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Reportaje:

Dolores vuelve a su balcón

Una muestra recuerda en Chueca a una vecina católica y conservadora que mantuvo durante años una afectuosa y entrañable relación con la comunidad gay del barrio

Francesco Manetto

"¿Conoces a Dolores?".

El fotógrafo canario Alexis W. pregunta enseñando un retrato amarillento de los años cuarenta. La imagen no es suya. Un autor anónimo inmortalizó entonces a Dolores Díaz, cuando aún no había abandonado su pueblo en la provincia de Toledo. "¿Dolores?". Mario Muriel, realizador, piensa un segundo y enseguida se le ilumina la cara: "Claro, ¡la marquesa de la calle Pelayo!". Esta rápida conversación se produjo ayer en una esquina de Chueca. Ambos recuerdan a Dolores como la parroquiana más peculiar del bar Eagle, uno de los locales emblemáticos de ambiente gay leather del barrio.

Alexis, que desde hace cinco años, coincidiendo con el Día del Orgullo Gay, expone sus fotografías en los balcones de esa calle, decidió dedicarle un homenaje. Y, con la ayuda de sus familiares, empezó a bucear en su pasado. Porque Dolores falleció en 2005 y, en opinión de la variopinta "familia" que habita el bar, representa un espectacular y tierno ejemplo de convivencia diaria.

"Todas las tardes bajaba a tomarse su cortado o un chupito, y se quedaba aquí a charlar con nosotros", explica Alexis apoyado a la barra, mientras detrás luce la imagen del cartel de la exposición La ventana indiscreta, que se inaugurará el próximo jueves. "Dolores entre un skin y un punk, junto a la foto de un beso y la bandera homosexual. Todos, viviendo la situación con normalidad". Junto a esa instantánea, la abuela del Eagle revivirá en un "viaje por la memoria" hecho de 16 imágenes. La memoria de una mujer que nació el día de Nochebuena de 1926 en Cobisa, a siete kilómetros de Toledo. Creció en su pueblo y, ya mayor, se trasladó a Madrid intentando huir de la indigencia. En la capital se casó, a principios de los cincuenta, y en Chueca encontró su nuevo pueblo. Un mundo hecho de caras conocidas y amistades. Allí trabajó en algunas porterías y se hizo querer.

Hasta que, en 1995, el Eagle entró con fuerza en su rutina diaria. Para ella, siempre alegre, risueña y enérgica, al principio fue extraño. "Se metía con nosotros por la pinta que llevamos y porque vamos rapados. Aunque siempre con mucho cariño", recuerda Alexis. Y es que Dolores tenía "mucho genio", recuerda su hija, Teresa Manzano. "Era una mujer muy tradicional, iba a misa todos días, y después al Eagle. Pero se llevaban bien y hasta les cosía los pantalones a los chicos", cuenta. Así, poco a poco, se fue haciendo al ambiente, hasta que se convirtió en una más de la familia.

Antonio, uno de los trabajadores del bar, muestra una sonrisa amarga cuando se menciona a Dolores. Alexis prefiere no hablar de su muerte. Ella se ha ido y, sin embargo, su imagen sigue despertando recuerdos en las paredes del Eagle, entre una pila de preservativos y una pantalla la en la que se proyectan vídeos de sexo explícito. Para celebrar una relación emocional que se convirtió en "un reflejo de humanidad del barrio que nos gusta".

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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