Una boda con caftanes en Marraquech
MARRAQUECH impresiona a cualquier hora. Llama la atención la animación de la plaza de Yemaa el Fna, con sus puestos de comida, sus encantadores de serpientes, sus titiriteros con monos, sus vendedores de agua y cuentacuentos. Muy cerca están la mezquita y el minarete de la Koutoubia, modelo de la antigua Giralda, y la medina, con sus calles laberínticas y sus miles de tiendas, donde venden casi de todo. Tras visitar Marraquech, mis amigas y yo nos desplazamos al sur, a la ciudad de Agadir. El viaje iba mostrando un paisaje cada vez más seco, parecido al desierto almeriense de Tabernas. Sin embargo, los rebaños de dromedarios y cabras trepadoras, conducidos por pastores, nos recordaban que estábamos en un lugar exótico. En época seca, los dromedarios y las cabras se alimentan de hojas de argán, un árbol típico del suroeste de Marruecos.
Agadir se encuentra junto al mar y cuenta con una maravillosa playa. La ciudad se quedó sin medina a causa de un terremoto en 1960. Pero su zoco, plagado de puestos de frutas y verduras, especias y hierbas aromáticas, artesanía de plata, madera o cuero, y de alfombras del Sáhara tejidas a mano, enamora. No se pierdan los puestos de productos derivados del argán: aceite, jabones y cremas. Pero los más exóticos son los puestos de aromas y potingues extraños. En una tienda encontramos una pócima de color negro, similar a la poción de Harry Potter, y que el propietario aseguraba era infalible contra el mal de ojo. Y si uno se descuida y se niega a comprar el ungüento, el tendero es capaz de colocarle un camaleón en el hombro. Tras unas horas en el zoco, terminamos siendo expertos en el arte del regateo.
Al día siguiente, unos amigos marroquíes nos invitaron a una boda, para la que nos vistieron con caftanes. La unión estuvo amenizada por un grupo de música tradicional. Pero lo más espectacular fue la llegada de los novios. La novia fue conducida en un paso cubierto, a modo de palio, y transportada por cuatro hombres que bailaban al son de la banda. El novio, que marchaba delante, iba saludando a los invitados. La cena fue todo un festín; no faltó ni el cordero asado ni los típicos pasteles marroquíes. La novia se cambió varias veces: el vestido blanco fue sustituido por uno rojo, y más tarde se puso uno azul con adornos dorados. El novio alternó un traje occidental con otro tradicional.
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