura y el apoyo a la comunidad judía. Y en los dos casos con resultado ambivalente. En el primero, su cercanía al sector de las Madres de Plaza de Mayo, encabezado por Hebe de Bonafini -comprometido con la izquierda y con temas de la actualidad como las luchas políticas internas o las relaciones con Hugo Chávez y EE UU entre otros-, la ha alejado de otros organismos de defensa de los derechos humanos ajenos a la batalla electoral. En el segundo caso, las recientes visitas en el extranjero al Comité Judío Mundial en Nueva York o a las Asociaciones Judías de Venezuela han levantado reticencias locales. "Hay que desconfiar de alguien que parece que se ha preguntado ¿qué hago con los judíos?", apunta un destacado miembro la numerosa comunidad judía argentina que prefiere el anonimato.
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