Una mala relación no tan antigua entre Berlín y Varsovia
A la hora de buscar una explicación de la política de obstrucción de Polonia ante la UE, y en especial su resistencia frente a la presidencia alemana, se recurre a argumentos como los odios atávicos que se remontan incluso a los días de las particiones de Polonia en los siglos XVIII y XIX con la participación de Prusia y la Rusia zarista. En la cultura política polaca esto representa un papel importante.
Los gemelos Kaczynski, el presidente Lech y el primer ministro Jaroslaw, proceden de una familia en la que su padre y su madre lucharon con la Armia Krajowa, el Ejército polaco no comunista que se levantó contra los nazis en la sublevación de Varsovia de 1944. Esto sin duda imprime carácter, pero hay muchas razones no tan atávicas en los últimos años, y en concreto durante los días de la lucha del sindicato independiente Solidaridad. En sus filas militaban los Kaczynski como asesores de Lech Walesa, que acaba de llamarlos "hijos de puta" en la televisión polaca. Así cambian las cosas.
"Los polacos tienen que trabajar más y hacer menos huelgas", dijo el canciller Brandt
Polonia confía más en EE UU que en Alemania, que pacta con sus viejos enemigos rusos la construcción de un gasoducto
En los ochenta los que luchaban por el sindicato independiente tenían como vecinos a los alemanes de la desaparecida República Democrática Alemana, que albergaban un odio luciferino hacia los polacos. "Nosotros trabajamos y ellos hacen huelgas" o "vienen, compran todo y nos dejan desabastecidos" eran frases frecuentes en la RDA. En la otra Alemania, la de Bonn, las cosas no eran muy diferentes. Nada menos que el icono de la socialdemocracia Willy Brandt llegó a decir: "Los polacos tienen que trabajar más y hacer menos huelgas". El también canciller socialdemócrata Helmut Schmidt declaró tras una visita a Polonia que le gustaría tener en su Gabinete a un hombre como el jefe comunista Edward Gierek, uno de los máximos exponentes de la incompetencia del comunismo polaco. El preso político Adam Michnik escribió desde la cárcel una carta en la que se lamentaba de que Alemania condenase a Polonia a sufrir la dictadura comunista como consecuencia de la partición de Europa acordada en Yalta.
Hasta la caída del comunismo Polonia, y sobre todo la oposición, se sintió desamparada por Europa y en especial por sus vecinos alemanes. El ansia de libertad de Polonia y sus esperanzas de conseguirla se depositaron en el papa polaco Juan Pablo II y en el presidente de EE UU Ronald Reagan, al mismo tiempo que crecía la desconfianza hacia una Europa que se entendía con el régimen comunista por motivos de realpolitik. Todo esto quedó grabado en las mentes de los polacos que lucharon contra la dictadura y después participaron en la transición hacia la democracia.
Desde entones, Polonia confía y se fía más de Estados Unidos que de una Alemania que pacta con la tradicional enemiga Rusia la construcción de un gasoducto por el Báltico. La Alemania que se repartió Polonia en el pacto entre Hitler y Stalin hace menos de 70 años. Por eso Polonia no ha puesto el menor reparo a enviar tropas a Irak y a prestar su territorio para el sistema de defensa antimisiles de Estados Unidos, en contra de los intereses y de la política de Alemania que no ve con buenos ojos esos proyectos.
Polonia busca en la Unión Europea un mercado, las subvenciones y la posibilidad de dar salida a la mano de obra excedente, pero poco más. Incluso no tiene reparo en representar el papel de caballo de Troya de Estados Unidos en Europa, de una quinta columna que debilita a la UE, como por desgracia podría confirmarse en la inminente cumbre europea de estos días en Bruselas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.