El futuro universitario
En la universidad se enseña y se investiga, pero también es un lugar para la transmisión de principios cívicos, la reflexión crítica y para proponer mejoras en el orden social, y en el caso de las facultades de Medicina, mejoras en la salud individual y colectiva. Además de enseñar una profesión, en la universidad se adquieren las habilidades de pensar de forma crítica e independiente, ser creativo e innovador, y saber discernir entre información útil o irrelevante, algo muy importante para los futuros médicos. Lo importante de los licenciados es lo que van a ser capaces de hacer con lo que han aprendido y saben.
Al mismo tiempo que se enseñan los fundamentos de las asignaturas, se deben enseñar las competencias propias de cada profesión, y aún más allá, las actitudes inspiradas en los valores intangibles de la misma. Este proceso, que requiere un método para enseñar y para evaluar los resultados, no se improvisa y resulta trascendente en la formación de los médicos. El profesor universitario requiere preparación y la capacitación para eso no es universal. Un buen profesional no necesariamente es un buen profesor, porque éste ha de enseñar no sólo "el estado de la cuestión científica", sino también "lo que es", y aún más "cómo es". La enseñanza de la medicina es más bien un escenario de maestros y discípulos, que de profesores y estudiantes.
Dar más recursos a los centros que mejor lo hagan es un mensaje que va calando porque es justo y equitativo
La investigación es el otro elemento clave y transita desde una orientación tradicionalmente básica, a otra con mayor componente aplicativo. Los sectores público y privado ayudan y fomentan cada vez más este tipo de investigación "traslacional". La I+D+i tiene una presencia muy importante en los departamentos universitarios, pero su debilidad en las empresas españolas es preocupante. Recíprocamente, la implicación del mundo empresarial en la investigación universitaria es todavía claramente escasa.
La reforma del Espacio de Educación Superior Europeo hará que las facultades de Medicina converjan en una universidad que ha de ser cuidada por la sociedad porque genera conocimiento, pero la sociedad le demandará que cumpla su misión con criterios de calidad. Para eso deberá competir por los mejores profesores y por los mejores alumnos. Sin embargo, no es fácil conseguirlo, porque la dinámica actual (fragmentación territorial, y hasta lingüística y cultural) ha ido e irá generando barreras con un alto coste personal, científico y económico, si se instala la descoordinación de las políticas entre la Administración central del Estado y las comunidades autónomas. La movilidad del profesorado será casi una utopía en esas condiciones y corremos el riesgo de mantener las universidades "cerradas" para los demás y "encerradas" en lo propio. Por otra parte, los estudios de Medicina exigen una selección del alumnado sobre la base de un notable rendimiento académico previo, por lo que bien se puede decir que aquellos jóvenes que ingresan en nuestras facultades han de ser considerados una potencial élite intelectual que solamente va a cristalizar si cuidamos su formación como se merece.
Si no se promueve la libre competencia y la sana competitividad, los centros universitarios se pueden acostumbrar a ser organizaciones a la defensiva, con fallos estructurales pero con resistencia al cambio, y hasta con cierta falta de claridad en sus metas. No existe tradición de acreditación, y la autoevaluación o la evaluación externa, o es insuficiente o tiene notables carencias. Si se difumina la autoridad pueden surgir tendencias gremiales influidas por las disciplinas sin atender a objetivos generales de la institución. El profesorado en los estudios de Medicina se ubica por una parte en organizaciones funcionales-docentes (los departamentos), y por otra en organizaciones estructurales-administrativas (las facultades o escuelas), organizaciones que, con frecuencia, no corren paralelas. Por si fuera poco, los recursos educativos pueden ser tan escasos que puede ser casi irrelevante el interés por rentabilizarlos lo mejor posible, o el interés por la innovación educativa.
Las personas que gobiernan suelen ser prestigiosas en su especialidad pero no lo tienen fácil porque son muy limitados los incentivos para convencer a los profesores de que den mejores clases, dediquen más tiempo a los estudiantes o preparen mejor la formación práctica. El liderazgo exigible a la universidad, como institución del saber, hay que proclamarlo y perseguirlo. Pero es necesaria la rendición de cuentas. La confianza en ella aumentará cuando se implanten medidas de mejora de la calidad de la enseñanza que afecten a la propia estructura (los centros y la organización), los planes de estudio y los resultados que se obtienen. De ahí que procesos como la acreditación y certificación en los centros, la elaboración de planes de estudio basados en objetivos, y la evaluación de los resultados individuales y colectivos son los grandes planes de acción. Estimular la competición, preservar la diversidad y conectar mejor con el mundo exterior son los retos actuales. En nuestro país hay una demanda social enorme de educación superior, y eso requiere cada vez de más recursos. No se trata de "dar más sin preguntar": dar más a las que mejor lo hagan es un mensaje que va calando, porque es justo y equitativo. Es un ejemplo de que la equidad no siempre es dar a todos por igual. La sociedad suele esperar mucho de la universidad, y debe conocer quién ofrece más y mejor. Afortunadamente, cada vez hay más facultades, escuelas y departamentos con magníficos profesionales dedicados a la excelencia investigadora y docente.
El mundo experimenta a la vez un proceso de convergencia y de diversificación. La globalización y la intensa movilidad de capital humano, así como la transnacionalización de los programas de estudios superiores, obligan a una convergencia de estructuras universitarias en el mundo. Sin embargo, como nos descuidemos, el modelo será cada vez más diverso y múltiple. Este contrasentido, que puede generar tensión, requerirá la implantación de estrategias comunes para el control de calidad.
Un último deseo: ojalá caminemos hacia una universidad que promueva tanto los valores de la ciencia como los valores humanos, y que lo haga ofreciendo un servicio de calidad a la sociedad y a la ciencia, que es lo que le da sentido. La sociedad habrá de sentirse orgullosa de esta universidad. Nuestra universidad forma excelentes profesionales que triunfan en su campo, pero lo logra sin que le den siempre los medios necesarios (lo que le cuesta sangre), sin haberse dotado de una organización brillante y operativa (lo que le cuesta sudor) o sin que se le reconozca (lo que le cuesta lágrimas). Lo consigue, pues, a base de "sangre, sudor y lágrimas".
Jesús Millán Núñez-Cortés es catedrático de Medicina de la Universidad Complutense, y Juan del Llano Señarís, director de la Fundación Gaspar Casal.
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