Palestina rota
El desenlace provisional de la guerra entre palestinos que ha concluido con el control de Gaza por parte de los extremistas de Hamás sólo anticipa más caos. Presumiblemente, también es la hibernación del sueño sobre un Estado único en la Cisjordania ocupada y Gaza, dos territorios separados sólo por 45 kilómetros que desde ayer parecen haberse convertido en un abismo infranqueable. Nadie puede descartar ya la ruptura total entre la franja superpoblada en manos de Hamás y la Cisjordania en la que manda Fatah. Pero tampoco nadie puede excluir algo mucho más grave: que los acontecimientos vividos esta semana en Gaza acaben trasladándose a Cisjordania, cuya importancia estratégica es infinitamente mayor.
El 14 de junio, el día en que Gaza se ha convertido de hecho en una entidad independiente bajo el dominio del islamismo radical, es el mojón de la suprema humillación para Fatah, que durante 40 años controló la OLP. Gaza ha caído fácilmente en manos de los combatientes de Hamás, motivados y pertrechados mejor que sus rivales, pese al apoyo occidental en armas y entrenamiento a las milicias leales al presidente Abu Mazen. Sus banderas ondean en la tira de tierra donde los jefes de Fatah, que ordenaron a sus fuerzas resistir a toda costa, han sido capturados o han huido.
Ésa es la realidad militar de un enfrentamiento que venía gestándose desde el mismo momento del abultado triunfo islamista en las elecciones legislativas de enero de 2006. Las medidas de Mazen desde Cisjordania -disolución del Gobierno de coalición que compartían desde marzo las dos facciones en guerra, expulsión del primer ministro Ismail Haniya, estado de excepción- tienen en este momento poco o ningún significado. El espectador de esta tragedia colectiva es un pueblo desesperado y hambriento, sin expectativas.
Estados Unidos y Europa se han apresurado a condenar la toma del poder por Hamás en Gaza y a ratificar la legitimidad exclusiva del presidente palestino, único destinatario de su ayuda. Pero lo sucedido en Gaza no sólo es una derrota para todos los palestinos. Es también un fracaso para la política de EE UU, la UE e Israel, por mucho que se pretenda ver en la guerra civil palestina la culminación de los sueños del Estado judío. A la postre, una organización fundamentalista que todavía niega el derecho a la existencia de Israel y patrocina abiertamente el terrorismo emerge más fuerte después de 15 meses de boicoteo occidental, mientras que Abu Mazen y Fatah son mucho más débiles.
Para fortalecer la opción de los palestinos moderados van a ser necesarias medidas más enérgicas y audaces que las practicadas hasta ahora. No parece encajar en este capítulo el posible envío de una fuerza de interposición a Gaza, algo a lo que son renuentes tanto Washington como la UE y que no tiene sentido sin la premisa de que las dos partes enfrentadas depongan las armas. Lo imprescindible y urgente es aliviar la vida miserable de los cientos de miles de palestinos que asisten impotentes al desplome de sus sueños. Eso exige la firme voluntad política de las potencias y la abierta cooperación israelí.
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