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Reportaje:ESPECTÁCULOS

Con Cézanne al fondo

El nuevo teatro de Aix arranca a lo grande con Simon Rattle y la Filarmónica de Berlín interpretando 'La walkyria' de Wagner

Sueño cumplido. Anteayer abrió sus puertas el Gran Teatro de Provenza, en Aix, una localidad de 135.000 habitantes conocida, sobre todo, por ser el lugar natal de Cezanne y la sede del Festival de Arte Lírico más importante de Francia. Han arrancado a lo grande, con la Filarmónica de Berlín y Simon Rattle en La walkyria, de Wagner, dentro del proyecto de una tetralogía en colaboración con el Festival de Pascua de Salzburgo. Nada de chauvinismos para comenzar. La segunda ópera que se va a representar en este teatro reúne a Patrice Chéreau y Pierre Boulez, con Desde la casa de los muertos, de Janácek (a partir del 16 de julio), cuyo espectacular montaje se estrenó en Viena en mayo y recaló en Amsterdam antes de llegar a la villa provenzal. Supone la despedida como director operístico de Boulez, aunque la producción viajará posteriormente a la Scala de Milán y el Metropolitan de Nueva York.

Vittorio Gregotti (Milán, 1927) es el arquitecto que ha impulsado el proyecto del nuevo teatro. Tiene experiencia en este tipo de edificios, pues diseñó también el Centro Cultural de Belem, en Lisboa, y el Teatro Arcimboldi, de Milán. Ha afirmado que un teatro en Aix debe tener en cuenta siempre a Cézanne y aspira a un equilibrio entre "lo sofisticado y lo popular". Faltan bastantes detalles por rematar, pero la sala es impecable: para 1.259 espectadores, si está ocupado el foso por un centenar de músicos; para 1.366, si está tapado. Aix ha inaugurado este año su festival lírico con la incorporación a sus actividades de este nuevo espacio, que a lo largo del año hará un poquito de todo, de lo más clásico a lo más moderno. El resto de los espectáculos del Festival de Arte Lírico, desde Orfeo, de Monteverdi, con Jacobs y la coreógrafa Trisha Brown, a Las bodas de Fígaro, con Harding en la dirección musical y figurines de Christian Lacroix, tendrá lugar en los espacios tradicionales de toda la vida, desde el patio del Arzobispado al coqueto Teatro Jeu de Paume o el campestre Grand Saint-Jean.

La walkyria ha seguido, en la concepción escénica de Stephane Braunschweig, las pautas conceptuales ya apuntadas en El oro del Rin. El sueño de Wotan al principio de la tetralogía se ha transferido al sueño de Brunilda al final de La walkyria. La confrontación entre realidad y deseo, entre sublimación y renuncia, se hace patente en un trabajo teatral sobrio hasta el estatismo, propio del teatro de cámara y atento al texto como pocas veces, en una atmósfera de ritual austero que evoca -con todas las distancias ideológicas y estilísticas que se quiera- al espíritu del teatro Nô japonés. En televisión dará bien y el canal franco-alemán Arte lo retransmite el próximo 5 de julio.

La estrella fue Simon Rattle, en una interpretación fogosa a la vez que analítica, al frente de una Filarmónica de Berlín apabullante. El elenco vocal se ajusta a los planteamientos teatrales y musicales. Willard White es un Wotan negro, con las fuerzas vocales un poco justas pero con una presencia impactante; Robert Gambill es un Siegmund más ligero que apasionado, y Eva Johansson una Brunilda con carácter. La actuación más redonda de la noche fue la de Eva María Westbroek como Sieglinde. El público la seguía aplaudiendo en la calle, cuando con un ramo de flores en una mano y llevando un perrito con la otra, atravesaba la avenida Verdi.

Un momento de la ópera <i>La walkyria.</i>
Un momento de la ópera La walkyria.

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