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Reportaje:Juicio por el mayor atentado en España | 11-M

Probablemente sí

Zougam afirma en el último turno de palabra que es inocente pero se le escapa que pudieron ser los islamistas

De pie ante el juez, vestido con una guayabera blanca y un taco de folios en la mano, el confidente Rafá Zouhier declara solemnemente:

-Señoría, yo aquel día estaba de cristal y de cocaína hasta el culo...

La última palabra es un derecho, pero también un arma muy peligrosa, una especie de viejo revólver herrumbroso con una bala olvidada en el tambor. Ayer, en el momento más inesperado, cuando Jamal Zougam jugaba con ese derecho, se produjo un disparo fortuito que alcanzó de lleno a su abogado.

-Yo no sé si fueron islamistas o no, probablemente sí, pero yo no fui.

Ese "probablemente sí", y sobre todo el contexto en el que fue pronunciado, tiene más importancia de la aparente. Zougam, el dueño del locutorio de Lavapiés, es sin duda uno de los rostros más inquietantes de la habitación de cristal blindado. Suele sentarse en el rincón más alejado del juez, al resguardo del núcleo duro, entre El Egipcio y Fouad El Morabit, el hijo del notario de Tetuán, con quien suele intercambiar confidencias y alguna sonrisa. Sin embargo, desde hace algunos días, Zougam venía mostrando un semblante más sombrío aún del que ya de por sí le otorgan sus pobladas cejas y su nariz aguileña. Estaba preocupado por su defensa.

Las víctimas apenas pudieron aguantar la emoción después de 57 días muy duros
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Algunos procesados sintieron la necesidad de defenderse en su alegato final
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Su abogado, José Luis Abascal, lo es también del acusado Basel Galhyoun. El día que defendió a este último, Abascal dedicó gran parte de su alegato final a la teoría de la conspiración -de la que es uno de los principales patrocinadores-, emprendiendo exóticos viajes verbales a Alabama y olvidándose durante largos ratos de su cliente Galhyoun. Zougam, un tipo al que la policía tenía controlado desde muchos años atrás sin lograr nunca echarle el guante, empezó a preocuparse.

Ayer, último día del juicio, el abogado Abascal volvió a subir al estrado, esta vez para defender a Zougam. El juez Gómez Bermúdez ordenó, como tiene por costumbre, que dos policías de uniforme sacaran al acusado de la habitación blindada y lo sentaran delante de él. El alegato de Abascal fue largo, muy largo. Ocupó media mañana y media tarde. No improvisó ni una frase. Lo leyó de cabo a rabo, trastabillando frecuentemente, como quien lee un texto escrito por otro. La sala, repleta, esperaba ansiosa que terminara de hablar. Cuando Abascal decidiera terminar, le tocaría el turno a los acusados. De ellos sería la última palabra.

-¿Quiere usted decir algo?

Gómez Bermúdez se dirige a Zougam. El acusado dice que sí. Se pone de pie y habla. Unos minutos después, el juez lo interrumpe:

-Tiene derecho a defenderse y por eso no lo estoy cortando. Pero usted no debe decir lo que ya ha dicho su defensa.

-Lo que estoy diciendo no lo ha dicho mi defensa. He estado muy atento, y eso no lo ha dicho.

Es toda una carga de profundidad hacia su letrado. Ha estado cuatro horas hablando sin decir algo que su cliente considera vital. Zougam sigue hablando. Ni una palabra sobre la conspiración ni por supuesto ninguna excursión a Alabama. Habla de él mismo. Intenta, con papeles en la mano, convencer al tribunal. Y es entonces cuando se le dispara el viejo revólver:

-Yo no sé si fueron islamistas o no, probablemente sí...

Y eso es justo lo contrario de lo que ha venido sosteniendo su abogado, que ha hablado de ETA, de policías conspiradores, de manos negras, de temporizadores falsos... Cuando Zougam deja de hablar, el juez le pregunta al resto de los acusados. Curiosamente, o tal vez no, los que más hablan con mucha diferencia son los clientes de Abascal seguidos a corta distancia por Zouhier. O sea, los tres acusados que sienten la necesidad imperiosa de defenderse con el viejo y peligroso revólver de la última palabra son los clientes de letrados suscritos -a tiempo completo o parcial- al bulo conspiración: José Luis Abascal y Antonio Alberca. Por contra, los que se han sentido bien defendidos no se creen en la obligación de salir al micrófono y jugar a la ruleta rusa.

-Puedo parecer una fiera...

Minutos antes de que Gómez Bermúdez declare el juicio visto para sentencia, Zouhier sigue actuando de Zouhier. Habla a grandes voces, baila con los pies taladrados al suelo, se dirige a la fiscal, a las víctimas... El juicio agoniza y la sesión se convierte en un resumen perfecto de lo que ha sido. Los acusados, de pie, se van turnando en el turno de palabra. Siguen hablando de trenes, de mochilas, de móviles. Escucharlos produce vértigo. Se nota en las caras de las víctimas. Han aguantado 57 días escuchando frases muy duras, viendo en las pantallas de televisión los trenes destrozados donde murieron los suyos, soportando los gestos despectivos de algunos asistentes, las carcajadas de El Egipcio... No entendiendo por qué la policía que siempre sirvió ya no sirve, por qué el juez Del Olmo y la fiscal Sánchez han sido insultados y puestos bajo sospecha, por qué un abogado de la AVT ha pedido la absolución de Zougam... Han sido 57 jornadas muy duras y ya el dolor se les escapa por las costuras. Algunos familiares lloran, pero lo hacen bajito, muy bajito, detrás de gafas negras, como si no tuvieran derecho, como no queriendo molestar.

El Egipcio (izquierda) y Slimane Aoun se ríen en un momento de la sesión de ayer del juicio del 11-M.
El Egipcio (izquierda) y Slimane Aoun se ríen en un momento de la sesión de ayer del juicio del 11-M.REUTERS

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