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Reportaje:

Apología de la pobreza

Rodrigo García estrena 'Cruda. Vuelta y vuelta. Al punto. Chamuscada'

Cruda. Vuelta y vuelta. Al punto. Chamuscada. Ése es el título de la última creación escénica de Rodrigo García, el nuevo revulsivo escénico que atiza conciencias por media Europa con sus sobrecogedores vómitos teatrales. El estreno de su montaje, una producción del Festival de Aviñón, será esta noche en Salamanca, dentro del Festival de las Artes de Castilla y León, que para poner en pie este trabajo ha colaborado con el mítico certamen francés y con otros organismos teatrales de Roma y Atenas, donde se representará en las próximas semanas.

"Hace años que hago obras que transcurren en el primer mundo; aquí todo sucede en el tercero, y me siento con autoridad para hacerlo porque conozco las dos caras, la pobreza y la opulencia, porque opulencia también es tener luz, abrir un grifo y que salga agua...", señala García, quien vivió algo más de dos décadas en una villa del paupérrimo extrarradio bonaerense -donde nació en 1964- y otro tanto en España. Hoy, en cambio, es mucho más popular en el resto de Europa que en su tierra de nacimiento y acogida.

Precisamente en Buenos Aires se ha montado parte de este espectáculo. Allí, en un ensayo hace unas semanas, entre gritos que trataban de hacerse oír por encima del ruido de los tambores, una quincena de chicos corrían y saltaban unos sobre otros, haciendo diagonales sobre el tapiz de una escondida sala teatral. Aunque hacía frío muchos de los jóvenes realizaban las piruetas con el torso desnudo, en un ambiente de camaradería que recordaba a un grupo de adolescentes amigos de toda la vida. Esa sensación de energía que emana de los cuerpos masculinos que muestran un lado afectuoso, casi femenino, es una de las cosas que Rodrigo quiere recalcar.

Y lo logra, como se pudo ver en el ensayo general que hizo en Aviñón el sábado pasado. "Sus actores" se dejan la piel en escena, sudan, se arrastran... Ninguno de los 14 chicos de entre 15 y 28 años que participan en la obra son actores (tan sólo el español Juan Loriente, que tanto ha trabajado con García). Ni siquiera se conocían antes del casting efectuado en Buenos Aires en febrero. Tienen en común la energía y su procedencia. Vienen de diferentes murgas, las humildes agrupaciones carnavalescas porteñas.Muchos de ellos viven en entornos difíciles, algunos en las villas, grandes agrupaciones de chabolas. "No quiero exponer a estos chicos como si fueran una rareza. Sólo quiero mostrar su energía, tienen registros de baile y danza a los que no estoy acostumbrado; son sólo hombres. Me gusta la sensualidad y el erotismo de ver sólo tipos en el escenario y también su parte femenina", explica el director, quien confiesa que trabajar con estos chicos ha sido difícil en más de un momento ya que tenía que ganarse su confianza.

En Cruda... su mirada se ha vuelto sobre su propia infancia y sobre su identificación con la carne: "Fui un chico de clase social muy baja, de un barrio de mierda, sin estudios y sin posibilidad de nada..., mis amigos eran albañiles o chorizos y yo trabajaba en la carnicería de mis padres; aquellos colores y ruidos de las murgas eran fascinantes, incluso había un rollo erótico muy fuerte", dice Rodrigo, que fundó en Madrid su compañía La Carnicería hace tres lustros.

Pero cuando volvió, cumplidos ya los cuarenta, y vio "su murga" le pareció algo muy pobre y musicalmente un desastre: "No sentí nada y me preocupé, pero todo fue surgiendo, grabé en villamiserias, un sitio donde no entra ni la policía, pero nos consiguieron un salvoconducto para que no nos robaran, ni mataran, luego me centré en los murgueros y finalmente en el aspecto filosófico de la obra para darle a todo un contrapunto".

Su espectáculo, una vez más, es una mezcla de cultura popular y alta cultura. Alguna vez ha mezclado textos de Maradona con otros de Heidegger. Aquí chacareras argentinas con Mozart y madrigales de Scarlatti. "Es una batidora, intento la abstracción mientras hablo de algo próximo".

Su obra recoge imágenes coloristas y tenebristas. Y a partir de ahí surgen otras metáforas... sobre la tortura, sobre la droga como única válvula de escape, sobre las mentiras occidentales, sobre la falacia de ciertos símbolos. "Intento hacer un esfuerzo para llegar a otros niveles poéticos, porque el teatro es un espacio de libertad y hay que usarlo para hacer cosas que nadie se atreve a hacer en la vida real", dice el dramaturgo quien lanza un curioso mensaje: "¡Atreveros a vivir en la pobreza, porque se vive mejor!; yo vivo en una Europa triste y tímida donde no existe el color".

Espiral de contradicciones

Rodrigo García no para de repetir una y mil veces que el viejo modelo teatral ya no cumple función alguna: "Ya no comunica". Con su trabajo - él acepta de buen grado que se le califique de teatro de urgencia-, como el que tantos dramaturgos han abordado a lo largo del siglo XX para denunciar situaciones injustas, busca nuevas fórmulas para utilizar el teatro como acción social.

En Aviñón habla de cómo usa lo político en sus espectáculos como tapadera de su propia utopía: "Dentro de mí hay un romanticismo y un idealismo terribles que intento ocultar porque me da vergüenza; todo lo que propongo es lo contrario de lo que opino, porque si digo las cosas como las veo sería el tipo más naïf y más tonto del mundo".

También sostiene que su teatro es una lucha constante para demostrar lo fácil que es todo en Europa y lo difícil que es en el resto del mundo: "Sé que esto lo hago para burgueses, para gente como yo que vive de puta madre, ¡todo es una espiral de contradicciones!".

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