Atentado en Líbano
Todavía conmovida por las estremecedoras imágenes de los familiares de los seis jóvenes soldados que dejaron la vida en la emboscada de Líbano, y que nos muestran el terrible y desgarrador dolor de la pérdida, se me ocurre reflexionar sobre estas misiones llamadas de paz, que no dejan de presentar curiosas paradojas.
Se supone que nuestros hombres están allí para garantizar la paz de la zona. No tienen órdenes de disparar, pero sí pueden ser disparados y ser objeto de toda clase de agresiones violentas, como desgraciadamente hemos comprobado. Como forman parte de un contingente que se supone no ha de entrar en combate, sus medios no son los que llevarían en caso de guerra abierta, ni el blindaje de sus vehículos es lo suficientemente fuerte como para soportar una explosión, ni disponen del tan mencionado inhibidor de frecuencia.
Como cansinamente se repite, son fuerzas de paz, pero están expuestos a enormes peligros en zonas de gran riesgo. Cuando mueren, tampoco se les concede la condecoración con distintivo rojo -lo cual llevaría consigo una pensión superior para sus familias-, ya que el concedérsela sería admitir que han muerto en un acto de guerra (por cierto, en Líbano sí se les ha concedido una condecoración de bajas de guerra).
Da la impresión de que el Gobierno procura evitar a toda costa admitir que nuestros soldados no son una ONG, sino una fuerza armada con todos los riesgos inherentes a acciones armadas. Son misiones avaladas por Naciones Unidas, y absolutamente legales, pero están expuestos a todos los peligros de una guerra.
Quizá sería ya hora de llamar a las cosas por su nombre.- Maribel Egido Carrasco. Coca, Segovia.
Alberto Oliart, ex ministro de Defensa de UCD en los primeros años de la transición democrática, escribe un artículo ejemplar, Lo primero, honrar a los muertos, en EL PAÍS (27-06-2007) que debiera hacer recapacitar a algunos políticos y periodistas envenenadores día tras día, con sus partidistas y tendenciosas opiniones, del ambiente cotidiano en que nos movemos los españoles. Nunca fue el ex ministro santo de mi devoción en lo que se refiere a sus planteamientos políticos. Hoy, después de seguir con atención sus opiniones en este diario y en otros foros, afirmo que es un político cabal y leal. Lo es con la España democrática a la que sirvió como ministro y a la que sirve en la actualidad como ciudadano. Su honestidad le lleva a censurar a quienes se aprestan desde posiciones carroñeras y partidistas a criticar y pedir explicaciones sobre el tremendo atentado que ha costado la vida a seis soldados españoles en una misión de paz en Líbano.
Apenas media hora después del criminal atentado, dirigentes del PP y periodistas de su entorno mediático exigían poco menos que responsabilidades al Gobierno de España. No es el momento, como bien argumenta Oliart, de lanzarse cual jauría en demanda de explicaciones, que a buen seguro se darán cuando la investigación iniciada pueda esclarecer las causas u otras razones de la sin razón del atentado terrorista.
Coincido plenamente con los planteamientos de Alberto Oliart, y especialmente con el último párrafo de su artículo, en mi condición de ofendido. Sé que su honestidad y lealtad, las que faltan a muchos políticos que es innecesario señalar, le obligan a continuar defendiendo la cordura tan inexcusable hoy. No cabe duda de que en esta ocasión es Lo primero, honrar a los muertos.
Manuel Peláez García. Zafra, Badajoz
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