El principal activo
El vicepresidente de Gobierno Pedro Solbes dio recientemente una de las claves que explican la bonanza de la que se beneficia España desde hace bastante tiempo: cada responsable de la política económica ha dejado a su sucesor una situación mejor que la que se encontró. Ello explicaría en parte que nuestro país esté inmerso en el ciclo más largo de crecimiento -14 años, de los cuales la última década ha sido testigo de un ritmo medio anual de incremento del PIB del 3,5%- desde que existen series estadísticas.
La situación continúa: los últimos datos oficiales indican que el crecimiento de la economía en el primer trimestre del año fue del 4,1% en términos interanuales. Y según declaraciones del propio Solbes, el ritmo ha sido el mismo durante los meses de abril y mayo; todo ello con una reducción de la inflación -y del diferencial con nuestros competidores- y de la tasa de desempleo. Y más allá -siendo esta tendencia aún más significativa que los datos de la coyuntura-, la composición del crecimiento está cambiando de modelo: al mismo tiempo que se da un aterrizaje suave del ladrillo (lo que tendrá incidencia negativa en el PIB y en el empleo), aumentan las exportaciones -por el dinamismo de Alemania y de la eurozona- y se incrementan las inversiones de bienes de equipo.
Estas bondades de la coyuntura no deberían servir para estimular la propaganda de que estamos en un círculo virtuoso completo: la productividad, aunque crece, no lo hace tanto como sacar a España de los últimos lugares en la clasificación de la OCDE; la distribución de la renta y la riqueza es regresiva; y el endeudamiento del sector privado no financiero (familias y empresas) alcanza el 190% del PIB, en un entorno de tipos de interés al alza.
A pesar de ello, la situación económica es lo suficientemente buena como para convertirse en el principal activo del Gobierno. Hasta tal punto que cuando se produzca en julio la primera revisión de las expectativas del crecimiento, ésta se hará al alza, lo mismo que las correspondientes al año 2008. En este contexto se celebrarán las próximas elecciones generales, y por ello la negociación de los Presupuestos Generales del Estado del siguiente ejercicio será más difícil que ninguna anterior: la oposición, del signo que sea, tenderá a relativizar los éxitos del Gobierno y a potenciar sus fracasos. El PP, que recibió al Ejecutivo de Zapatero como el de la vuelta del paro, la inflación, el déficit y la corrupción, habrá de soportar un récord inédito en la democracia española: en esta legislatura habrá habido superávit de las cuentas públicas durante los cuatro años que la componen. Los próximos presupuestos serán los primeros que se elaboren con una nueva Ley de Estabilidad Presupuestaria que sustituye la rigidez que impuso la anterior, elaborada por el PP bajo el dogma del déficit cero: la norma obliga a registrar superávit cuando el crecimiento económico supere el 3% y exime de esta regla si el escenario económico resulta adverso. Pues bien, el último de esos escenarios pronostica un excedente equivalente al 1,15% del PIB durante los próximos tres años.
Si la economía es el principal activo (España va mejor que cuando iba bien, presumen los socialistas), lo lógico es que la oposición orille la discusión sobre la misma. El PP paseó en las pasadas elecciones un manual para desmitificar la situación económica, que quedó prácticamente inédito. Los candidatos populares hablan con desgana, sólo cuando se les pregunta, de pérdida de poder adquisitivo, de aumento de la presión fiscal y de -¡el colmo de los colmos!- tres años perdidos en inversión en I+D+i, pero no sacan a bailar a la economía por iniciativa propia.
Orillada la teoría de la conspiración del 11-M por el fracaso absoluto de los conspiradores, marginada la economía del debate público por su fortaleza, y los derechos sociales por su popularidad, la estrategia de la oposición se centrará una vez más en las políticas territorial y antiterrorista, con un elemento que adquirirá poco a poco la mayor centralidad: la descalificación personal de ZP ya que, pese a los tropiezos, sigue siendo valorado por los ciudadanos muy por encima del líder de la oposición.
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