439 días rotos
Múltiples factores desestabilizadores dificultaron el proceso de paz iniciado en marzo de 2006
El 22 de marzo de 2006, la televisión pública vasca recibe un vídeo. En él aparecen tres miembros de ETA, sentados a una mesa, con capuchas blancas y txapelas. La mujer del medio es la que habla. Por la voz, la policía cree reconocer a Ainhoa Ozaeta, próxima al líder Josu Ternera. En nombre de la banda terrorista (819 asesinatos, 39 años de existencia), en vasco y en español, esta mujer lee un comunicado que anuncia un "alto el fuego permanente" que entrará en vigor en 48 horas. "ETA muestra su deseo y voluntad de que el proceso abierto llegue al final".
Llegar al final. Ésa era la clave. No era la primera vez que ETA anunciaba un alto el fuego. Ya lo había hecho otras cinco veces. La última, en 1998, duró 14 meses.
ETA llevaba sin matar tres años. Tal vez por eso hubo más sensación de "ahora sí"
Pero en esta ocasión había algo nuevo, además de la expresión "alto el fuego permanente", copiada literalmente del proceso de paz irlandés: ETA llevaba sin matar tres años. Tal vez por eso hubo, sin euforias, con mucho escepticismo y prudencia, más fe de llegar al final esta vez, más sensación de "ahora sí". Lo había dicho el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, días antes del comunicado, en una intervención en el Congreso, que quiso ser profética: "Es el principio del fin de ETA".
Tres meses después, el mismo Zapatero, en una declaración institucional en el vestíbulo del Congreso, el 29 de junio, anunciaba el inicio del diálogo entre ETA y el Gobierno. Entonces, delante de los periodistas, pronunció otra frase, nada enigmática, que también iba a ser profética: "Va a ser un proceso duro, largo y difícil".
Ya lo era: desde abril se habían producido un ataque contra la ferretería de un concejal de UPN en Barañain (Navarra), unas declaraciones de ETA exigiendo la "autodeterminación" y un consenso sobre "territorialidad", y la detención de 12 etarras acusados de extorsionar a empresarios vascos.
Y sin embargo, lo verdaderamente difícil estaba por llegar. En julio se producen dos reuniones. Una pública, celebrada en un hotel de San Sebastián, entre el secretario general del PSE, Patxi López, y el portavoz de la ilegalizada Batasuna, Arnaldo Otegui. Duró 45 minutos. Y bastó para que, desde ese momento, el PP, en palabras de su presidente, Mariano Rajoy, dejara de "sentirse representado o concernido en este proceso".
Las segunda reunión fue secreta, se llevó a cabo en un país europeo, fue auspiciada por el Centro de Diálogo Henry Dunant (Suiza) y puso en la misma mesa a enviados del Gobierno y a miembros de ETA. No se avanzó mucho: la banda terrorista primó las reformas políticas a las mejoras carcelarias para sus presos. Todo lo contrario de lo que llevaba el Gobierno preparado.
En agosto, el preso etarra Iñaki de Juana Chaos inicia una huelga de hambre en la cárcel que le convierte, día a día, en un símbolo de la lucha abertzale. Consecuencia: la kale borroka se incrementa. El sábado 19 de agosto, en San Sebastián, seis encapuchados incendian un microbús a base de cócteles molotov.
Es entonces cuando, según fuentes de la lucha terrorista, José Antonio Urrutikoetxea, Josu Ternera, pierde peso en la banda. Se le recorta el poder negociador. Al frente de los comandos sigue Garikoitz Aspiazu, Txeroki.
Y en septiembre, tres encapuchados, probablemente tres hombres de Txeroki, dos de ellos armados, acuden a la celebración del Gudari Eguna (Día del soldado vasco) en Oiartzun (Guipúzcoa). Los encapuchados disparan al aire y leen un mensaje de ETA: "La lucha no es el pasado, sino el presente y el futuro".
A pesar de la funesta escena, enviados del Gobierno y de ETA acuerdan una reunión para el 24 de octubre. Pero ese día, precisamente, un comando de ETA roba 350 pistolas en una empresa de importación de armas de Francia. La reunión se pospone para el día siguiente. Y versa casi exclusivamente del robo de las armas.
Se convoca otra reunión el 15 de diciembre. Dura dos días. Pero no sirve sino para evidenciar las diferencias. A pesar de eso, los representantes del Gobierno piensan que los puentes aún no están rotos. De hecho, el 29 de diciembre, antes de irse de vacaciones a Doñana con su familia, Zapatero asegura: "Dentro de un año estaremos mejor"
Al día siguiente el presidente se levantó temprano. Mientras se alegraba pensando que contaba con cuatro días por delante para él y los suyos, sonó el móvil. Vio en la pantallita que era el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. "No me extrañó nada", contó el presidente en una entrevista a EL PAÍS: "Hablamos mucho. Sé que él madruga No duerme mucho". Pero lo que tenía que contarle el ministro era muy importante: acababa de estallar una bomba en la Terminal 4 de Barajas. Todo apuntaba a ETA. Más tarde se supo que dos personas habían quedado atrapadas dentro, dos inmigrantes ecuatorianos, Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio. El dos de enero, el mismo ministro que había llamado por el móvil al presidente daba públicamente por "roto, liquidado y acabado" el proceso de paz.
A pesar de eso, ETA tarda cinco meses en proclamar que vuelve a las armas. Durante ese tiempo De Juana es enviado a casa en régimen de prisión atenuada, se ilegaliza la enésima envoltura electoral de Batasuna (ASB), que en última estancia se acoge a una formación creada en 1930 (ANV).
El cinco de junio, ETA anuncia que rompe el "alto el fuego permanente". Habían pasado 439 días y la noticia no sorprendió a nadie.
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