Calaf rumbo a Pekín
Rosa María Calaf come a las tres y cena a las diez. Esté en Moscú, en Nueva York o en Hong Kong. Sus amigos de esas latitudes, en las que a las tres es media tarde y a las diez casi medianoche, lo saben. Así que si Calaf invita se las apañan para engañar el hambre hasta que la anfitriona pone la mesa. "Es de esas pequeñas rebeldías tontas que te permites para mantener la identidad entre tanto cambio", se disculpa ella.
El horario mediterráneo es el ancla que echa en cada puerto esta mujer de 62 años que lleva casi 25 contando el mundo a los españoles. Sus crónicas desde Buenos Aires, Nueva York, Moscú, Roma o Hong Kong nos han metido el planeta en el salón, hasta el punto de que la cabellera roja y el penacho blanco sobre la frente son la única constante de una profesional que parecía tener el don de la ubicuidad. Hasta ahora.
"Lo que pasa lejos interesa cada vez menos. El corresponsal experto es una especie en extinción en todo el mundo"
"Tenía que crearme un estilo propio para transmitir credibilidad. Lo del pelo rojo y la mecha blanca fue idea de Llongueras"
"Si sólo informamos sobre lo que tiene audiencia estamos haciendo una sociedad de consumidores, no de ciudadanos"
La corresponsal más veterana de Televisión Española iba a retirarse en octubre. Hace meses que recibió en la corresponsalía de Hong Kong un correo electrónico de Madrid. ¿Deseaba acogerse al expediente de regulación de empleo de RTVE, que prevé la prejubilación de los 4.100 empleados que cumplen 50 o más años en 2007? Así, sin más, una plantilla con su nombre escrito en la línea de puntos. Firmó. Aunque hubiera preferido "cobrar por trabajar y no por estar en casa". Aunque se sentía "triste"; no tanto por ella, que ha hecho "más de lo que jamás hubiera soñado", sino por "muchos compañeros en cuya formación se ha invertido tanto tiempo y dinero para, ahora que se nos puede exprimir, ponernos en la calle". Tampoco recibió una alternativa, una llamada de nadie, nada. Así que estaba hecha a la idea. Tenía planes: cuidarse, viajar por placer, hacerse un armario "de civil" y dejar el uniforme de pantalón, camiseta y esos fulares tan socorridos "para hacer ver que te has cambiado de modelo en el lodo llevando lo mismo que ayer". Pero hubo un golpe de timón.
El día que se hizo este retrato, Calaf estaba contenta. Venía de Segovia, de recibir el Premio Cirilo Rodríguez por su carrera. Uno más, "muy especial", de la cosecha de galardones que está recogiendo este año "por la amabilidad de compañeros que quieren despedirme antes de desaparecer del mapa". Al acabar, su móvil rebosa de llamadas perdidas. ¿Una crisis en Timor? ¿Un atentado en Sri Lanka? ¿Otro tsunami? No. Un pequeño terremoto local. El presidente de la Corporación RTVE, Luis Fernández, tiene una oferta para ella. ¿Le apetece seguir cubriendo el área Asia-Pacífico, pero trasladándose a China para preparar la cobertura de los Juegos Olímpicos de 2008? "¿Cobrar por trabajar? el doble? ¿Vivir unas Olimpiadas? Claro, qué ilusión. El encargo es bonito, y, además, que no te pongan en la calle sin más, reconforta y se agradece. Nunca pensé que me ofrecieran quedarme, pero los caminos del Señor son inescrutables", dice hoy la requerida. Calaf está rumbo a Pekín. La jubilación puede esperar.
Rosa María Calaf Solé lo tenía todo para ser una señora bien de Barcelona, con palco en el Liceo, torre en la Bonanova y masía en el Penedés. Allí, en Banyeres (Tarragona), está la casa de los Calaf, una espléndida finca que aún da vino y aceite de primera. Los negocios de los Solé, una fábrica de porcelana con cinco tiendas abiertas, eran urbanos, así que Rosa nació en Barcelona. Ya en el colegio Laietana, "de los pocos mixtos de la época", España empezó a quedársele pequeña. "Mis padres me enviaban en verano a Francia, por el idioma, y vi que lo que me gustaba era ver mundo. Así que pensé hacer la carrera diplomática". El primer paso era estudiar derecho. Eran 12 chicas de 60. Rosa escandalizaba a las amigas de mamá al anunciar que iba a dormir a casa de un amigo para preparar un examen. "La independencia es un legado que agradezco infinito a mis padres. Entonces, pocos viajaban, y mujeres solas, menos, y yo fui a Suecia en autoestop con 20 años".
Desde aquello, no ha parado. En cuarto de derecho, cuando abrió la Escuela de Periodismo de Barcelona, Calaf, que escribía de niña los discursos de fin de curso y ya se dejaba caer por Radio Barcelona a colaborar en el programa Antena universitaria, vio el cielo abierto. "Acabé derecho e hice la preparación a la Escuela Diplomática; pero era todo tan jerárquico, tan envarado, con esa cosa tan clasista..., todo lo que yo no soy. Me centré en periodismo. Me fui un año a Estados Unidos a estudiar televisión, hice cursos en la BBC. No era ambición, sino pura curiosidad".
De vuelta a Barcelona, trabaja en Radio Nacional. Primero, en local. Ya llegaría internacional, la forma perfecta de conjugar sus dos pasiones: contar cosas y ver mundo. En un tiempo en que la presencia de mujeres se limitaba a la locución, la reportera Calaf hace calle. Estrena las primeras unidades móviles. Se las ve con técnicos, cables y micrófonos. Escribe contrarreloj, improvisa en directo. En 1970, con 25 años, entra en Televisión Española. Pocos imaginan que la redactora jefe de un clásico como 300 millones -"el embrión de la tele globalizada, conectábamos en directo con toda Hispanoamérica"- era la periodista del pelo rojo. Aunque entonces no lo tenía rojo. Eso fue cosa de Llongueras.
"En la BBC aprendí que es importante crearse un estilo propio, no sólo en tus crónicas, sino en tu aspecto, para transmitir credibilidad y sentirte cómodo en esto, que más que un trabajo es una forma de vida. Como no había referentes femeninos, tuve que construirme el mío. Las feministas me criticaron, pero es una cuestión de respeto al espectador. Llongueras me ayudó. Él fue quien se inventó lo del pelo rojo y la mecha blanca que me complica tanto la vida, porque claro, a estas alturas, ya no me la puedo quitar", dice Rosa. Así que ahora, cuando viene a España, le encarga al peluquero Xavier Soteras cantidades industriales de tinte plata y bermellón para mantener el look Calaf por el globo. "Lo malo es que el agua no es siempre igual y a veces la mecha queda rosa, pero bueno, hay cosas peores".
Que se lo cuenten a ella, que lleva 24 años dando tumbos por 160 países. Ella, que abrió la corresponsalía de TVE en Moscú cuando aún era la URSS y Gorbachov iniciaba la perestroika. Que cubrió desde Buenos Aires las turbulentas transiciones de la dictadura a la democracia de los países latinoamericanos. "Ahí me vino bien el derecho y los rudimentos diplomáticos. Hoy se ha perdido, pero entonces, en esos sitios, una corresponsalía era casi como una embajada, y una corresponsal, como un cónsul". Que se lo digan, en fin, a quien ha cubierto guerras, terremotos, hambrunas, atentados, y ha visto, y olido, docenas de los 350.000 cadáveres que dejó en el barro el tsunami de Indonesia.
Aunque también hubo amor y lujo.
El glamour de los Oscar como corresponsal en Estados Unidos, con Ronald Reagan en plena forma. O la buena vida en Roma, con Berlusconi, la tangentópolis y Marcello Mastroianni en la M de la agenda de amigos locales. Claro que para eso hay que remitirse al archivo de TVE, porque ella no aporta pruebas.
-¿No tiene una foto con Mastroianni, ni con Juan Pablo II, ni con Gorbachov, ni con Reagan, ni con Kim Il Sung?
-No, en serio. No soy mitómana, y luego, estás trabajando, vas deprisa y no caes en eso. Ahora me arrepiento. Sobre todo de lo de Marcello, que me encantaba, como a todas, no te vayas a creer.
Eran tiempos de dificultades técnicas: "En Nueva York pasamos al vídeo y la emisión por satélite; antes se trabajaba con cine y mandábamos las latas por avión", dice Calaf, que compró en Moscú, para TVE, el primer fax que vio en su vida. Pero también días de empaque para la información internacional. Televisión Española presumía de su red de corresponsales. Ellos correspondían luciéndose en antena. Una crónica para un telediario duraba tres minutos. Una eternidad "ahora que cuesta vender una pastilla de minuto quince, y si te dan uno veinticinco das saltos". Sobre todo si se trata de países pobres y lejanos. "Lo internacional interesa poco, menos cuanto más lejos. El corresponsal experto es una especie en extinción. Muchos medios están cerrando oficinas. Se limitan a enviar gente a las crisis. Un amigo dice una frase que me encanta: ya están aquí estos que saben tanto de cubrir crisis y absolutamente nada de las crisis que cubren", certifica la responsable de informar sobre un área inmensa y superpoblada que abarca desde Pakistán hasta Nueva Zelanda.
"Se presupone que los países lejanos son menos importantes o interesantes. Una paradoja en un mundo donde todo está entrelazado. Desde el 11-S ha ido a peor. Esa idea de que, desde los países emergentes, sólo hay que hablar de la guerra contra el terrorismo. Mire, no. También está la guerra contra la pobreza, la injusticia, la desigualdad de la mujer, los ataques al medio ambiente. Pero eso no vende. No sé si era el director de Time Magazine o Newsweek quien decía que una portada internacional bajaba las ventas un 25%. Según las encuestas, a la gente le interesa el deporte, lo local, saber cómo hacerse rico, el tiempo, el tráfico y lo que puede hacer el sábado por la noche. Y eso se hace, primar lo banal y lo que da audiencia sobre lo importante y lo veraz. Pero no se puede jugar con el derecho a la información. Si convertimos un informativo, y más público, en algo que no informa, estamos haciendo desde los medios una sociedad de consumidores, no de ciudadanos".
Eso decía Calaf horas antes de conocer, y aceptar, la prórroga de su contrato con TVE. Lo mantiene. "No voy a callarme. La deriva de los medios hacia esta especie de periodismo espectáculo de usar y tirar es peligrosísima, y me apetece alertar sobre ello". Le avalan 37 años de oficio y un prestigio unánime entre periodistas de toda edad. "Rosa María Calaf es la cronista combatiente del pelo rojo. Nos ha acercado los conflictos que siempre quisimos cubrir con un lenguaje limpio y esos guiños suyos contra quienes manejan los hilos del poder", estima Quino Petit, de 29 años, recién incorporado a la profesión.
"Con tres pinceladas, clava la información y la sitúa en positivo o en negativo", dice de ella su jefe, José Antonio Guardiola, responsable de la información internacional de TVE. "Aprovecha hasta la última milésima. Aunque sea un reportaje sobre la cría de orangutanes en Borneo, siempre tiene una frase para poner a los gobernantes en su sitio. Y luego está su estilo. Ha creado una firma. Calaf es la primera reportera global. Le da credibilidad a una noticia desde Japón, Nueva York o Johanesburgo. La gente no sabe dónde está, ni falta que hace. Si lo cuenta ella, es verdad. Eso es dificilísimo, es la primera en lograrlo".
No será porque Calaf dedique tiempo a cultivar las relaciones públicas con sus superiores. En los 23 años que lleva fuera de España ha pisado cinco veces Torrespaña. No hace falta que lo jure. Una semana después de las municipales no tenía ni idea de quién demonios eran unos tales Sebastián y Simancas.
"He vivido todos los cambios de jefes por teléfono. No es que no me hayan tentado. Me han ofrecido despachos a porrillo. Llega una edad en que parece que la única forma de reconocerte es darte un cargo", dice quien puso en pie TV3, como directora de programación, y pidió el traslado "al día siguiente" de iniciar las emisiones. Pero que nadie se equivoque. Calaf tiene poder. Maneja el presupuesto de las corresponsalías que dirige, pero su verdadera influencia reside en su mirada. Los asuntos que elige y su forma de abordarlos constituyen la imagen en España de los países que cubre. Casi nunca es blanca ni negra, sino sombreada con toda la gama de grises.
"Trabajar en dictaduras es dificilísimo, porque sólo puedes enseñar lo que te dejan. Pero a veces, como en Corea del Norte, lo que te permiten mostrar es tan delirante que da la medida de la realidad. Es más complicado informar en países con democracias deficientes, como Filipinas. Ahí la autocensura puede venir no por el miedo a que te den dos tiros, sino por el halago. Eso de que, como eres amigo, no te vas a meter conmigo. Tú no eres su amigo, sino un periodista. Y tu obligación es informar".
La emoción debe proceder de la propia historia, no de quien la cuenta, dice la profesional que relató para TVE la mayor catástrofe natural del siglo. "Se tiende a exagerar tanto la parte emocional de la noticia, que en EE UU ya se habla del síndrome de la piedad cansada. La tolerancia al sufrimiento tiene un límite, y si se sobrepasa, la noticia ya no impresiona". Además, luego no se vuelve al lugar de la tragedia, añade Calaf, harta de asistir a "la solidaridad de salón de los que van a hacerse la foto".
Ella fue testigo de cómo se desmantelaba un campo de refugiados por el tsunami para que aterrizara el helicóptero de Kofi Annan, secretario general de la ONU. Por no hablar de "todos esos periodistas que se pelean por subir en los helicópteros de emergencia. Yo no, si eso supone que los 200 kilos que pesamos mi cámara, yo y el equipo se resten de las asistencias. Es más importante que llegue la ayuda que la cámara".
"Rosa es una corredora de maratón, de las que creen que acelerar para ganar los 100 metros no es buena idea", asiente Ramón Lobo, enviado especial de El País a decenas de crisis internacionales. "Ha habido otras corresponsales de televisión tan meteóricas como fugaces. Calaf está siempre sobre el terreno. Es la gran dama de la profesión". "Se apunta a un bombardeo", redunda Georgina Higueras, corresponsal de El País, que ha coincidido con Calaf en varios destinos: Nueva York, Moscú, Hong Kong... "Lo más difícil de esto es hacerte un hueco, conseguir fuentes, crearte un espacio donde llegas. Pero también es lo más interesante, y Rosa es una maestra. No tiene miedo al trabajo y sí una curiosidad universal. Le encanta su oficio. En China echará el bofe. Morirá con las botas puestas".
Calaf está en Guam realizando reportajes "de nevera". Pronto vendrá a ver a su madre, de 87 años, en la masía de Tarragona. A las "dos tandas" de sobrinos a los que esta mujer soltera -"no he sacrificado nada, nunca quise formar una familia"- ha enseñando el planeta en pantalla y en vivo. A la dieta mediterránea que tanto añora. Por cierto, que la aguerrida Calaf siempre está a régimen. "La tele engorda cinco kilos y envejece cinco años", admite, coqueta. Y eso que es vegetariana. "Pero come jamón ibérico a dos carrillos, dice que eso es bellota", la delata un colega. "Va a todas las cenas con una tartera por si no le gusta el menú", sopla otro. Donde fueres haz lo que vieres, sostiene ella. Hasta cierto punto. Cuando se ve acorralada por la hospitalidad de alguien que le ofrece condumios de dudosa procedencia, tira de oficio. "Me lo prohíbe mi religión", arguye, compungida. "Eso es definitivo, lo entiende todo el mundo".
Adiós a los pioneros
Se van. Unos ya han hecho mutis por el foro, despidiéndose elegantemente de los telespectadores desde Jerusalén -Agustín Remesal- o Moscú -Valentín Díaz- hasta la próxima conexión. Otros -Ángel Gómez Fuentes, con las elecciones francesas, o Emilio de Benito, con la cobertura de las continuas cumbres en Bruselas- apuran sus últimas misiones informativas antes del adiós. Pero todos han firmado su consentimiento a su inclusión en el expediente de regulación de empleo de Radiotelevisión Española, que estipula la oferta de prejubilación a los 4.100 trabajadores que cumplen 50 o más años en 2007. La medida, que pretende sanear las cuentas de la televisión pública, significa en la práctica la renuncia al trabajo de algunos de los mejores profesionales de la casa en todos los ámbitos: delante y detrás de las cámaras. Entre ellos, la generación de periodistas que puso en pie la red de corresponsalías de TVE en el mundo. Un grupo de profesionales que ha explicado lo que sucedía en el planeta al menos a tres generaciones de españoles. Entre ellos, a José Antonio Guardiola, de 44 años, jefe de la sección internacional de los Servicios Informativos de TVE. Guardiola se debate entre "la ilusión del reto" que supone la sustitución de estos pesos pesados por periodistas más jóvenes y la "tristeza" de no poder "exprimir más a una generación irrepetible de profesionales, que está en su mejor momento.Tanto por ellos mismos como por la posibilidad de contar con ellos para formar a los que vienen". Está por ver si, como Calaf, alguno recibe la oferta de aplazar la jubilación. De momento, y hasta entonces, siguen informando.
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