Homosexualidad y derechos humanos
Hoy, sábado, Madrid será la capital europea del Día del Orgullo Gay. La situación estratégica de España permite constituirla en tribuna privilegiada desde donde denunciar los abusos aún existentes en numerosos países. Si el clima político en Occidente ha mejorado mucho en los últimos años, la situación en el mundo es dramática. Existen actualmente 87 países que penalizan las relaciones homosexuales. En los Emiratos Árabes, Arabia Saudí, Yemen, Irán, Sudán y Mauritania, los gays son condenados a la pena de muerte. En países como Zambia, Tanzania, Kenia, Pakistán o Afganistán, con la prisión perpetua. En otras partes del mundo, como Egipto, Etiopía, Marruecos, Nicaragua o Libia, con 20 años de prisión.
Louise Arbour, alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, ha condenado a los países que violan el respeto a la vida privada pero su voz se pierde en un desierto de integrismos e intolerancias. La solidaridad en Occidente está lejos de ser ejemplar, las oficinas que otorgan asilo político han incorporado la homosexualidad como motivo de persecución muy recientemente y son muy pocos los casos admitidos. Además, la entrada de nuevos miembros a la Unión Europea como la Polonia de los hermanos Kaczynski hace tambalear derechos que creíamos adquiridos definitivamente como la libertad de asociación y manifestación.
En efecto, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó el mes pasado al país del Este tras la prohibición del alcalde de Varsovia de la marcha del orgullo gay. Dicha condena no impidió que el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, prohibiera las marchas para que "no ejerzan una influencia nociva entre los ciudadanos", abriendo así las puertas a la intolerancia de grupos nacionalistas y ortodoxos que agredieron a numerosos manifestantes pacíficos. Mucho más que otros grupos minoritarios, el colectivo LGBT está sujeto a los vaivenes políticos y los humores de una opinión pública manipulada.
La ola de integrismo en los países árabes, el endurecimiento de la teología vaticana, el crecimiento de sectas protestantes carismáticas en África y América del Sur, hacen peligrar seriamente la integridad de millones de ciudadanos cuyo único "crimen" es desear emocional y sexualmente a personas de su mismo sexo.
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