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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La batalla de Líbano

Líbano, tan frecuente escenario de invasiones, sobre todo de Israel, guerras civiles y violencia generalizada como patio trasero del conflicto palestino-israelí, se encuentra hoy sometido al mayor grado concebible de presión externa e interna para el enfrentamiento civil que haya conocido desde mediados del siglo XX.

Walid Eido, legislador suní y enemigo declarado de Siria que jamás ha renunciado a un derecho de pernada político sobre Líbano, moría el miércoles por una bomba colocada al paso de su vehículo en Beirut, cerca de donde caía en circunstancias casi idénticas, su líder, el primer ministro Rafik Hariri en febrero de 2005. Era el séptimo oponente de Siria que fallecía de forma violenta en los últimos siete años; paralelamente, el Ejército libanés cerraba el cerco sobre los terroristas de Al Qaeda, disfrazados tras el nombre palestino de Fatah al Islam, en el campo de refugiados de Naher el Bared; la batalla política para la elección del sucesor del presidente, el prosirio Emile Lahoud, prevista para otoño, polariza las posiciones entre pro-occidentales y seguidores de Damasco; y, como principio y fin de todos los problemas, el domingo pasado se anunciaba la creación del tribunal internacional que juzgará a los presuntos responsables del asesinato de Hariri, que el sentimiento libanés pro-occidental no duda en adscribir, formalmente o de hecho, al campo sirio.

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El régimen del presidente Bachar el Asad se desmarcaba ayer de toda responsabilidad en las muertes citadas, pero parece inevitable preguntarse a quién beneficia, sino a Damasco, todo obstáculo en el camino de ese tribunal, con la evidente intimidación que supone para los legisladores antisirios comprobar que les va la vida en ello. Y, por añadidura, hay quien apunta que Asad hijo no controla de la misma férrea manera que su padre, Hafez, los hilos del poder, con lo que no todas las decisiones tienen por qué emanar del poder formalmente constituido.

Israel, por su parte, renueva, aunque sólo de cierta manera, sus instrumentos de acción de Estado. Simón Peres, el veterano líder laborista pasado a Kadima, que dirige el actual jefe de Gobierno, Ehud Olmert, alcanza la presidencia del país a sus 83 años. Es éste un puesto largamente ceremonial, pero la glotonería de poder del antiguo discípulo de Ben Gurion no conoce límites. Y al mismo tiempo, Ehud Barak, el antiguo jefe del Estado Mayor del Tsahal, que ya fue primer ministro entre 1999-2000, ha sido elegido jefe del laborismo sobre Ami Ayalon, un ex almirante convertido a la moderación en los últimos años. Ehud Barak, que sucederá al líder laborista saliente, Amir Peretz, y le relevará como ministro de Defensa, deberá decidir si retira el apoyo de su partido a Kadima, en cuyo caso serían inevitables elecciones anticipadas.

La peor receta en décadas. Líbano en la cuerda floja, e Israel con un Gobierno por decir poco, inestable. Pero hay que llevar adelante contra viento y marea los trabajos de ese Tribunal internacional, el primero en su género en Oriente Próximo. Si se hace justicia por el asesinato de Hariri, ello significará todo un cambio; que alguien, por fin, pague por sus pecados.

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