El cajero se inventó en la bañera
John Shepherd-Barron creó su artilugio hace 40 años. Hoy existen 1,64 millones en el mundo
A remojo en la bañera. Con agua bien caliente. Dos condiciones necesarias para una idea brillante. Es la técnica de John Shepherd-Barron, el inventor de los cajeros automáticos. En ésas se hallaba este escocés hace 42 años, en pelota viva y relajado, mecido por los vapores del agua humeante, cuando visualizó la máquina: ¡una réplica de los dispensadores de chocolate que escupa billetes!, ¡sacar tela en pleno fin de semana! Enseguida se dio cuenta de que tenía algo gordo entre manos.
Tardó dos años en llevar a la práctica su momento de iluminación. Un momento que le hizo pasar a la historia.
No fue la única idea brillante surgida en la humeante intimidad del escusado. También fue en la bañera donde este escocés de 82 años, irredento apasionado de la pesca, se inventó otro sistema que no pasará a la historia, por lo menos, en la memoria colectiva: un espantafocas de piscifactoría, un dispositivo que emula el sonido de las ballenas para evitar que las focas se coman a los salmones.
Ochenta segundos. Fue lo que tardó el jefe de Barclays en ofrecerle un contrato al conocer la idea
Otro invento que se le ocurrió en el baño fue el diseño de un 'espantafocas' de piscifactoría
"Es un buen sitio para pensar cuando tienes un problema", dice Shepherd-Barron entre risas, en conversación telefónica desde su casa en Tain, Ross-shire, remoto pueblo de la campiña escocesa. A su lado, su mujer, Caroline, poniendo la oreja y marcando ocasionalmente desde la distancia las respuestas de su marido. El miércoles pasado, el inventor del cajero automático, que ya fue condecorado hace año y medio por la reina Isabel II de Inglaterra, cumplió sus 82 años: "Sólo bebí un vaso de sidra, fui un chico bueno".
Ochenta segundos tardó en verlo claro el director general del banco Barclays. Ochenta segundos. Las buenas ideas son pura gasolina.
A Shepherd-Barron, la cosa se le ocurrió un sábado, a remojo. El viernes siguiente tenía el proyecto listo para presentarlo. El lunes se lo puso sobre la mesa a Barclays. A los ochenta segundos, el director general de la firma británica le ofrecía un "contrato instantáneo", recuerda. Trabajó junto a cuatro de sus empleados durante dos años para tener lista esa máquina que se instaló por primera vez en Enfield, al norte de Londres, hace ahora 40 años.
"En los bancos dejaron de ser arrogantes gracias a este invento", dice, orgulloso de su creación. "Antes eran ellos los que tenían el poder: con el cajero, le dimos el poder al cliente". Hoy por hoy existen más de 1,64 millones de estas máquinas en el mundo. La curva de crecimiento de cajeros instalados no ha dejado de progresar desde aquel mítico 1967.
Pero la genial idea de Shepherd-Barron no tuvo tan buena acogida en todas las partes del mundo. Aún recuerda, entre risas, aquella cumbre de Miami. Corría el año 1968. Disponía de 15 minutos para presentar su gran invento ante la Asociación Norteamericana de Banqueros. Había 2.000 personas en el salón de actos. Sólo 12 recogieron el folleto que presentó. "Me dijeron que era otra de esas locuras que se les ocurren a los europeos".
Lo del PIN, sin embargo, se lo inventó su mujer. Bueno, ella fue la que sugirió que debía ser de cuatro cifras. Estaban sentados, en la cocina, hablando del cajero. Él había pensado en un código PIN de seis cifras porque recordaba perfectamente las seis cifras de su carta militar. Pero su mujer, Caroline, le dijo que sería más operativo con sólo cuatro dígitos. A este hombre, nada como mandarle a casa para que saque adelante los proyectos.
Dos años más tarde, el propio Shepherd-Barron, ex capitán de paracaidistas en la II Guerra Mundial, pudo comprobar que ni siquiera es fácil memorizar esos cuatro dígitos. Le pasó a él. Fue a retirar dinero, en 1968, recuerda, y no se acordaba del número secreto. "Me sentí terriblemente desconcertado, tuve que entrar al banco para que me ayudaran a salir del trance". Hoy la vida de millones de personas está asociada o uno, dos o varios PIN.
El primer cajero de España, en Toledo
EL FOLLETO DATA DE 1974, y dice así: "A. Introducción de la tarjeta en la máquina. 1. Introduzca la tarjeta hasta notar que la máquina comienza a tirar de ella. Las operaciones que deberá realizar a continuación, hasta obtener dinero, irán apareciendo sucesivamente en los letreros luminosos de la máquina". Así arranca el manual de instrucciones que se ofrecía a los clientes de la época. Un folleto editado por el Banco Popular en que se detallaba en seis puntos cómo utilizar el revolucionario invento recién llegado a la España de Franco. Un folleto al que sólo le falta la voz del narrador de la serie Cuéntame para completar el cuadro.
Fue en la primavera de 1974 cuando se instaló el primer "servicio de cajero permanente" de España (el Banco de España no puede certificar que sea el primero, pero distintos expertos del sector lo dan por hecho). En Toledo, en la calle Cuesta del Alcázar, 7. Un multicard de la marca Burroughs, distinto del creado por Shepherd-Barron para De la Rue, que funcionaba con un cheque impregnado en carbono que te daban en el banco. La sucursal, que sigue en su sitio, acababa de ser inaugurada, en 1973.
"Es necesario MARCAR LAS 4 CIFRAS que forman su clave INCLUIDOS LOS CEROS (sic)", advierte con énfasis el folleto de la época.
Se utilizaba entonces una tarjeta roja. Cada uno de los cuatro portabilletes del artilugio
contenía 2.500 pesetas. El límite máximo
de extracción era de cuatro portabilletes
por día y de 10 al mes. Han pasado 33 años.
España tuvo que esperar a finales de los ochenta para empezar a aparecer en puestos cabeceros entre los países con más cajeros del mundo. Hoy por hoy, es el país europeo con mayor número de cajeros automáticos por habitante, según Global Tecnology Insight (TNS). Y el segundo del mundo, tras Japón.
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