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LA CRÓNICA
Columna
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Una ciudad a la deriva

Acaba de constituirse, hace unos días, el nuevo gobierno municipal de Alicante y quizá sea un buen momento para preguntarnos por el futuro de la ciudad. ¿Hacia dónde se dirige Alicante, qué clase de ciudad pretende ser? La pregunta no es fácil de contestar, por diversas circunstancias. Existe, sí, la retórica habitual que los políticos suelen utilizar en estos casos, construida con los tópicos más dormitivos y convencionales. Pero es poco probable que con ella lleguemos a alguna parte. Decir que "Alicante será la ciudad más deseada de Europa", o repetir que "seremos envidiados por el resto de España", no nos llevará muy lejos -aunque frases como estas hayan ayudado a Luis Díaz a conservar la alcaldía-.

Tampoco resultarán las cosas sencillas, si pretendemos averiguar la situación actual de la ciudad. Los largos años de gobierno de Díaz Alperi han sumido a Alicante en un estado de indeterminación donde los mismos asuntos se prolongan de un año para otro, eternizándose. Para entender cuál ha sido la tónica habitual de esta etapa, debemos recordar las vicisitudes que ha sufrido el palacio de congresos durante ella. Es más, quien haya sentido la curiosidad de comparar los programas electorales del Partido Popular, en las tres últimas convocatorias, habrá comprobado que son prácticamente idénticos. La mayor parte de lo que se prometía doce años atrás, continua vigente en la actualidad.

Se podrá objetar que durante el periodo la ciudad ha cambiado. Eso es cierto. Alicante ha crecido en estos años, ha ensanchado sus límites, el número de nuevas viviendas que se han edificado es considerable, probablemente excesivo, han surgido nuevas barriadas y la población ha incrementado sus habitantes. Pero, al margen de ese crecimiento que es, no lo olvidemos, un crecimiento puramente cualitativo, ¿qué desarrollo ha experimentado la ciudad? ¿Es Alicante hoy una ciudad más moderna, más atractiva, más cómoda? ¿Viven los alicantinos, en la actualidad, mejor que años atrás?

El problema es que no hay ninguna perspectiva de que la situación pueda cambiar. El discurso que pronunció Díaz Alperi en su toma de posesión es, frase arriba, frase abajo, el mismo que ofreció hace cuatro años. Al margen de su insistencia en Rabassa y la promesa de aprobar el Plan General, el alcalde no propuso ninguna idea de relieve. Es verdad que Alperi ha prometido marcharse en unos meses, pero nada permite suponer que su sustituto vaya a comportarse de un modo distinto. En estas circunstancias, cabe preguntarse si Alicante podrá resistir otros cuatro años sin dirección política. Evidentemente, podrá hacerlo pero a costa de hundirse un poco más en la mediocridad.

Semanas atrás, entrevistaban en la prensa a la directora de uno de los nuevos hoteles que se han construido recientemente en la ciudad. Alicante, no es necesario decirlo, se considera una ciudad que pretende vivir, sino por completo, sí en buena medida del turismo. Cabría pensar que esta decisión la comparten sus autoridades, y que, en consecuencia, se esfuerzan para que Alicante resulte agradable al visitante y ofrezca un inmejorable aspecto. No parece que sea esa, sin embargo, la realidad. En un momento de la conversación, el periodista pregunta a la hotelera su opinión sobre el estado de la ciudad: "Ahora mismo" responde ésta, "tengo la sensación de que Alicante parece más una ciudad del norte de África que una ciudad europea". Y así nos va.

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