Regreso a la oscuridad
Esta semana es imposible sustraerse a la más dura noticia producida en Euskadi desde hace mucho tiempo: la ruptura por parte de ETA del alto el fuego. Quizás haya que pedir perdón por insistir en el tema, pero hacerlo se convierte en un imperativo moral. En ese sentido, uno ya no espera decir nada interesante, sino evitarse la vergüenza de no decir.
La verborrea del último comunicado de ETA nos devuelve a los peores tiempos de nuestra historia, esa historia de cuarenta años entintados de sangre. Para la organización terrorista los culpables de la violencia siguen siendo los demás, pero se hace imposible entender qué hay en la realidad objetiva que les obliga a ellos a empuñar las armas. No es un punto de vista muy frecuentado, pero debería explorarse; el punto de vista es el siguiente: ¿Por qué en la Europa de hoy, en miles de kilómetros a la redonda, entre cientos de millones se habitantes, sólo ellos encuentran una razón para recurrir a la violencia? ¿Qué hay en Euskadi que explica esta tragedia, y que no existe ni en Bélgica, ni en Escocia, ni en Hungría? ¿Por qué en toda Europa sólo el entorno etarra considera que ya se ha colmado el vaso de su paciencia? ¿Y de dónde han sacado un vaso tan pequeño?
La declaración de ruptura del alto el fuego es en sí misma una ficción. El atentado de Barajas en diciembre dinamitó, además de la vida de dos seres humanos, toda expectativa realista de paz. La violencia de ETA sigue dañando este país en tres ámbitos distintos; en primer lugar, el daño a las personas: a los amenazados, a los extorsionados; en segundo lugar, el daño social, económico y político a Euskadi; en tercer lugar, el daño a la causa nacional vasca, constantemente deslegitimada por la violencia terrorista. Este tercer efecto resulta, desde una perspectiva moral, prácticamente insignificante, pero desde una perspectiva política cobra enorme relevancia: caso de que la unidad de España estuviera ahora amenazada (cosa muy dudosa), ETA se revela como el garante más eficaz de esa unidad. De hecho, la existencia de ETA desactiva, condiciona e inutiliza al nacionalismo vasco. Si ya bastan las razones éticas para que los nacionalistas democráticos den la espalda a la izquierda radical, razones políticas deberían llevarlos a defender con fiereza un patrimonio político aquilatado a lo largo de tres siglos, para que no acabe en manos de una banda de tarados. El grotesco final de ANV, organización extinta que resucita, en contra de sus ideales originarios, como perrito de compañía del totalitarismo, debería sembrar la alarma entre los nacionalistas que creen en el valor político de la ciudadanía y en la dignidad moral de las personas.
Pero la ruptura de la tregua desencadena también otros efectos. Así, el Partido Popular refuerza su discurso. La ratería política de recordar "yo ya lo dije" le va a permitir durante los próximos meses rentabilizar su línea política. A la hora de escribir estas líneas (aún bajo el impacto de la noticia) ya se anunciaba por Internet la reaparición pública de Mayor Oreja, dispuesto a sentar doctrina tras casi dos años de discreto silencio. Nada como la resurrección de un enorme enemigo para resucitar uno mismo. En ese sentido, la ruptura del alto el fuego también va a garantizar el pan, la notoriedad y la supervivencia mediática y material de numerosos profesionales del conflicto, o como demonios quiera llamarse esta absurda tragicomedia.
El último efecto de la ruptura resulta, sin embargo, devastador, y puede condicionar de forma prolongada la vida política de Euskadi: los pronunciamientos públicos que ETA realice en adelante serán aún menos creíbles. Ningún alto el fuego, ninguna tregua, ninguna aproximación a las fuerzas democráticas tendrá la más mínima credibilidad. Será tal la desconfianza que cualquier amago de diálogo exigirá una enorme inversión de tiempo y de energías. Por eso, sería conveniente que todos los partidos democráticos llegaran a una misma conclusión: que el próximo periodo de diálgo, por lejano que este sea, sólo puede consistir en concretar cuándo, dónde y cómo se van a dejar las armas.
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