_
_
_
_
Reportaje:

Moscú teme un efecto dominó

Rusia alerta sobre posibles conflictos en Abjazia, Osetia del Sur, Alto Karabaj y Transdniéster si Occidente acepta la independencia kosovar

Pilar Bonet

Rusia se verá en una situación incómoda si EE UU y la UE reconocen la independencia de Kosovo, pese a su oposición y la de Belgrado. El reconocimiento de este territorio que formalmente es una autonomía de Serbia, puede tener como consecuencia el recrudecimiento de las tensiones en Abjazia, Osetia del Sur, el Alto Karabaj y el Transdniéster, los territorios que durante el proceso de desintegración de la URSS se resistieron por las armas a ser asimilados a los nuevos Estados reconocidos en 1991.

Oficialmente, para Rusia y para la comunidad internacional, Osetia del Sur y Abjazia pertenecen a Georgia; el Transdniéster, a Moldavia, y el Alto Karabaj, a Azerbaiyán. Sin embargo, la realidad es que estos Estados no reconocidos funcionan como unidades independientes desde hace una quincena de años e incluso más tiempo, tras haber ganado sangrientas guerras étnicas durante la agonía de la URSS. Con excepción del Alto Karabaj, controlado militarmente por los armenios, en todos ellos hay diversas misiones de pacificación internacionales con presencia militar rusa.

Moscú trata de influir sobre los países afectados por problemas de independentismo
Kosovo puede ser un precedente jurídico para regiones separatistas de la antigua URSS
Más información
Rusia rechaza el nuevo plan de Europa y EE UU para Kosovo

Hasta ahora, el Kremlin ha apostado por aplazar lo más posible el eventual reconocimiento de Kosovo, por considerar que sería un precedente para los conflictos congelados de la URSS. La posición más ventajosa para Moscú es ganar tiempo sin llegar al extremo de tener que utilizar el derecho a veto al plan Ahtisaari (apoyado por EE UU y la UE) en el Consejo de Seguridad de la ONU.

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, ha advertido que el reconocimiento de Kosovo tendría carácter de precedente para los cuatro citados territorios del espacio postsoviético. Moscú juega con el independentismo frente a Occidente, pero su finalidad es disuasiva, ya que el Kremlin tiene escasos deseos de tomar la iniciativa para lograr el reconocimiento internacional de los separatistas que hoy protege y ayuda.

Putin considera como uno de los mayores éxitos de su gestión el haber atajado los procesos desintegradores en Rusia en los noventa. Bajo su mandato, Chechenia ha sido sometida y un sistema político más centralizado y más estable, pero menos democrático, ha encauzado las autonomías (como Tatarstán), a las que el presidente Borís Yeltsin había incitado a tomar "cuanta soberanía pudieran abarcar".

Rusia ha firmado acuerdos en los que reconoce la integridad territorial de Georgia, Azerbaiyán y Moldavia. Para Moscú, apoyar ahora abiertamente el independentismo en el territorio de países que, como Rusia, tuvieron en el pasado la categoría de repúblicas federadas de la URSS supondría tensiones con estos Estados y también el riesgo de despertar viejos fantasmas y renovar procesos de reflexión en los eslabones internos más frágiles de sus propios dominios.

Para los Estados no reconocidos de la antigua Unión Soviética, la lógica de la situación es otra y Kosovo representa un precedente jurídico, por ser, como ellos mismos, un producto de las arbitrarias estructuraciones y reestructuraciones territoriales internas realizadas por los regímenes socialistas del siglo XX. "La independencia de Kosovo crea una nueva norma de derecho internacional, a saber que las autonomías en el marco de las repúblicas federadas comunistas también pueden independizarse", señalaba el ministro de Exteriores del Transdniéster, Valeri Litskái.

Kosovo tiene la categoría de provincia autónoma de Serbia, lo que supone un nivel inferior a las repúblicas federadas como Croacia o Serbia. "Hasta ahora los territorios que se habían independizado eran repúblicas federadas", señalaba Litskái.

"El proceso de desintegración de la URSS no ha acabado aún y sólo cuando haya concluido se podrá decir que hay estabilidad", manifestaba Serguéi Shamba, ministro de Exteriores de Abjazia. "Occidente hace gala de una doble moral, porque, por una parte, condena la herencia del comunismo, pero por otra trata de conservar esa herencia", decía, y agregaba que aceptar el carácter inferior de las antiguas autonomías soviéticas equivale a reconocer como buena la política nacional de Stalin.

Tras la desintegración de los imperios coloniales, llegó la desintegración de las federaciones socialistas, que eran tres, la URSS, Yugoslavia y Checoslovaquia, afirmaba Litskái. Las federaciones socialistas, sin embargo, no se han acabado de desintegrar, sino que han dejado problemas no regulados que se llaman repúblicas autónomas, señala. "Rusia no puede ser la primera en reconocer la independencia de Kosovo, porque si lo hace, el líder de Tatarstán Mintimer Shamíev podría acudir a Putin y pedirle también la independencia. Pero si es Washington quien lo hace, Putin podrá argumentar ante Shamíev que él no ha llevado la iniciativa".

Opinaba Litskái que la independencia de Kosovo abre una época difícil para Transdniéster, porque se produce una situación análoga a la que hubo a principios de los noventa cuando se reconoció la independencia de Croacia y se abrió la caja de Pandora. "Cuando se desintegró la URSS, había 70 potenciales puntos de conflicto, pero con el tiempo se ha producido una selección natural de los espacios con pretensión a identidad propia, hasta reducirse a los cuatro que han sobrevivido como Estados independientes no reconocidos", afirmaba Litskái.

Mientras tanto, en espera de frenar el reconocimiento de Kosovo, Moscú ha adoptado una nueva táctica que consiste en tratar de influir sobre los países afectados por el problema del separatismo para que sean éstos quienes, a su vez, tracen un paralelismo en provecho propio, e influyan en Occidente. Putin ha empleado esta táctica recientemente con el presidente de Georgia, Mijaíl Saakashvili. En lugar de hablarle de Abjazia u Osetia del Sur, Putin le habló de Kosovo y le indicó que esperaba su apoyo a la integridad territorial de Serbia. Este comportamiento ruso pone muy nerviosos a los independentistas y les hace temer que Rusia pueda llegar a acuerdos con Georgia y Moldavia por encima de sus cabezas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_